HOMILÍA
VII DOMINGO DE PASCUA
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
57º JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Ciclo A
Hch 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20.
“Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbesik úuchil u bin ka’ana Ki’ichkelem Yuum. Jesús bin kutaal tu tséel Yuumtsil, chen ba’ale’ tu ya’alaj ti’an éetele’ tu láakal k’iino’ob tak tu xul yóok’ol kaab. Ma’ cha’ik saajkil waa Leti’e ti’an ichilo’one’ té k-mu’ukia’ bey xan u mu’ukia’ yóok’ol kaab. Ma’ u tu’ubul te’ex a ka’anske’ex yéetel a okja’ate’ex tu láakal máax oksaooltik Cristo.
Muy queridos hermanos, les saludo con el mismo afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en esta solemnidad de la Ascensión del Señor.
En este tercer domingo del mes, los obispos de México exhortamos a todos los fieles a orar por la democracia y la participación ciudadana. Estas realidades contribuyen al fortalecimiento de la paz.
Hoy celebramos la 57º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, por lo que felicitamos a todos los que trabajan en esta área, tan importante en nuestros días, en un mundo totalmente globalizado.
No bastaron tres años de convivencia intensa de los apóstoles y los demás discípulos con Jesús, estando a tiempo completo con el, escuchando sus predicaciones y las enseñanzas que les daba en privado; ni bastaron los cuarenta días durante los cuales el Resucitado se les aparecía y les explicaba tantas cosas; no bastaron, porque todavía en el instante en que Jesús iba a ascender a los cielos le preguntaron si en ese momento es cuando iba a restablecer la soberanía de Israel.
El Mesías venía con una misión cien por ciento de orden espiritual, pero esto no lo podrían entender sino hasta recibir al Espíritu Santo en Pentecostés. Igual nosotros, nunca podremos comprender las enseñanzas de Jesús, mientras no nos abramos para recibir al Santo Espíritu, el cual nos ayuda a poner los éxitos y el bienestar humano en un segundo lugar, así como a buscar en primerísimo lugar el amor a Dios y el amor al prójimo.
Los cristianos hemos de conservar tres convicciones indispensables para una fe plena y auténtica:
1) Por una parte, que Jesús, aunque ascendió a los cielos, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. De acuerdo a esta promesa de Jesús, él siempre ha estado y estará con la Iglesia, con cada creyente al alcance de nuestro corazón, como el mejor de los amigos. Nuestros pecados no lo han alejado nunca en forma definitiva, de este modo, va tendiendo la mano al que cae dándole una nueva oportunidad; de esto hemos de concluir también que un creyente nunca estará sólo y que la Iglesia que el Señor fundó continúa siendo siempre la misma.
2) La segunda convicción que nos debe animar y dejar siempre atentos es su promesa de regresar, y por eso no hay petición más hermosa que la que hacemos dentro de la Eucaristía diciendo: “Ven, Señor Jesús”. Entonces, sin desesperarnos a causa de todas las cosas terribles que suceden en el mundo, la situación de los migrantes, la violencia y las guerras, la trata de personas, la destrucción de la naturaleza y todo tipo de injusticias o abusos, hemos de vivir en la esperanza alegre del día del retorno del Señor, sea por nuestra muerte personal o por el fin del mundo.
3) La tercera convicción es que no podemos estar como se quedaron los discípulos en el día de la ascensión, mirando al cielo; más bien tengamos presente la llamada de atención de los ángeles: “Galileos, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo?” (Hch 1, 11). Esa llamada de atención la hacen aún hoy a nosotros los verdaderos ángeles; en cambio, los falsos ángeles son los que algunos veneran y suponen que les van a resolver cualquier tipo de problemas. El verdadero culto a los ángeles nos hará empeñarnos en poner nuestro esfuerzo personal para resolver nuestros problemas y para dar un continuo servicio al bien común. Cuidado con las personas que hasta nos dan nombres de los ángeles, para rendirles un culto que es pagano, que la Iglesia siempre ha rechazado.
Esta celebración de hoy debe conducirnos a hacer la misma petición que san Pablo hacía, tal como lo dice hoy: “Pido al Señor que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento” (Ef 1, 18). No confundamos el optimismo con la verdadera esperanza, para que esta virtud teológica no se detenga y se aferre a los bienes temporales, porque esa no es la esperanza que nos ganó Jesús con su muerte y resurrección.
La verdadera y plena esperanza la tenemos en la doble ancla que tiene nuestra Iglesia y toda la humanidad, ancla que no fue echada a lo profundo del mar, sino a lo alto del cielo: Cristo Jesús, que ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, y su Madre santísima, que está de pie a la derecha de Jesús, como lo dice el salmo (44, 10).
Nuestro llamamiento es para llegar, con Jesús y María, a la presencia del Padre, como al presente han llegado ya miles y millones de hermanos nuestros. Cristo fue constituido cabeza de la Iglesia, y nosotros, que somos cuerpo de Cristo, caminemos en la seguridad que nos da esa doble ancla.
Dice el evangelio que los apóstoles, en este momento previo a la ascensión de Jesús a los cielos, se postraron ante él, pero dice también que algunos titubeaban. Eso no nos debe extrañar, pues los discípulos conocían perfectamente la condición humana de Jesús, además de que estaban muy arraigados en la fe de Israel en la existencia de un Dios verdadero. Luego fueron poco a poco ‘digiriendo’ el misterio de la Santísima Trinidad y el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, el cual, sin dejar de ser Dios, asumió la naturaleza humana.
Fue hasta el primer concilio de la Iglesia, cuando quedaron plenamente definidos estos sagrados misterios. La Iglesia, bajo la guía e iluminación del Espíritu Santo, ha ido poco a poco asimilando y definiendo los misterios de la salvación en cada uno de los veintiún concilios de la historia hasta el día de hoy, pues cuando la Iglesia reunida en concilio define una verdad de fe, ya nadie la debe dudar.
También el evangelio de hoy según san Mateo, en los últimos versículos, nos trae el envío y la misión de la Iglesia: “Vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Por eso constantemente tenemos de recordar que somos una Iglesia en salida, y aunque respetemos a cada uno en su forma de ser y de pensar, sin embargo, no podemos dejar de cumplir la misión que nos dejó el Señor, ni ‘abaratar la mercancía’ para que nadie se aleje, pues estamos llamados a ser fieles a Cristo, no al mundo.
Esta tarea de la Iglesia también pertenece a la Iglesia doméstica, es decir, a cada hogar cristiano, donde los padres están llamados a mantener a sus hijos en las verdaderas enseñanzas del Señor.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán