Homilía Arzobispo de Yucatán – VI Domingo Ordinario – Fiesta de San Juan Bosco

IV Domingo del Tiempo Ordinario

Fiesta de San Juan Bosco

Ciclo C

Jer 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30.

 “¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4, 22)

 

 

Muy queridos hermanos y hermanas, en este domingo 31 de enero, día del Señor, tenemos la coincidencia de celebrar a San Juan Bosco, patrono de la juventud. Los Padres Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora y toda la familia Salesiana, están celebrando en este año el bicentenario del nacimiento de Don Bosco.

Viniendo de familia muy humilde, Don Bosco llegó al sacerdocio buscando vivirlo santamente. Aunque algunos lo invitaban a dedicarse a ser preceptor de niños de familias bien acomodadas económicamente, él prefirió atender a los niños y jóvenes de la calle, de quienes nadie se ocupaba. Encontró numerosas críticas y oposiciones de mucha gente dentro y fuera de la Iglesia, que no comprendían cómo podía dedicarse a los que ellos consideraban delincuentes o gente de menor importancia. Pero confiando en Jesús y en María Auxiliadora, siguió adelante con su obra.

El 18 de diciembre de 1859, nacía la congregación que san Juan Bosco fundó, y este año 2016, se celebra el 157 aniversario de su fundación. Su misión dentro de la Iglesia es la educación y la evangelización de los jóvenes. El proyecto educativo pastoral que quieren realizar en todas sus obras está orientado a la promoción integral de la persona del joven y sus raíces están en el humanismo cristiano. Así lo expresan sus Constituciones: “Fieles a los compromisos heredados de Don Bosco, somos evangelizadores de los jóvenes; tenemos cuidado especial de las vocaciones apostólicas; somos educadores de la fe en ambientes populares, sobre todo con la comunicación social, y anunciamos el Evangelio a los pueblos que no creen” (Art. 6). Extendidos por todo el mundo, trabajan en 131 países, ejercen su acción en centros juveniles, colegios, escuelas de formación profesional, parroquias, centros de asistencia a marginados, escuelas de formación del profesorado, universidades, residencias, misiones, centros de comunicación social y otras presencias al servicio de la juventud. Los Salesianos de Don Bosco son más de 16,000 repartidos por los cinco continentes y distribuidos en 98 Inspectorías o Provincias religiosas.

Toda vocación es hermosa, como fue la vocación de Don Bosco y la del profeta Jeremías, que nos presenta la primera lectura de este domingo. ¡Qué conciencia tan clara tenía Jeremías de su vocación!, pues Dios le manifestó: “Antes de formarte en el vientre materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré y te constituí como profeta de las naciones…” (Jer 1, 5). Jeremías, Don Bosco, y todo auténtico profeta saben que toda vocación es iniciativa de la misericordia divina, y que nuestro mejores proyectos y realizaciones a favor de la Iglesia o de la humanidad, son suyos e inspirados en nosotros.

Don Bosco encontró oposición a su apostolado, al igual que lo encontró Jeremías el profeta, a quien el Señor fortaleció prometiéndole: “Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte” (Jer 1, 19). Pero, ¿de qué nos extrañamos, si al Profeta por excelencia, al Hijo de Dios hecho carne, a Jesús de Nazaret, lo persiguieron hasta darle muerte y lo siguen persiguiendo hoy en su Iglesia y en sus profetas? En el Evangelio de hoy, en su propia sinagoga de Nazaret, después de admirar sus palabras y la obra que venía realizando de pueblo en pueblo, lo minimizan porque era hijo de José, un simple carpintero del pueblo. No sólo no reconocieron su divinidad, sino que aún como hombre lo despreciaron y estuvieron a punto de matarlo sólo por decirles la verdad.

¡Qué equivocados estamos cuando nos desanimamos por hacer el bien a causa de la incomprensión de la gente! Si estás bien con Dios nada nos deben de importar las críticas; y las buenas obras no debemos de frenarlas ante la primera oposición. ¡Cuántas buenas intenciones se nos han quedado en el tintero simplemente porque no encontramos un apoyo unánime! Si la intención es buena, debemos de seguir adelante con valor. Ten presente que el Señor también te conoce a ti antes de formarte en el vientre materno, y también tiene para ti grandes misiones si quisieras aceptarlas. La misericordia de Dios es para todos, y Él quiere que tú la disfrutes en tu conciencia, y que tú la ejecutes llevando esta misericordia a los más necesitados.

La segunda lectura de este domingo está tomada de la carta del apóstol san Pablo a los corintios, en cuyo pasaje aparece el hermosisímo himno a la caridad (amor). La comunidad cristiana de Corinto fue bendecida por Dios con muchos dones y carismas. Había hermanos que obraban milagros, otros que hablaban en lenguas, otros que tenían el don de la ciencia, otros el de la profecía, etcétera; pero estaban tan emocionados con sus carismas que no sabían cuál era la jerarquía entre éstos y discutían entre sí quién de ellos tenía el don más importante. En primer lugar debían advertir que, como dones, los carismas no eran méritos propios, sino del Espíritu Santo. Y en segundo lugar, que sin el don de la caridad (amor), ningún don sirve para nada; y aún con ellos nada somos sin el amor. El amor está por encima de todo, incluso por encima de la fe y de la esperanza que cesarán al dejar este mundo. Sólo el amor es para siempre.

Un niño recién nacido por naturaleza es egoísta, en cuanto que necesita todos los cuidados posibles para sobrevivir. Pero en cuanto va creciendo es capaz de la generosidad y de aprender a compartir con los que no tienen nada. La verdadera madurez humana está en la capacidad de amar sin esperar nada a cambio. Dejarnos llevar por los celos o por el egoísmo es una actitud siempre infantil. Por eso san Pablo nos dice en este pasaje: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, y pensaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre hice a un lado las cosas de niño” (1 Cor 13, 11). Por más que amemos en este mundo, siempre podemos amar más y mejor. En esto nadie debería detenerse ni conformarse. Por eso san Pablo dice que ahora conoce a Dios de manera imperfecta, pero que después lo conocerá como Él lo conoce. Porque el verdadero conocimiento está en el amor. (Cfr. 1 Cor 13, 12).

Jeremías, Don Bosco y todos los hombres y mujeres buenos que ha habido y hay en este mundo, y que son conscientes de que Dios les “conoce”, es decir, “les ama desde antes de formarlos en el vientre materno”, son felices a pesar de las adversidades que encuentran para hacer el bien, pues gozan los carismas que el Espíritu les ha dado; y todo lo ven como obra de la misericordia de Dios hacia ellos, y que les mueve a llevar esa misericordia a quien la necesite. Así como hay adultos que no han madurado al no pensar más que en sí mismos; también hay niños y jóvenes que a muy temprana edad dan muestra de madurez en el amor. Uno de éstos fue santo Domingo Savio, que formaba parte de los adolescentes del grupo de Don Bosco. Y otro de éstos, José Luis Sánchez del Río de 15 años,  mártir de la guerra de los Cristeros, cuyo cuerpo se conserva incorrupto en Saguayo, Michoacán; y cuya canonización acaba de ser aprobada por el Papa Francisco hace apenas unos días.

¡Niños y jóvenes, no esperen más! Conozcan desde ahora el amor de Dios y denlo a los demás. Que el Señor nos conceda a todos identificarnos más y más con Él; y que María nos auxilie en este santo propósito. Así sea.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán