HOMILÍA
DOMINGO DEL TIEMPO DE NAVIDAD
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Ciclo B
Is 55, 1-11; 1 Jn 5, 1-9; Mc 1, 7-11.
“Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias” (Mt 3, 14).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’íinbensik u k’iinil u okja’ Yuumtsil, u dso’ok k’íin Navidad yéetel u yáax domingo’ u k’iinil súukil liturgia’. Ko’one’ ex dsáik nib óolal ti’ Yúum Kue’ ti’olal k-okja’ yéetel ko’one’ex payalchi’ bejla’e’ ti’olal k-padrinos. K’áasike’ex yéetel ko’one’ex táajsik tukul le k’íin taj béeta’ u paal Yuum Kue’.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este día en que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, último día del Tiempo de Navidad y primer domingo del Tiempo Ordinario de la liturgia.
Recordemos hoy quiénes son los padrinos que nos llevaron a la pila bautismal, junto con nuestros padres, y tengámoslos presentes en esta Eucaristía, a los difuntos para pedir para ellos la gloria eterna, y a los vivos, para pedirle al Señor para ellos toda clase de bendiciones. Tengamos todos presente la fecha de nuestro bautismo y hagamos fiesta en el corazón en ese día.
El agua es el signo principal en el sacramento del Bautismo. En la actualidad, más de mil millones de personas viven en regiones con escasez de agua, y en el año 2025, podrían llegar a ser tres mil quinientos millones de seres humanos quienes sufran la escasez del vital líquido. Ya ha habido en algunos lugares episodios de guerra por el agua debido a su privatización, ¡y hace poco el agua comenzó a ser cotizada en la bolsa de valores! Sabemos, como lo dicen estudios realizados en nuestro Estado, que gran parte de nuestra agua potable está en riego de contaminación.
En su reciente Encíclica “Fratelli Tutti” (Hermanos todos), el Papa Francisco nos ha llamado a cuidar el agua, aunque nosotros tengamos suficiente. Dice el núm. 117: “Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras.”
Desde antiguo en Israel, lo mismo que en otros pueblos, el agua ha sido un elemento ritual que recuerda al ser humano su propia vida y su limpieza espiritual. Antes de la llegada de Cristo, hubo un fuerte movimiento espiritual en el judaísmo, además que algunos predicadores se caracterizaron por significar el arrepentimiento de quienes los escuchaban bautizándolos. El más grande y famoso de todos estos predicadores fue Juan el Bautista, el pariente de nuestro Señor, cuyo nacimiento, misión y muerte estuvieron en relación directa e inmediata de Jesús.
Los profetas y diversos pasajes del Antiguo Testamento nos hablan del agua como signo de la salvación de Dios: como el signo de Noé y su familia, salvados en el arca que prefiguraba a la Iglesia, de la inundación por el diluvio universal; como el paso de Israel por en medio de las aguas del mar Rojo; como el paso del pueblo por las aguas del Jordán; o como el agua que el Señor que hizo brotar de la roca en el desierto dando de beber a todo su pueblo.
También el profeta Isaías, en su pasaje del día de hoy nos repite la invitación divina: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua” (Is 55, 1). Luego nos habla de la eficacia de la Palabra comparándola con la eficacia del agua y la nieve que caen del cielo. En el Salmo responsorial, que hoy es tomado también del profeta Isaías (Is 12), proclamamos todos: “Sacarán agua con gozo de la fuente de la salvación”.
En la segunda lectura de hoy, san Juan habla de los tres testigos de Jesucristo, ya que en Israel era ley acompañar una declaración con el testimonio de dos o tres testigos, entonces los testigos que acreditan a Jesús como Hijo de Dios y Mesías son: el Espíritu, el Agua y la Sangre. En el bautismo de Jesús estuvo presente el agua como testigo, haciéndose también presente el Espíritu en forma de paloma que voló y se posó sobre él; posteriormente el agua también estaría presente en la cruz, brotando del pecho de Jesús luego de la sangre.
El Padre de la Iglesia san Gregorio de Nacianzo, arzobispo de Constantinopla, que era llamado “el Teólogo”, por sus grandes enseñanzas, en el siglo IV de nuestra era, describe así la escena del Bautismo del Señor, misma que hoy escuchamos en el evangelio:
Cristo es hoy iluminado, dejemos que esta luz divina nos penetre también a nosotros; Cristo es bautizado, bajemos con él al agua, para luego subir también con él.
Juan está bautizando, y Jesús acude a él; posiblemente para santificar al mismo que lo bautiza; con toda seguridad para sepultar en el agua a todo el viejo Adán; antes de nosotros y por nosotros, el que era espíritu y carne santifica el Jordán, para así iniciarnos por el Espíritu y el agua en los sagrados misterios.
El Bautista se resiste, Jesús insiste. Soy yo quien debo ser bautizado por ti, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el más grande entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda creatura, el que había saltado de gozo ya en el seno materno al que había sido adorado también en el seno de su madre, el que lo había precedido y lo precederá al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo quien debo ser bautizado por ti; podía haber añadido: «Y por causa de ti.» Él, en efecto, sabía con certeza que recibiría más tarde el bautismo del martirio y que, como a Pedro, le serían lavados no sólo los pies, sino todo su cuerpo.
Pero, además, Jesús sube del agua; lo cual nos recuerda que hizo subir al mundo con él hacia lo alto, porque en aquel momento ve también cómo el cielo se rasga y se abre, aquel cielo que Adán había cerrado para sí y para su posteridad, como había hecho que se le cerrase la entrada al paraíso con una espada de fuego.
El Espíritu atestigua la divinidad de Cristo, acudiendo a él como a su igual; y una voz bajó del cielo, ya que del cielo procedía aquel de quien testificaba esta voz; y el Espíritu se apareció en forma corporal de una paloma, para honrar así el cuerpo de Cristo, que es también divino por su excepcional unión con Dios. Muchos siglos atrás fue asimismo una paloma la que anunció el fin del diluvio.
Hasta aquí las palabras de san Gregorio.
Tengamos presente que el único valor que tenía el bautismo de Juan era el de ser figura del Bautismo que luego traería Jesús, y que en sí mismo no tenía valor salvífico, sino puramente simbólico, que a la vez significaba el arrepentimiento de los que lo recibían. ¿Por qué lo recibió Jesús, siendo Dios, siendo el Salvador? Lo recibió como signo de solidaridad con la humanidad pecadora, por eso bajará con todos los pecadores a las aguas del Jordán, por eso también aceptará morir en medio de dos malhechores. Además, esto tiene un mensaje teológico, porque baja al agua para darle ese poder salvífico que querrán recibir todos los que creen en él, mediante el nuevo Bautismo.
Así como el Niño fue una epifanía, manifestación de Dios en carne humana para los Magos, que representaban a todas las naciones, ahora el Bautismo es una nueva epifanía del Mesías, palabra que viene del hebreo y significa: “ungido”; del Cristo, palabra que viene del griego y que significa lo mismo: “ungido”. Hasta entonces sólo era conocido como Jesús de Nazaret, pero ahora comenzará a ser reconocido como Jesús el Cristo, Jesucristo. La escena del Bautismo de Jesús es también epifanía de la Santísima Trinidad, porque se escuchó la voz del Padre, y porque se vio al Espíritu Santo descender sobre él en forma de paloma.
Y la voz del Padre dijo: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias” (Mc 1, 11). Así que es el Padre quien manifiesta quién es ese que ha pedido a Juan que lo bautice. La próxima vez que acudas a la celebración de un bautismo, mira con los ojos de la fe, que sobre el bautizado desciende el Espíritu, y escucha con oídos de fe que el Padre manifiesta las mismas palabras: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.” Pregúntate ahora ¿cómo estoy viviendo?, ¿cómo son mis pensamientos, mis palabras, mis obras?, ¿son de la complacencia de mi Padre Dios?
Hoy en la fiesta del Bautismo del Señor, luego en la noche de Pascua, y después en el aniversario de tu bautismo, encontramos tres momentos muy oportunos para renovar y actualizar tu compromiso bautismal, para que tu vida sea de la complacencia del Padre, nuestro buen Padre Dios, dejándote guiar por su Santo Espíritu.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán