Homilía Arzobispo de Yucatán – XXIV Domingo Ordinario Ciclo C

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

Ex 32, 7-11.13-14; 1 Tm 1, 12-17; Lc 15, 1-32.

“En el cielo habrá más alegría

por un pecador que se convierte” (Lc 15, 7).

“Kimak in woll  ta wetle’ex lake’ex, ta ta’anex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’an Jajal Dios, te domingoa, ku yalikto’on, yam kimakwoolal te ka’no’ tumen juuntul maak ku p’atik u k’eban.”

[Muy queridos hermanos de habla maya, les saludo con afecto. La Palabra de Dios en este domingo nos dice que hay alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente.]

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre. En este Año de la Misericordia Dios nos llama a gozar de su amor y a ser ministros de su misericordia; es decir, a ser portadores de la misericordia divina para nuestros hermanos. Esto es esencial para los discípulos de Cristo. No se trata de un llamado nuevo, sino de un llamado que este año ha querido sonar más fuerte, y que seguirá resonando cuando termine este año jubilar, para siempre en los oídos de cada cristiano, para siempre en la vida de la Iglesia.

Dice san Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de su primera carta a Timoteo: “Cristo Jesús me perdonó, para que… sirviera yo de ejemplo”      (1 Tm 1, 16). El mejor predicador de la misericordia, es el que se reconoce a sí mismo como objeto de la misericordia divina. San Pablo con toda humildad y gozo recordó siempre su pasado, no para amargarse, sino para gozarse en el amor misericordioso de Dios en su favor.

En la primera lectura, Moisés pareciera ser más misericordioso que Dios nuestro Señor, porque intercede por el pueblo para que Dios no lo castigue, poniéndose en medio entre Dios y su pueblo. Pero es Dios mismo el que ha transformado el corazón de Moisés para convertirlo en un pastor según su corazón. Los pastores de hoy, el obispo y sus sacerdotes, hemos de interceder invocando la misericordia divina sobre nuestro pueblo y mostrar a los fieles el rostro misericordioso del Padre. Hemos de identificarnos totalmente con nuestro pueblo.

En el capítulo 15 del evangelio de san Lucas que hoy escuchamos, Jesús fue criticado porque aceptaba que se acercaran a él los publicanos y pecadores. Por principio de cuentas, si Jesús recibe a los pecadores, es porque vienen a él con la buena voluntad de escucharlo y se dan a sí mismos la oportunidad de un cambio de vida. No es que Jesús esté autorizando sus pecados, sino que los está invitando al arrepentimiento y a la confianza en la gran misericordia de Dios. Los que critican a Jesús tienen ya clasificadas a las personas y no les dan una oportunidad de cambio. Para ellos simplemente unos son buenos y otros son malos. Para Jesús son sus hermanos a quienes quiere acoger con misericordia.

Hoy en día hay muchos que niegan la realidad del pecado y que hasta piensan que pueden acercarse a Dios libres de culpa, porque ya se han auto disculpado. El verdadero acercamiento a Dios sólo puede darse en la humildad de saberse pecador e indigno de su misericordia. Y también sólo puede darse la verdadera cercanía a Dios cuando somos cercanos a nuestros hermanos, cuando no los juzgamos y cuando estamos dispuestos a abrazar a todos. Estamos llamados a la máxima sentencia: odiar al pecado, pero amar al pecador.

Jesús propone tres parábolas: la de la oveja perdida y encontrada con gran gozo por su pastor (cfr. Lc 15, 1-7); la de la mujer que encuentra la moneda que había perdido y reúne a sus amigas para compartir con ellas la alegría de haberla encontrado (cfr. Lc 15, 8-10); pero la más estremecedora es la parábola del hijo pródigo, que narra la gran alegría y la fiesta que hace aquel padre cuando su hijo regresa (cfr. Lc 15, 11-32). Todo esto lo usa Jesús para explicar la gran alegría que hay en el cielo cuando un pecador se deja abrazar por la misericordia de Dios nuestro Padre.

La figura del pastor es hermosa, aquel que vela por cada una de sus ovejas; y también la de la mujer, que cuida escrupulosamente los bienes de su casa. Pero no cabe duda que la imagen más clara para todos es la de aquel padre rico y que reparte su riqueza entre sus hijos. Padre que respeta la libertad de sus hijos y que luego perdona misericordiosamente al hijo que malgastó su fortuna. Aunque no faltan los malos padres y las pésimas relaciones entre algunos padres con sus hijos, todos conocemos grandes ejemplos de la capacidad de paciencia y de perdón que tienen la mayoría de los padres. Y cuando el mundo condena con razón a un hombre, suele suceder que sus padres lo perdonan e invocan el perdón de la autoridad sobre su hijo.

Si eso haces tú que eres padre o madre de familia, ¡imagínate qué no hará nuestro padre Dios! Si pudiésemos reunir en una sola, toda la buena paternidad que ha habido a través de los siglos, no sería más que una sombra de la Paternidad eterna de Dios nuestro Señor, a quien Jesús presenta ante los pecadores, como el Padre más misericordioso que existe. Él es la fuente de la misericordia.

Algunas personas que han tocado fondo en la degradación moral, han podido rehacer su vida al conocer el amor de Dios, o lo han hecho indirectamente al recibir el amor de un padre, una madre, una esposa, un hermano, un amigo. El amor es capaz de reconstruir las personalidades destruidas por el pecado, los vicios y toda clase de males. ¡Cuántas personas podrían recuperarse con la medicina del amor! ¿Quieres tú ser medicina de Dios para los demás?

Por el contrario, la condena, la acusación o el rechazo de quién ha cometido un error, puede provocar el mayor hundimiento de las personas. Al mismo tiempo, quien tiene semejante actitud de jueces se daña a sí mismo, pues se amarga las entrañas como el hermano mayor del Evangelio, que se enoja por la fiesta que su padre ofrece por haber recuperado al hijo menor que se había perdido. El hijo mayor siempre había cumplido con las órdenes de su padre y nunca se había marchado de su casa. Pero moralmente estaba muy alejado de su padre porque no disfrutaba de su amor y compañía. Él sólo cumplía por cumplir.

Sin invitar a nadie a alejarse de Dios, todos podemos constatar que muchos que se han distanciado de Él, de la vida cristiana, de la Iglesia y de la participación en los sacramentos, luego al convertirse, regresan a vivir su reencuentro con Dios y con su Iglesia de una manera muy intensa y mejor que antes de su alejamiento. A veces es bueno tocar fondo como el hijo pródigo para luego gozar del abrazo de nuestro Padre.

Cuando la vida cristiana no se goza, algo está fallando; tal vez estemos actuando por costumbre o simplemente por cumplir. Cuando gozamos de la misericordia de Dios reconociendo que somos pecadores, o recordando los males cometidos en el pasado, nos volvemos comprensivos y tolerantes con los demás, capaces de ayudarlos a conocer la misericordia de nuestro Padre Dios.

Quienes participaron en la marcha por la familia, no lo hicieron rechazando a nadie, ni mucho menos con odio. La marcha fue por amor a la familia según el plan de Dios, y por amor a los hijos a quienes quieren educar de una manera integral en el amor. Todos, pensemos como pensemos y sin importar nuestra condición de vida, acerquémonos a gozar del abrazo de Dios nuestro Padre.

Que María santísima, la Madre de misericordia, nos acompañe a todos en nuestra tarea de vivir como verdaderos hermanos.

¡Que tengan una feliz semana!

¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán