Homilía Arzobispo de Yucatán – XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
III JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.

“Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 19).

 

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ táan kiinbensik u ox p’éel kíin u lakal óotsililo’ob, túux ku ya’alik to’on Papa Francisco ti’ tu lakal católicos yéetel ti’ tuláakal máaxo’ob yaan ti’ob jun p’éel ma’alob toj óol utial ka nadsko’ob ti óotsililo’ob yéetel ka kanbanako’on ti’ le jach ma’alo’ob alab óolo’ob yéetel le much antajo’ob súuk ichilo’ob.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, penúltimo domingo del Año Litúrgico y día de la “Jornada Mundial de los Pobres”. Esta es la tercera ocasión que celebramos esta jornada convocada por el Papa Francisco.

En palabras del Sumo Pontífice: “Esta jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción solidaria, como signo concreto de fraternidad” (Mensaje del Santo Padre para la I Jornada Mundial de los Pobres, 2017).

La intención fundamental de esta jornada es motivarnos a tener cercanía física y espiritual con nuestros hermanos más pobres, sabiendo que éstos nos evangelizan con su manera sencilla y llena de esperanza de ver la vida. De hecho, el lema para esta tercera jornada es el siguiente: “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”. En varias parroquias de Yucatán se tendrán retiros espirituales o charlas sobre este tema de la Jornada Mundial de los pobres. Ojalá que todos y cada uno de nosotros tengamos hoy o durante esta semana alguna acción de cercanía con nuestros hermanos más pobres.

Es equivocada y muy injusta la idea que algunos han expresado diciendo que los pobres son pobres porque son flojos. Podríamos decir con certeza que existen riquezas fundadas en la injusticia, en la corrupción o en los crímenes. Otras riquezas en cambio, suponen mucho esfuerzo, trabajo honrado y además implican haber tenido oportunidades de estudio y superación, así como otras circunstancias que han favorecido el enriquecimiento.

Los pobres en general no han podido conseguir trabajo o tienen un salario que, aunque sea legal, es injusto porque no les permite tener una vida digna. En 1891 el Papa León XIII en su Encíclica “Rerum Novarum”, decía que el salario de un trabajador, aún el de un obrero, debía ser suficiente para sostener a su familia y darle una vida digna, evitando el trabajo de la mujer, de los niños y de los ancianos, que en aquel tiempo trabajaban por igual.

Entremos al tema del trabajo con la segunda lectura de hoy, no sin antes recordar que hay muchos trabajos valiosos y dignos, que ni siquiera tienen asignado un sueldo, como el de las amas de casa cuya labor no termina en todo el día; o el estudio de los estudiantes que realmente se esfuerzan y se dedican a su superación académica. En la Segunda Carta a los Tesalonisenses san Pablo enseña a estos cristianos el valor del trabajo, pues algunos de ellos habían dejado de trabajar, con el pretexto de que la segunda venida de Cristo era ya inminente.

El Apóstol apela a su propio ejemplo, pues entre ellos trabajó con sus propias manos para conseguir su sustento. Él sabía que tenía derecho absoluto de vivir de la predicación, como los demás Apóstoles, dedicándose él mismo en algunos lugares, de tiempo completo, a la tarea evangelizadora. Pero donde convenía, como en Tesalónica, se ponía a trabajar para mostrarles la dignidad y la santidad del trabajo.

Siendo yo seminarista, cada verano, durante varios años, conseguí un empleo para salir diariamente al trabajo, al igual que lo hacían mi padre y mis hermanos. También durante mis estudios estando en Roma, varios compañeros fuimos un verano a trabajar en una fábrica de automóviles en Alemania siendo ya sacerdotes. Más que ayudar a mis padres en sus necesidades, yo veía en el trabajo una oportunidad de conocer y valorar de primera mano, lo que significa el trabajo ordinario y santificador de todas las personas.

Dice san Pablo en este pasaje: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma. Y ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada y además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida” (2 Tes 3, 10-12).

En muchas familias hoy en día, los hijos son exigentes con sus papás, demandando lo que quieren o lo que creen necesitar, para luego no mostrar a sus padres la debida gratitud. Si no se les pone freno, esto es mal formar a los hijos, pues ellos deben saber que no siempre es posible tener lo que quieren o supuestamente necesitan. Hasta donde sea posible, los hijos deben colaborar al menos con los trabajos de la casa y, si las circunstancias lo permiten, contando con la edad requerida, un empleo los hará crecer en humanidad así como en solidaridad cristiana, al darse cuenta de lo que valen las cosas, teniendo además la oportunidad de colaborar y compartir.

En el evangelio de hoy, al escuchar Jesús que la gente ponderaba la solidez del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, les dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido” (Lc 21, 6). Ya sabemos como cristianos o al menos como gente sensata, que todo lo material es relativo y pasajero.

Quienes escuchaban a Jesús le preguntan cuándo sucedería esta profecía. Así Jesús aprovechó para anunciar que, antes de que él regrese, habrá guerras y distintas catástrofes, aunque no significarán el fin. También les advierte que no deben dar crédito a quien pretenda engañarlos presentándose como el Mesías. La verdad es que de todo eso ya hemos tenido bastante y seguiremos teniéndolo.

Luego les anunció las persecuciones que sufrirían por ser sus discípulos, y que incluso algunos serían martirizados por creer en él. Al respecto les dice: “Todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 17-19). Por supuesto que Jesús hablaba de la vida eterna.

Mensajes semejantes al de este evangelio según san Lucas, aparecían ya en los profetas. Así tenemos la primera lectura de hoy, tomada del Libro del profeta Malaquías, donde se habla del “Día del Señor”, en el que los soberbios y malvados serán como paja echada en el horno ardiente. Por otra parte, ese día significa salvación para la gente fiel. Dice el texto: “Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” (Mal 3, 20).

Todos nosotros estamos expuestos a pasar por desastres naturales y a vivir en las situaciones más violentas que podamos imaginar, como lo que sucedió en Culiacán o lo que le sucedió a la familia LeBarón; lamentablemente eso es la vida normal, y hay tantas tragedias de las que no debemos considerarnos exentos. Si nos persiguen, rechazan y calumnian por nuestras creencias o por nuestros valores, hemos de aceptarlo con fe, sabiendo que en otro tiempo y en otros lugares actuales, los cristianos han sufrido cosas mucho peores.

No temamos a la segunda venida de Cristo, la cual debe ser para los creyentes y fieles motivo de alegría, tal como lo expresamos hoy en el Salmo 97: “Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones”.

Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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