HOMILÍA
XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Is 5, 1-7; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43.
“Arrendará el viñedo a otros viñadores” (Mt 21, 41).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Le Ma’alob Péektsila’ ku ya’alike’ tiolal juntúul u yuumil viña yeetel yaan xan le máaxo’ob ku kaánantoj u viña: bey xan u láakalo’on yaan junpéel viña u ti’al kaanantik, u viña familia, u viña escuela beyxan u viña tu’ux k meéya’j, yeetel u láakalo’on k’a’abet kanantik u viña yóok’ol kaab. Yeetel u nojchi u Yuumile’ le viña Ki’ichkelem Yuumtsil.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario.
Hace ocho años, en la fiesta de san Francisco de Asís, el Santo Padre, el Papa Francisco, le regaló a la Iglesia y al mundo la carta Encíclica Laudato’ Si, sobre el cuidado de la casa común. Le dio el nombre con las primeras palabras del Canto de las Creaturas, de san Francisco.
Ahora de nuevo, en la misma fecha del 4 de octubre, nos ha regalado un nuevo documento llamado Laudate Deum (alaben a Dios), sobre el mismo tema, porque el cuidado del medio ambiente casi no ha sido tenido en cuenta por los gobiernos del mundo, ni por el común de las industrias contaminantes, ni por la humanidad en general.
Como gran profeta, Su Santidad, ha lanzado esta nueva advertencia a todos los hombre y mujeres de buena voluntad, porque la situación es apremiante, y ahora, aunque todos pusiéramos manos a la obra, la herida de nuestro planeta tardará mucho en sanar. Como siempre, los más inmediatamente afectados son los pobres, pero también las futuras generaciones. Ojalá todos nos convirtamos a una ética del cuidado de nuestra casa común.
Por otra parte, mañana se cumplen tres años de la beatificación de Carlo Acutis, el joven italiano que falleció en el año 2006, de quien su cuerpo se mantiene incorrupto en Asís, donde él pidió ser sepultado por su gran devoción a Francisco de Asís. Este muchacho ha sido declarado patrono de las redes sociales, porque a través de ellas dejó un gran trabajo de investigación sobre los milagros Eucarísticos que han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia. Ojalá que este joven, que a los catorce años conquistó la vida eterna, siga hoy conquistando muchos más jóvenes en México, que encuentren, como él, en la Eucaristía su propia “autopista” para llegar al cielo.
Hoy el apóstol san Pablo, en su Carta a los Filipenses, nos invita a nosotros, como invitaba a los filipenses, a no inquietarnos por nada y a perseverar en la oración para tener la paz de Dios. Hoy en día en México hay muchos que, aun teniendo la paz de Dios, no gozan de la paz social a causa de la violencia e inseguridad que se viven en varios rincones de nuestra Patria. Sigamos trabajando por fortalecer el tejido social en nuestro Estado, pero también para alcanzar la paz dentro de todas y cada una de las familias. No dejemos de orar por la paz en nuestra nación y en el mundo entero.
También san Pablo nos invita a apreciar “todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio” (Flp 4, 8). Hoy el mundo nos invita a apreciar la apariencia, más que la verdad; los derechos individuales, más que lo justo, lo puro y el bien común; el éxito, más que lo amable y honroso. Pidamos al Señor que nos ayude a ser críticos del pensamiento actual, para que así hagamos los mejores juicios y tomemos las mejores decisiones como ciudadanos del mundo y ciudadanos del Reino.
Como siempre, el mensaje de la primera lectura nos prepara y dispone a escuchar el santo evangelio. Se trata ahora de un precioso pasaje del profeta Isaías, en el que en se expresa el gran amor de un agricultor por su viña, es decir, su sembradío de uvas. Aquí en Yucatán desconocemos lo que implica el sembrado de una viña, pero tenemos muchos campesinos que saben muy bien lo que implican los sembrados en sus milpas.
Como dice el Pbro. Manuel Ceballos, comentando el pasaje de Isaías en nuestro misal diocesano mensual: “Es un canto de amor porque la ‘viña’ en el antiguo Oriente es símbolo de una mujer amada, en este caso, en referencia a Israel. Pero lentamente se transforma en la lamentación de un campesino desilusionado y traicionado”.
Creo que los agricultores de Yucatán podrán entender muy bien lo que se expresa en este texto en cuanto al amor a lo que se siembra, y el dolor por no cosechar lo esperado. Por supuesto que el profeta aplica esta alegoría a Dios como Viñador y al pueblo de Israel como la viña, que no le ha dado a su Viñador lo frutos esperados de justicia y rectitud, mientras que finalmente sólo obtiene quejas de los oprimidos.
¿Qué nos diría el Señor a ti y a mí?, ¿qué le diría a nuestra Iglesia?, ¿qué le diría a la humanidad entera? Quizá algo semejante a lo que le decía a Israel en este pasaje: “¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?” (Is 5, 4). Algunos creen que el cristianismo es sólo un cúmulo de reglas y prohibiciones, pero vivir el Evangelio es mucho más que eso, vivir el Evangelio es dar frutos, muchos frutos grandes y sabrosos, que le agraden a nuestro Viñador y que le sean útiles a nuestros hermanos.
En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, Jesús cuenta una parábola semejante a la de Isaías, porque se trata de una viña, pero diversa, porque Jesús dirige esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Además, la parábola se centra en los viñadores contratados para cuidar de la viña por el dueño del viñedo, con el compromiso de entregar los frutos a su tiempo. Vemos cómo en esta parábola, los viñadores van maltratando y a veces hasta asesinando a los criados que el dueño de la viña enviaba para recoger los frutos. Finalmente, cuando el dueño del viñedo envía a su propio hijo con la intención de que a él sí le hagan caso y entreguen los frutos, también se echan sobre él y lo asesinan.
La conclusión de esta parábola la dan los mismos sumos sacerdotes y ancianos cuando Jesús les pregunta lo que hará el dueño de la viña con esos viñadores homicidas. “Ellos le respondieron: Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo” (Mt 21, 41). Es fácil entender que cuando se habla de los viñadores contratados, Jesús se refería a las autoridades del pueblo de Israel, y que los criados de la parábola eran los profetas que el Señor les estuvo enviando a lo largo de cientos de años, muchos de ellos maltratados y hasta asesinados; y más fácil aún es entender que el dueño de la viña es el Padre celestial, y que el hijo enviado es Jesús.
Sería equivocado pensar que se trata solamente de la historia de los viñadores del Antiguo Testamento. Debemos asumir que los nuevos viñadores somos los miembros de la Iglesia, quien tiene la tarea y responsabilidad de anunciar el Reino de Dios y servirlo en su crecimiento en este mundo. También sería un error reducir esta aplicación pensando únicamente en el Papa, los obispos y los sacerdotes como los nuevos viñadores; debemos más bien asumir que cada bautizado es un viñador, que cada uno debe trabajar en su propia parcela para darle al Señor frutos abundantes y sabrosos, y a la vez ayudarnos unos a otros a construir el Reino de los cielos.
Igualmente, tenemos todos diferentes responsabilidades dentro de la gran viña que es la Iglesia y que es el mundo: Los padres de familia tienen su viñedo en su propio hogar con sus hijos; los superiores de una casa religiosa son los principales viñadores de esa parte del viñedo; los responsables de un grupo o movimiento laical son igualmente los viñadores de esa comunidad de fieles; y cada uno donde estudia o trabaja; si alguien tiene responsabilidades políticas (lugar crucial de la viña) ahí tiene el pedazo de la viña que le toca trabajar; así como también en cualquier grupo al que se pertenece, si es un grupo para buenas acciones, sea simplemente para el esparcimiento o el deporte.
Todos tenemos nuestro lugar y mucho qué hacer en la viña del Señor. Otro tanto hemos de decir de cada uno de los que nos gobiernan, pues, sean creyentes o no, todos deberán rendir cuentas al Dueño de la viña, es decir, su Iglesia y la humanidad entera. Todos somos viñadores de esta casa común que es nuestro mundo, ¿qué cuentas le vamos a rendir al Dueño de la viña?
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán