Homilía Arzobispo de Yucatán – V Domingo de Pascua, Ciclo B

HOMILÍA
V DOMINGO DE PASCUA
Ciclo B
Hch 9, 26-31; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8.

“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 5).

 

Ki’ óolal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e jo’ p’éel domingo’ ti’ Pascua’ Yuumtsile’ táan u ya’alik to’on: Tene’ leti’ jun k’uul jaajil uvao yeteel te’exé le kabo’ob le pakalo’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este quinto domingo de Pascua. Envío un saludo muy especial a todos los niños de Yucatán, ya que el próximo 30 de abril se celebra el “Día del Niño”. El comercio organizado ha dedicado todo el mes de abril a esta temática, así como también tiene un tema para cada mes, motivándonos siempre al consumo.

Muchos niños tendrán en este día un regalo y tal vez algún festejo, pero muchos más no lo tendrán. Este domingo podemos reflexionar sobre los niños que sufren por la miseria en que viven, por su pobreza, por su enfermedad o por ser víctimas de violencia o de trabajo esclavo. Pensemos por ejemplo, en los niños migrantes, en los que están en algún hospital, en los que sufren por la desintegración dentro de su propia familia o en las víctimas de abuso.

En días pasados fui invitado a participar en un evento en la Ciudad de México que llevó por título “Reunión Interamericana Sobre Castigo Corporal Contra Niñas, Niños y Adolescentes”, organizado por la ONU, la UNICEF, la OEA, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y otros organismos, como la Dimensión de Justicia y Solidaridad (DEJUSOL) del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) con mi representación; el cual tuvo como objetivo general, el poder generar un espacio para el análisis de retos e intercambios de buenas prácticas para poner fin al castigo corporal contra niños, niñas y adolescentes en la región de América Latina.

Estoy consciente de que hay mucha gente de mi edad que cree que los castigos físicos son necesarios, añorando aquellos tiempos en que estas sanciones eran bien vistas en la casa y en la escuela para una buena educación. Educar sin violencia física a los pequeños es todo un arte que supone mucha paciencia, sabiduría y amor. A finales del siglo XIX, san Juan Bosco decía a sus sacerdotes que en la educación de los niños: “Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez… Guárdense de que nadie pueda pensar que se dejan llevar por los arranque de su espíritu” (cfr. Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203).

Que Dios nuestro Padre bueno les dé a todos los padres de familia y demás educadores, la paciencia y sabiduría necesaria en la corrección de sus hijos, para que tampoco haya niños mal formados que crean que se merecen todo, que no aprendan generosidad, humildad y servicialidad, en pocas palabras, fe en Dios y amor a su prójimo.

El santo evangelio del día de hoy presenta una de las afirmaciones de Jesús en las que se autodenomina como Dios, al decir “Yo soy”. En esta ocasión afirma: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador” (Jn 15, 1). Esta alegoría toca muy de cerca la cultura vitivinícola de aquellos tiempos y también de los tiempos actuales, pues el consumo del vino permanece en la cultura europea, en la del Medio Oriente; y hoy en día muchas personas acostumbran beber vino en todos los rincones del planeta. No es casualidad que el primer milagro de Jesús en las bodas de Caná, fuera la conversión del agua en vino; y que su último milagro antes de la pasión, fuera la conversión del vino en su propia sangre, misma que al siguiente día derramó en la cruz para nuestra redención. Así pues, la vid tiene esa carga de significado, de gracia de Dios, de vida divina y de redención.

El Padre celestial nos reconoce como hijos, en la medida que nos vea unidos a su Hijo. Hay millones de personas en el mundo que no creen en Jesús, pero que viven de una manera digna de los hijos de Dios, respetando la voz de su conciencia y/o los postulados de alguna religión, de este modo ellos también son sarmientos unidos a la vid que es Cristo. Luego dice Jesús: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 5). Con esta alegoría Jesús deja muy en claro que, todo lo bueno que hay en nosotros nos viene de él, que nos comunica su Espíritu que viene en la “savia de la vid”. Con esa savia, con ese Espíritu, somos capaces de hacer las cosas más grandes y santas, en obediencia al Padre y en amor a nuestros hermanos. Unidos a él nos comunica su divinidad. Para eso, el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre, para que nosotros los hijos de los hombres nos hiciéramos hijos de Dios, es decir, para que pudiéramos participar de su divinidad.

Así es que nadie se debe gloriar de sus obras buenas, porque son obras que nos vienen del poder de Cristo, de su Savia, de su Espíritu. He escuchado a gente que se sorprende al enterarse, de que a una persona buena le ha sucedido alguna tragedia, alguna enfermedad o accidente; y entonces se cuestionen: “Pero ¿por qué le pasó eso, si es una persona tan buena?”. Jesús desde entonces nos daba la respuesta diciendo: “Al sarmiento que no da fruto en mí, él (el Padre celestial) lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 2).

Hay muchos corruptos que han amasado riquezas aprovechándose de un cargo público o con sus negocios chuecos, otros más que las han acumulado mediante el robo y el crimen; sin embargo todo eso es nada, pues nada de eso se van a llevar a la eternidad. Por tanto, alguien podría decir que sin estar unido a Cristo ha podido triunfar y tener éxitos, aunque en realidad todo eso es nada. Jesús mismo dijo: “Sin mí nada pueden hacer.” (Jn 15, 5); entonces todo lo bueno que vamos realizando: honestidad, laboriosidad, respeto, justicia, verdad, amor y toda clase de obras buenas, las hacemos con él, como decimos al final de la liturgia eucarística en la misa: “Por Cristo, con Él y en Él”.

La segunda lectura de hoy, tomada de la Primera Carta del Apóstol san Juan, la relaciono con el evangelio de este día, el de la vid y los sarmientos, que si dan fruto permanecen y si no dan fruto serán arrancados, especialmente cuando dice el apóstol: “Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros” (1 Jn 3, 24).

La primera lectura de hoy, tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta al apóstol san Pablo recién convertido a Cristo, quien al llegar a Jerusalén acompañado de Bernabé, batalla para ser aceptado en la comunidad cristiana, pues sabían que él había perseguido a los discípulos. Finalmente lo acogen cuando Bernabé les narra cómo Pablo se encontró con Cristo resucitado en el camino a Damasco y cómo el Señor lo transformó en un gran apóstol, el cual ya había comenzado su misión en Antioquía.

Luego en Jerusalén, Pablo pudo predicar abiertamente el nombre de Cristo, aprovechando su dominio de la lengua griega, la cual le permitía comunicarse con todos los extranjeros, especialmente con los más cultos. Los judíos de habla griega le tomaron mucho rencor y pretendían matarlo, por lo que los discípulos lo sacaron embarcándolo para Tarso, su ciudad natal. No nos extrañe si encontramos incomprensión dentro de nuestra comunidad cristiana, como la encontró Pablo. Si nos animamos a dar testimonio valiente y apasionado sobre el Nazareno, que no nos sorprenda hallar tropiezos y hasta rencor, como los tuvo Pablo con los judíos. Tomar en serio nuestra vocación nos puede traer santos problemas, o mejor dicho, ocasión para crecer en santidad.

“Bendito sea el Señor”, proclamamos hoy con el salmo 21. He escuchado a muchos padres de familia preocupados porque sus hijos se han alejado de la Iglesia y de los sacramentos. Yo les digo que sus raíces de formación cristiana tarde o temprano volverán a brotar, y que ordinariamente sus nietos serán los instrumentos que harán regresar a sus hijos a la práctica cristiana. Así es que nadie deje de proclamar el día de hoy con esperanza, con alegría y con amor, las palabras de este salmo que dicen: “Mi descendencia lo servirá y le contará a la siguiente generación, al pueblo que ha de nacer, la justicia del Señor y todo lo que Él ha hecho”.

Dejemos que los niños se acerquen a Jesús, no se lo impidamos dejando de llevarlos al catecismo y a la misa; tampoco se lo impidamos con nuestros malos ejemplos o con maltratos. Hagámonos como niños en la alegría de las cosas pequeñas de la vida, en la despreocupación por el día de mañana, que no consiste en dejar de trabajar, sino en confiar totalmente en la Providencia de Dios nuestro Padre. Que así tengamos todos un feliz “Día del Niño”.

Tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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