XVI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
Gn 18, 1-10; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42.
“Marta, Marta, muchas cosas
te preocupan y te inquietan” (Lc 10, 41).
Muy queridos hermanos y hermanas, los saludo con afecto como cada semana, ahora al llegar al domingo XVI del Tiempo Ordinario de nuestra liturgia. La Palabra de Dios hoy es muy rica y con temas variados, pero el que sobresale en esta ocasión es el de la hospitalidad.
Tomemos primero la lectura del libro del Génesis; nuestro padre Abraham recibe a tres visitantes muy singulares a quienes atiende como siempre, con una actitud extraordinaria de sencillez, de atención para que no les falte lo necesario para descansar, para comer, para reponer sus fuerzas (cfr. Gn 18, 1-10). La hospitalidad era uno de los grandes valores practicados en Medio Oriente y nuestro padre Abraham se distinguía particularmente por esa actitud, sin embargo ahora recibe una visita muy especial. Él no lo sabe, pero está recibiendo a Dios mismo en esa figura de los tres visitantes que es un signo de la Santísima Trinidad, por aquel tiempo desconocida. El Señor se le hace presente y le deja un regalo muy grande, a cambio de la atención que Abraham le ha dado. El regalo es el anuncio de que Sarah su mujer, estéril y anciana, le dará el hijo tan deseado, el hijo que no ha tenido, su sucesor.
Yo creo que debemos tomar una lección muy importante. Abraham sin saberlo, al recibir a aquellos hombres, estaba recibiendo a Dios en persona; de igual modo todos nosotros debemos saberlo y estar muy conscientes de que cada vez que recibimos a una persona, recibimos a Dios mismo que se hace presente en cada uno. El bien y la atención que le brindemos a cualquier persona será siempre, si lo hacemos con fe y con amor, un bien que dirigimos a Dios nuestro Señor, de tal manera que si la gente que atendemos no agradece, no valora nuestra ayuda, eso es lo de menos; de todas maneras es un servicio que tributamos al Señor.
Que distinto serviríamos a los demás en cada oficina pública o privada, en cualquier encuentro interpersonal, que distinto atenderíamos a los demás si tuviéramos la conciencia, la fe, de que en cada persona estamos sirviendo a Dios nuestro Señor. Como bautizados tenemos ese deber y eso hará más fácil y alegre nuestro trabajo de atención a los demás, reconociendo en cada uno la presencia de Dios vivo. Si ellos nos corresponden porque se van a sentir bien, nos corresponden con una sonrisa, con un trato amable, eso es lo de menos; lo más valioso es que ya tenemos nuestra recompensa en el Señor por estarlo atendiendo en la persona de cada uno de sus hijos.
En el santo Evangelio, Marta, María y su hermano Lázaro, aunque no venga mencionado en este pasaje, son los tres hermanos que reciben la visita de Jesús en su casa. Para ellos Jesús es un gran señor, un gran profeta, quizá seguramente el Mesías, pero no tienen la idea de que es Dios mismo en persona, Dios mismo encarnado, a quien están recibiendo; es además de todos esos títulos, el amigo que tanto quieren y por eso lo atienden y se esmeran por servirlo.
Jesús viene acompañado de sus discípulos, doce discípulos, y seguramente Lázaro está acompañado también de algunos familiares y amigos más que han venido a visitarlo. Marta está muy ocupado, muy afanada en el quehacer atendiendo a toda aquella gente; en cambio María está a los pies de Jesús escuchándolo. Marta entonces se incomoda y con la confianza que le tiene a Jesús le hace un dulce reclamo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”; pero Jesús le llama la atención a Marta también dulcemente: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria” (Lc 10, 40-41).
¡Cuánta gente hoy en día necesita escuchar estas palabras! Vivimos tiempos de estrés, tiempos de correr de un lado a otro, y podemos perder el sentido de lo que estamos haciendo por nuestras prisas, por nuestro deseo de hacer bien las cosas. Podemos perder el rumbo y hasta enfermarnos, sentirnos mal, cansarnos por lo menos, por la forma en la que estamos trabajando. Alguien dirá: “Es que yo lo hago por servir a mi familia”, eso lo puede decir una ama de casa o la mujer que trabaja fuera de casa, o también el hombre que trabaja fuera de casa; aquellos pueden decir: “Todo lo hago por mi familia, todo lo hago por los míos”. Sí, pero a veces en ese afán de traer el pan de cada día perdemos lo que es más importante, el contacto con lo demás.
Los trabajos de hoy en día son cada vez más demandantes, amenazan cada vez más nuestra salud y nuestro estado anímico, pero sobre todo amenazan la convivencia familiar; por eso en la medida de lo posible renunciemos un poco al trabajo, dejemos esos pendientes que nunca se acaban para darle espacio a la familia, para compartir con ellos, para escucharnos unos a otros; “una sola cosa es necesaria” le dijo Jesús a Marta.
También hay muchos que en sus afanes de hacer tantas cosas, se olvidan hasta de Dios. Por eso desde antes de Cristo, y también del surgimiento de la Iglesia, siempre se ha pedido, se nos ha indicado, que debemos separar un día para el Señor, un día para alabarlo, un día para glorificarlo, tenemos un “Dies Domini”, un “día del Señor”: el Domingo. Necesitamos dedicarle tiempo a Dios, pero también necesitamos dedicarle tiempo a la familia y a nosotros mismos; un momento para el descanso. Una sola cosa es necesaria, necesitamos de Dios; necesitamos serenarnos para el encuentro con el Señor y para el encuentro con los demás.
Por otro lado Jesús le dice a Marta: “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará.” (Lc 10, 42). Esto nos habla de las dos vocaciones clásicas dentro de la Iglesia entre los consagrados: los que tiene vida activa, vida misionera, vida de actividad pastoral; y los que se dedican la contemplación, a estar en continua adoración al Señor. Hay gente que dice: “¿Pero cómo es posible que estén ahí esas monjitas sin quehacer?, que se vayan a una escuela, que se vayan a una misión.” No, de ninguna manera. Como creyentes debemos estar seguros de que las dos vocaciones son necesarias en la Iglesia, las de actividad misionera, las de actividad pastoral, pero también las de adoración al Santísimo, las contemplativas, necesitamos quien en lugar nuestro esté dedicado de tiempo completo a alabar al Señor y estén recordándonos a nosotros que debemos hacer espacios especiales en nuestro día y a la semana para el encuentro con el Señor y para el encuentro con los demás.
Sí, hospitalidad; sí, servirnos unos a otros, pero no exagerar al grado de enfermarnos, no exagerar al grado de olvidarnos de las personas, de Dios mismo y hasta de nosotros mismos.
Otro tema muy importante que encuentro y ustedes pueden notar también está en la segunda lectura de este domingo, tomada de la carta de san Pablo a los colosenses. Él inicia diciendo: “Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24). ¿Qué le falta a la pasión de Cristo? Alguien dirá: “No le falta nada”, “él dio todo”, “ya hemos sido salvados por Cristo.” Claro que sí, pero le falta que tú y yo tomemos la cruz del Señor, le falta que tú y yo completemos imitando a Cristo y sufriendo, trabajando por los demás; que nos sirvamos los unos a los otros.
Los de san Pablo fueron verdaderos sufrimientos, y ¡cuántas veces estuvo a punto de morir, de dar la vida por su fe, de dar la vida por sus discípulos! Él aquí habla de su sufrimiento como una manera de completar la pasión de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia. Todo lo que tu sufras, todo lo que tú te canses en tus trabajos, dolor en las enfermedades, sufrimientos morales, cualquier tipo de padecimiento, cualquier tipo de cansancio, de enfermedad; todo tómalo, acéptalo de buena gana como la cruz que te ha tocado y ofrécelo por el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, porque así el Señor toma nuestra colaboración y nos volvemos corredentores, colaboradores de Cristo.
No olvidemos este próximo día 21 de julio participar en la Misa de acción de gracias de Mons. Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, que celebra 50 años de vida sacerdotal, en el Centro de Convenciones “Yucatán Siglo XXI” a las 12:00 horas; todos están cordialmente invitados.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán