XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
2 Re 5, 14-17; 2 Tm 2, 8-13; Lc 17, 11-19.
“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19).
“Kimak in woll ta wetle’ex lake’ex, ta ta’anex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’an Jajal Dios, te domingoa, ku k’asikto’on, ka’abet u lak’lom tsaik’ nip’olal ti jaal Dios.”
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor.
Dar gracias por cualquier ayuda o servicio que nos dan, puede ser una simple fórmula de educación o puede ser esta fórmula respaldada por la convicción de que necesitamos de los demás; y puede además, ir acompañada con la intención de hacer sentir bien a la persona a la que le agradecemos; y entonces ese respaldo de nuestra convicción y esa intención de hacer el bien, nos hace sentir bien y nos hace crecer como personas. La fe añadida a la gratitud, le da una dimensión de santificación al reconocer la dignidad de hijo de Dios de la persona a la que agradecemos, pues crecemos en gracia ante Dios simplemente por decir gracias a nuestra hermana o hermano que nos ayudó en cualquier forma. Agradecer con autenticidad es una sencilla y clara forma de amar.
Hay quienes no agradecen a sus empleados ni a los servidores públicos porque dicen que para eso se les paga, y se crean ambientes muy desagradables y tensos donde no hay gratitud. En cambio donde hay gratitud los ambientes se humanizan y, si está la fe de por medio, se cristianizan.
Si tenemos el deber humano y cristiano de agradecernos mutuamente, también nuestra relación con Dios debe estar signada por la gratitud. Algunos piensan que rezar es solamente pedirle a Dios lo que necesitamos. Pero una oración completa e integral debe incluir cuatro elementos: adoración (o alabanza), deprecación (pedir perdón), súplica (o petición) y acción de gracias. Todos los días tenemos motivos para agradecerle al Señor, aún en los peores momentos de nuestra vida. La más grande celebración y liturgia sacramental de los cristianos es la santa Misa, que lleva entre otros nombres, el de Eucaristía, el cual significa “Acción de Gracias”.
La Palabra de Dios en este domingo nos habla de la gratitud para con el Señor. En la primera lectura tomada del Segundo libro de los Reyes, Naamán el sirio se muestra agradecido con el profeta Eliseo por haber sido curado de la lepra. Quiere colmar al profeta de regalos pero él no los acepta, para que quede bien claro que este prodigio se debe atribuir al Señor. Entonces Naamán pide permiso para llevar unos sacos de tierra para construir un altar donde ofrecer sacrificios al Dios verdadero. Su curación no sólo fue exterior sino sobre todo interior porque llegó a la fe, y quiere agradecer a Dios en el altar que construirá en su país (cfr. 2 Re 5, 14-17).
En el evangelio según san Lucas, diez leprosos le piden a Jesús que los cure. Jesús no los cura de inmediato sino que les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes. La ley mandaba que los sacerdotes comprobaran una eventual curación para dar al antes leproso el permiso de reintegrarse a la comunidad. Los leprosos se pusieron en camino todavía estando enfermos y durante el camino recibieron la curación. Ponerse en camino, aún sin estar curados, supone una fe inicial. Sin embargo sólo uno de los leprosos curados regresó para darle las gracias a Jesús, y éste era un samaritano. Los otros perdieron la oportunidad; pidieron, recibieron y no agradecieron. Sólo el samaritano llegó a la fe y sólo él se salvó recibiendo una salvación integral. Es por eso que Jesús dice al samaritano agradecido: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. (Lc 17, 19).
Otro extranjero, Naamán, era de Siria y este hombre del Evangelio era de Samaria, ¡cuántas veces gente que no es católica o ni siquiera cristiana nos da excelentes ejemplos que deberíamos imitar! En la curación de Naamán hubo un signo profético por el agua en la que Eliseo le mandó bañarse, prefigurando así el baño bautismal. En la curación de los leprosos hubo un signo profético al ser enviados a los sacerdotes, como cada pecador creyente que acude a los sacerdotes en busca del perdón. Pero no regresar a Jesús, Sumo Sacerdote, significó para los otros nueve continuar con la lepra interior de la ingratitud.
La gratitud es una virtud que se debe aprender y practicar desde el seno de la familia. Hoy estamos comenzando la ya tradicional “Semana de la Familia” en nuestra Arquidiócesis y en toda nuestra Provincia Eclesiástica (Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán). Durante esta semana, en los centros pastorales miles de personas se reunirán para reflexionar sobre el ser y la misión de la familia. El instrumento de reflexión durante esta Semana de la Familia será la Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris Laetitia” (La Alegría del Amor) del Papa Francisco.
Un Sínodo es la reunión de obispos de todo el mundo parar abordar algún tema importante para la vida de la Iglesia. Después de dos sínodos seguidos con un año de diferencia, donde obispos del mundo entero reflexionaron sobre los retos que la familia enfrenta en el mundo actual, y la forma en que la Iglesia debe acompañar pastoralmente a las familias, el Papa tomó las conclusiones de ambos sínodos como base para elaborar su exhortación.
El pasado mes de septiembre, liderados por el Frente Nacional de la Familia, miles de personas salieron a las calles en México para manifestarse sobre el tema de la familia. Los medios de comunicación no le dieron la justa dimensión a las marchas del 10 y del 24 de septiembre. En la primera, más de 1,200,000 personas en diferentes ciudades de México salieron a manifestarse en favor de la familia, según el plan de Dios; y en ese día fueron 22,000 los que se manifestaron en Yucatán. El grupo opuesto que se manifestó ese día en Yucatán era poco más de 300 personas. En la marcha del 24 en la Ciudad de México, se calcularon 400,000 personas de muchos lugares de México, mientras que el otro grupo llegaba apenas a 500 personas solamente. ¿Por qué los medios igualaron a ambos grupos en cada manifestación, como si fueran iguales en número? En esta ocasión los medios no fueron imparciales. Las cantidades de gente manifestándose fue un acontecimiento histórico, independientemente de la causa que los motivaba, y la verdad de este hecho tarde o temprano tendrá que trascender.
Muchos llamaron a estas marchas “el despertar de la clase media”. Hubieron en estos movimientos muchos católicos, pero también cristianos de otras Iglesias y gente de buena voluntad que comparte con nosotros la misma visión de la familia. Sin odios hacia quienes piensan diferente las marchas ante todo buscaron manifestar el desacuerdo con la ley de los así llamados, matrimonios igualitarios, y con el sistema educativo que busca imponer en los niños la Ideología de Género. Que Dios bendiga a nuestros hermanos homosexuales y que la ley proteja las sociedades de convivencia entre personas del mismo sexo. Pero afirmamos que no son los padres los que tienen derecho a los hijos, sino que son los niños los que tienen derecho y necesidad de tener papá y mamá para un crecimiento armónico.
De la segunda lectura de este domingo tomada de la segunda carta de san Pablo a Timoteo, tomemos dos frases muy útiles para nuestra vida y también para el tema que ahora hemos abordado: “La palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2, 9) y “Si nos mantenemos firmes, reinaremos con él” (2 Tim 2, 12).
Recomiendo a todos los que no asistan durante esta semana a los grupos de la “Semana de la Familia” que busque el documento Amoris Laetitia y lo lean con mucho fruto. Lo pueden encontrar en internet o en librerías católicas.
¡Dios bendiga a todas las familias de Yucatán! ¡Que tengan todos ustedes una feliz semana! ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán