II Domingo de Cuaresma
Ciclo C
Gn 15, 5-12. 17-18; Flp 3, 17-4, 1; Lc 9, 28-36.
“Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” (Lc 9, 33)
Muy queridos hermanos y hermanas, llegamos al segundo domingo del santo tiempo de la Cuaresma en el que la Palabra de Dios nos invita a experimentar la oración. Jesús sube a la montaña para encontrarse con su Padre en el mejor ambiente de soledad y silencio; aunque lleva con Él a tres testigos de su intimidad, a Pedro, Santiago y Juan, pues alguien debe testimoniar lo que ahí va a ocurrir.
Jesús como todo ser humano, tiene necesidad de la oración para encontrarse con su Padre, entender su voluntad y tener la fuerza necesaria para cumplirla. La oración, mucho más que un deber, es una auténtica necesidad humana. Pero ¡qué pocos son los que descubren esta necesidad y lo mucho que nos ayuda a humanizarnos y a vivir en paz, con gozo y plenamente realizados! Y así como a nadar se aprende echándonos al agua, así también aprenderemos a orar sumergiéndonos en la presencia de Dios. Luego, la práctica hace al maestro.
Quizá más de uno diga que no tiene tiempo para la oración, pero el que ama siempre encuentra tiempo y modo para comunicarse con el ser amado. De hecho, santa Teresa decía que “orar es pensar en Dios amando”. Si no procuramos la frecuente comunicación con los que amamos, el amor se irá apagando poco a poco. Y lo mismo nos pasa con Dios. ¡Qué desagradable sensación tenemos cuando alguien nos busca sólo cuando necesita algo de nosotros! Y cuánta gente así trata con Dios, sólo de vez en cuando y sólo para pedirle.
Jesús lleva a sus testigos para que se encuentren con otros dos testigos; con Moisés, que representa la Ley de Israel, y con Elías, que representa a los profetas de Israel; y les quede claro que la Ley y los Profetas anunciaron la necesidad de la pasión y muerte de Jesús, como camino a la resurrección suya y la redención nuestra.
Pedro, Santiago y Juan conservaron esa experiencia y la compartieron hasta después de la resurrección. Pero esa experiencia en el monte Tabor fue tan maravillosa que nunca la olvidaron, aunque la entendieron hasta que atestiguaron la Pascua de Cristo. Ellos querían hacer tres tiendas para permanecer ahí. Así son las experiencias de Dios. Me comprenderán quienes hayan vivido un retiro espiritual del que no querían salir, o que recuerden quizá una fuerte experiencia de oración que no deseaban que terminara. Pero la vida y la misión deben continuar. Por eso el Padre nos dice: “Este es mi Hijo, mi elegido, escúchenlo” (Lc 9, 35). Pues escuchando las palabras de Jesús tendremos el valor para bajar del monte y continuar con nuestros deberes de cada día bajo su guía, entendiendo qué haría Jesús en mi lugar.
Los que vivimos intensamente la visita a del Papa Francisco a México, sea presencialmente o sea por los medios de comunicación, tal vez no queríamos que terminara esta experiencia a pesar de nuestro cansancio; y sobre todo, del cansancio del Papa. Muchos le gritaban: “¡Quédate con nosotros, Papa Francisco!”. Pero el Papa tenía que regresar a Roma a conducir todo el rebaño. Aunque los mensajes que nos dio aquí, tienen validez para el mundo entero.
Él vino a nuestra Patria como testigo de Jesucristo; como testigos también fueron Pedro, Santiago y Juan. Y lo que importa es quedarnos con los mensajes que él nos dio. Como el que les dirigió a las familias diciéndoles que no es cierto que existen familias perfectas que no discutan ni peleen. Si no peleamos, puede ser signo triste de que no nos comunicamos, ni nos interesamos unos por otros. Si no discutimos ni peleamos, podemos estar guardando resentimientos, para luego sacarlos en el momento y la forma más inadecuada. Es mejor pelear un poco, con tal de no irnos a dormir sin habernos reconciliado. O también el mensaje que dirigió a los jóvenes haciéndoles ver cuánto valen, sin necesidad de una ropa de marca, o de escapar en el mundo falso de las drogas, o en el terrible mundo del crimen organizado.
La oración, junto con las demás prácticas cuaresmales, nos ayudará a escapar de todo tipo de idolatría. San Pablo en el pasaje de la carta a los filipenses que hoy se escucha en la segunda lectura, nos dice entre lágrimas que: “Hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su Dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en las cosas de la tierra” (Flp 3, 18-19). En verdad hermanos que hoy en día son muchos los que viven así, con esas idolatrías y como enemigos de la cruz de Cristo aunque lleven una cruz al cuello, pues tristemente hay que reconocer que muchos ven en la cruz tan sólo un amuleto de buena suerte que llevan para que Dios los proteja, pero que no significa que estén dispuestos a llevar la cruz de Cristo y a sufrir lo que sea en la lucha contra el pecado.
Hagamos pues, oración; elevémonos en la presencia del Señor y escapemos del pecado que nos sigue a todas partes. Fortalecidos en la oración alcanzaremos los más elevados propósitos. El Papa Francisco con sus mensajes puso el dedo en la llaga de la corrupción y las graves injusticias que existen en México, pero también animó a los que sufren para conservar la esperanza y a luchar por la propia superación. Que esta Cuaresma nos convierta a todos en mejores cristianos, para convertir a México en un lugar mejor. Así sea.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán