Homilía Arzobispo de Yucatán – II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

HOMILÍA
II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
1 Sam 3, 3-10. 19; 1 Cor 6, 13-15. 17-20; Jn 1, 35-42.

“Vieron dónde vivía y se quedaron con él” (Jn 1, 39).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich Maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U T’aan Yúum Kue’ bejla’e’ Ku ya’alik to’on yo’olaj le kuxtal ku t’aanko’on Kue’. Yuumtsile’ ku t’aanko’on tuláaklo’on ti’al betiké Kili’ich kuxtal, chen ba’ale’ yaan Kilich kuxtalí jach nojoch je’e bix le máax ku bisik Ma’alob Péektsil. Yuumtsile’ ku yéeyik yeetel Ku t’aaník le máax u k’áate’, la’aili yaan mejen palalo’ob, yabach tené táankelen xi’ipalalo’ob wa nojoch máako’ob. Ko’one’ex u’uyik u T’aan.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este segundo domingo del Tiempo Ordinario de la liturgia, recordando que el primer domingo lo ocupó el Bautismo del Señor.

Qué poca es la gente que comprende lo que es la vocación sacerdotal, o la vocación a la vida consagrada. Es muy normal que los ateos o la gente de otra religión, no entienda estas vocaciones dentro de la Iglesia. Pero lo que nos puede parecer extraño y en realidad es bastante común que muchos bautizados no entienden lo que es la vocación.

Desde la forma en que nos cuestionan lo podemos deducir, pues le preguntan al seminarista: “¿Por qué te metiste ahí?”; peor aún, recuerdo a un excompañero de la secundaria que me preguntó un día que me vio pasar: “¿Cuánto te pagan por estar ahí?”, y se quedó muy sorprendido cuando le respondí que nosotros tratábamos de pagar, al menos un poco, de lo que el Seminario invertía en nuestra formación. De igual modo a los padres no falta quién les pregunté: “¿Por qué quiso ser sacerdote?”, o a las religiosas: “¿Por qué te hiciste monjita?”.

Esta respuesta sólo se puede entender desde la fe, y no se le puede explicar a quien no cree o no conoce lo que es el llamado de Dios. Si no entienden esta vocación, mucho menos entenderán que a todos los bautizados el Señor nos llama a vivir en santidad (“Ustedes deben ser santos, porque yo soy santo” – Lev 11, 45; Mt 5, 48; 1Pe 1, 16). No van a entender tampoco que el matrimonio y la eventual soltería son también una vocación. El sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio, la vida de soltero, son para el creyente una vocación dentro de la única gran vocación a la santidad.

Para el creyente no se trata entonces de elegir la carrera, así como el camino que más me gusta o más me conviene, sino de elegir el camino por el que estoy convencido que Dios me llama. En muchas escuelas tienen el departamento de orientación vocacional, y tantas veces quienes lo dirigen, o los alumnos que ahí acuden, no han entendido lo que significan los términos “orientación vocacional”.

La palabra “vocación” viene del latín y significa “llamado”. Si no eres creyente pensarás en el llamado de la naturaleza, de mi inteligencia o de mis conveniencias o gustos; pero si eres creyente, verás que significa el llamado que Dios te hace para servirlo a Él y a tus hermanos desde un estilo de vida o de una profesión.

Algunas veces me han preguntado algunos buenos muchachos: “Padre, ¿cómo puedo saber y estar seguro si Dios me llama a la vida sacerdotal?”. Yo les he contestado que si me lo están preguntando es porque Dios no los está llamando, al menos no todavía. Haciendo oración diaria, todos los creyentes, especialmente los jóvenes, debemos preguntarle al Señor: “¿Qué quieres de mí?”

Para que un joven o una joven se enamore no es necesario explicarle nada, y cuando se enamora no sabrá explicar por qué se enamoró de esta muchacha o de este muchacho, aunque no se trate del más galán o de la más hermosa. Como decía Blas Pascal: “Razones hay del corazón que no entiende la razón”. Algo parecido podemos decir de la fe, pues: “Razones hay de la fe que no entiende la razón”. En todo caso, experimentar la vocación religiosa o sacerdotal se asemeja un poco a la experiencia del enamoramiento. Tengamos claro que la vocación será siempre un misterio de Dios.

En el santo evangelio de hoy, según san Juan, tenemos el caso de los primeros discípulos que Jesús llamó. La primera lectura, en este caso tomada del Primer Libro de Samuel, nos presenta el relato de la vocación de Samuel. Como siempre, en el Tiempo Ordinario de la liturgia, la primera lectura va brincando de un libro a otro del Antiguo Testamento, con un pasaje que esté en armonía con el tema del Evangelio.

Andrés y Juan era discípulos de Juan el Bautista, pues frecuentaban su enseñanza. Ellos estaban siendo llamados interiormente por Dios a una vida mejor. No eran llamados por el Bautista, sino que reconocían en sus palabras la voz del Señor. Por eso, cuando Juan el Bautista ve pasar a Jesús y les dice: “Este es el Cordero de Dios”, ellos dejan a Juan y siguen a Jesús.

Es muy profundo el adjetivo que Juan le pone a Jesús, pues lo llama “Cordero de Dios”. Cada pascua, los judíos inmolaban un cordero por familia, para recordar la liberación de la esclavitud de Egipto. Además, todos los días se inmolaban en el templo de Jerusalén cientos de corderos. Ahora se trata del “Cordero de Dios”, así que éste es un anuncio del sacrificio de Jesús en la cruz, el único que trae la verdadera liberación del pueblo de Dios, el único sacrificio que desde entonces se habría de ofrecer a Dios. Por eso el sacerdote en cada misa presenta la hostia consagrada diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

“Maestro, ¿dónde vives?”, es lo que preguntan Andrés y Juan a Jesús cuando les pregunta lo que buscan. Entonces Jesús le dice: “Vengan a ver” (Jn 1, 38-39), y se pasaron con él toda aquella tarde. Juan, el apóstol y evangelista que vivió esta experiencia, recuerda hasta la hora del llamado: “Eran como las cuatro de la tarde”. Al igual que los enamorados, los llamados recordamos tantas experiencias íntimas de nuestro seguimiento a Jesús.

Andrés de inmediato le comparte a su hermano Simón su encuentro con Jesús, y al día siguiente lo lleva con él. Jesús “fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás ‘Kefás’ (que significa Pedro, es decir ‘roca’)” (Jn 1, 42). Juan escribió su evangelio en griego, porque lo dirigió a gente de habla griega. El llamado de Jesús a Simón-Pedro está implícito en su mirada, pues fijó en él su mirada, y en su misión de convertirse en roca que ha de sostener la Iglesia que Cristo construirá.

Ahora bien, ¿cuál es la edad en la que el Señor te puede llamar a una vocación especial? La verdad es que no hay una edad determinada para que el Señor nos llame. Recordemos que nuestro padre Abraham recibió su llamado a una vida nueva a los ochenta años; Moisés lo recibió a los sesenta y diversos santos fueron llamados al sacerdocio o a la vida religiosa ya cuando eran adultos. Pero quizá nos resulte más difícil a todos entender la vocación en los adolescentes y más aún en los niños.

Sin embargo, la lista de santos adolescentes y niños es numerosa a lo largo de la historia de la Iglesia, y todavía en el año 2006 fue beatificado Carlo Acutis, el cual contaba apenas con quince años de edad. La primera lectura de hoy nos narra el llamado que Dios hizo a Samuel en su niñez. Antes el libro nos narraba su prodigiosa concepción y nacimiento de una mujer estéril, la cual tuvo luego otros hijos. Ana se llamaba su madre, quien, agradecida cuando destetó al niño, lo llevó al templo para dejarlo al servicio de Dios. Alguien podría decir que eso fue una injusticia y que eso no es una vocación, pero un creyente y aún una madre creyente, puede entender lo que significa la gratitud para con Dios.

Además, el texto nos habla de cómo luego el niño recibió personalmente el llamado que Dios le hizo. Fueron tres veces que Samuel despertó una noche escuchando el llamado de Dios, pero creyendo que era el sacerdote Elí quien lo llamaba. En cada ocasión el niño fue a la recámara de Elí atendiendo al supuesto llamado. Al darse cuenta Elí de que era el Señor quien lo estaba llamando, le indicó cómo debía contestar si volvía a escuchar aquella voz. Cuando por cuarta ocasión le llamó el Señor por su nombre, él respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha” (1 Sam 3, 10). Con esas mismas palabras podemos responder nosotros, o con las palabras del Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

No nos cerremos a la posibilidad de que Dios pueda llamar a un niño pequeño o adolescente. Tomemos en serio las expresiones religiosas y los valores que tantas veces nos enseñan los niños.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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