Homilía Arzobispo de Yucatán – V Domingo de Cuaresma Ciclo C

V Domingo de Cuaresma

Ciclo C

Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11.

 “Aquel de ustedes que no tenga pecado,

que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7)

 

Muy queridos hermanos y hermanas, estamos celebrando el XXV aniversario del movimiento “Encuentro Matrimonial Mundial” dentro de nuestra Iglesia Arquidiocesana en Yucatán, y podemos ver a nuestro alrededor lo que ha venido sucediendo desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días; poco a poco la sociedad ha ido caminando en un rumbo totalmente opuesto al plan de Dios para la vida matrimonial.

Cada vez se ve con más naturalidad el divorcio, que en otro tiempo era un escándalo total. Ahora es grande el número de los que se divorcian, más aún, es grande el número de aquellos que no entran en vida matrimonial, porque no creen en el sacramento, porque no creen que sea posible vivir juntos toda la vida hasta que la muerte los separe o también simplemente por miedo a lo que pudiera suceder.

¿Qué es lo que hay dentro del “Encuentro Matrimonial”? Este encuentro es un regalo del Espíritu Santo para nuestra época. Ahora es cuando se necesita un carisma semejante. ¿Cómo son los miembros del “Encuentro Matrimonial”? ¿Qué es lo que les hace asociarse a este movimiento? Sus integrantes son hombres y mujeres unidos en santo matrimonio que creen que este sacramento es algo santo, sagrado; que han puesto toda su confianza en el Señor, y que saben que con la gracia de Dios pueden continuar y perseverar en la alianza que hicieron el día que se unieron en matrimonio. También creen en la santidad del sacramento del orden sacerdotal y en la intersacramentalidad que existe entre ambos.

Me decía una persona del Encuentro: “Tu sacerdocio no tendría sentido sin nuestro sacramento; y nuestro sacramento no podría existir sin el tuyo”. Dos sacramentos que se requieren recíprocamente. Por eso me gozo de ver la fraternidad que existe entre los matrimonios de este movimiento y los sacerdotes. Así como reconocen sagrada su unión matrimonial, valoran y aprecian el don del sacerdocio y se sienten verdaderos hermanos de aquellos que han hecho una consagración distinta.

¿Qué más hay en el “Encuentro Matrimonial”? Hay también la convicción de que, aunque cuentan con la gracia de Dios, con la bendición del sacerdote y con los sacramentos, también tienen que poner inteligencia para construir la relación matrimonial. Alguien se sorprendía de que un matrimonio se hubiera separado: “¿pero cómo, si estaban bien enamorados cuando se casaron?” No basta estar enamorados para continuar y perseverar. El enamoramiento hay que construirlo día con día; la alianza matrimonial no es algo que se pueda dejar a la buena de Dios, como dicen: “que Dios los va a cuidar”, “que Dios los va a proteger”. Sí, pero ¿ustedes qué van a hacer? Tienen que poner algo de su parte para que esto funcione. No todo se puede dejar a lo que Dios haga en favor de ustedes.

Y en esto cree el “Encuentro Matrimonial”, en darse tiempo el uno para el otro. En la actualidad muchos matrimonios se justifican de no poder convivir porque hay tantas demandas de parte del trabajo, de parte de los amigos o las amigas, tantas situaciones que invitan a los matrimonios a vivir cada uno por su lado. En algunos lugares se ponen de acuerdo los esposos para que un día de la semana cada quién se vaya con sus amigos. El amor no puede tener vacaciones, la relación matrimonial no puede tampoco reducirse a un medio tiempo. El matrimonio que no se construye cada día se va destruyendo y deteriorando poco a poco.

Los miembros del “Encuentro Matrimonial” saben que se impone la necesidad de un diálogo constante y de un compartir el máximo de tiempo juntos, de tener también la frecuencia del pensamiento el uno con el otro; compartir el diálogo constantemente, pero no como algunos piensan, que dialogar es ver quién gana de los dos con las ideas más convincentes, o que solo hablan de números. El verdadero diálogo constante tiene que ser tratando de interiorizar el uno en el otro: “quiero que me escuches y sepas cómo me siento con lo que hoy he vivido, y quiero escucharte a ti, me interesa conocer tus sentimientos”. Y respetar los sentimientos, no juzgarlos; sin decir: “esto no lo debes sentir” o “esto si está bien”. Los sentimientos se respetan y se tratan de valorar y de tomar en su justa medida hasta donde sea posible calar el alma del otro para comprender cómo está viviendo la experiencia; aunque los dos la hayan vivido, los sentimientos que se mueven en el interior de la persona son siempre peculiares, y al compartirlos se construye la unidad, se fortalece la relación. Ustedes conocen el instrumento del diálogo, pero no cualquier diálogo es indispensable para crecer en la relación.

¡Qué tiempos tan amenazantes estamos viviendo para la vida matrimonial! También para los discípulos de Cristo, es tiempo de salir, de ir en búsqueda de los hermanos que se han alejado y decirles: “Ven, la Iglesia tiene algo que ofrecerte, algo que proponerte que te puede ayudar, no solamente a que perdure tu matrimonio sino que se mantengan felizmente unidos.” Tú puedes ser para tu pareja, para tu esposo o esposa, el cireneo que es necesario para que nos ayude a cargar la cruz. Puede serlo, no reprimas lo que vives, lo que sientes, lo que experimentas; juntos deben ayudarse el uno al otro con su cruz. Eso es parte de lo que se vive en el “Encuentro Matrimonial”.

He descrito ya de alguna manera, la situación de la vida matrimonial hoy en nuestro tiempo, pero en los tiempos de Jesús las cosas eran muy distintas a lo que son ahora. En aquel tiempo, la cultura judía exigía total fidelidad y perseverancia para siempre, pero solamente a la mujer. No habían exigencias para el hombre y era gravísimo e imperdonable que una mujer le fallara a su esposo. La ley de Moisés ordenaba apedrear hasta morir a una mujer acusada de adulterio. Démonos cuenta de que la santísima Virgen María corrió el riesgo al aceptar y decir “Sí” al ángel Gabriel, quedando embarazada, pues estaba en riesgo de ser acusada por la ley de Moisés.

A Jesús le llevaron una mujer en esta condición, misma que ha sido encontrada en flagrante adulterio. Quiero subrayar que Jesús había pasado la noche en el Huerto de los Olivos en oración y al amanecer, llegó al templo para enseñar al pueblo. Ha fortalecido esa relación y diálogo con el Padre; pues también es necesario el diálogo con Dios, no solamente entre nosotros. Luego Jesús se fue a enseñar en el templo y le vinieron a proponer este caso: “Maestro, Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?” (Jn 8, 4-5). Ellos estaban seguros de que el Señor caería en una trampa, porque si el decía: “hay que perdonarla”, lo acusarían de que iba en contra de la ley mosaica; y si decía: “hay que apedrearla” le cuestionarían: “¿Entonces dónde está la misericordia que predicas?”

Parecía que no tenía escapatoria, pero Jesús les permite apedrearla: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Hizo recapacitar a todos sobre su persona y sobre su condición de pecadores; haciendo que todos se retiraran dejando el papel de jueces inquisidores, y se quedó sólo con la mujer. Jesús se enderezó y le dijo a la mujer: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie Señor”. Y Jesús le dijo: “tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar” (Jn 8, 10-11).

Es el Señor que quiere encontrarnos, no para condenarnos, sino para sostener estos diálogos de misericordia. No olviden los mienbros de este movimiento de “Encuentro Matrimonial” que no basta el diálogo entre ustedes, o con el sacerdote, por más productivo que éste sea; también es indispensable el diálogo con Dios nuestro Padre y con nuestro Señor Jesucristo, para poder beber de la fuente de la misericordia y ofrecerla a todo el que la necesite. ¡Y cuántas veces se necesita en la relación matrimonial la misericordia para continuar adelante! Los que perseveran no son los que estaban más enamorados al momento de casarse, sino que son aquellos que además de confiar en Dios y de utilizar todos estos elementos que nos ofrecen las ciencias modernas, también beben de esa fuente de misericordia que es Dios nuestro Señor, para poner amor en la relación.

Los que se quieren tienen que perdonarse continuamente, solamente mediante el perdón una relación puede perseverar. Hoy en día está de moda el pensamiento individualista, egoísta, de que “te voy a aguantar pero todo tiene un límite, te lo advierto” y nosotros mas bien nos comprometemos a abrazar la cruz, ustedes dentro del matrimonio y nosotros dentro del sacerdocio, no para llevar una vida cómoda y sencilla, sino para sobrellevar la carga de esa cruz y perdonar todo lo que se deba de perdonar; pero al mismo tiempo gozar todo lo que se pueda gozar.

Para los grandes sufrimientos, cansancio y enfermedades del mundo moderno, la mejor medicina para un hombre es su esposa y la mejor medicina para una mujer es su esposo; es el remedio que Dios te ha concedido, sin divinizar a tu pareja, pensando que Dios te lo ha puesto como cireneo para el camino. Y pensar que para seguir cumpliendo con tu papel dentro del matrimonio, es necesario beber de la fuente de la misericordia en el diálogo con Dios nuestro Señor.

Que la santísima Virgen María, quien sostenía esos diálogos profundos con su Hijo, con el Padre y con el Espíritu Santo, y ahora está en contemplación eterna, nos ayude a nosotros para crecer siempre en el diálogo con Dios, en el diálogo con los hermanos y particularmente en el diálogo matrimonial.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán