Apreciados hermanos y hermanas les saludo afectuosamente, deseándoles todo bien en el Señor.
Ordinariamente los dichos mexicanos están cargados de una gran sabiduría, si los sabemos entender y aplicar a la vida. Uno de estos dichos es este: “No todo lo que relumbra es oro”, lo cual quiere decir que hay cosas y personas que aparentan grandeza pero por dentro están huecas, con escaso o nulo valor, o peor aún, que encierran mentira y maldad. Cuatro siglos antes de Cristo los filósofos griegos aportaron al mundo una gran sabiduría perenne que el mundo actual tiene bastante descuidada. Sin embargo la filosofía fue poco a poco decayendo, hasta que en tiempos de Cristo los llamados “sofistas” se presentaban como sabios por su arte de convencer, pero que no eran servidores de la verdad sino de sus propios intereses, al grado de presumir diciendo: “Dime de qué quieres que te convenza y después de convencerte, te convenceré de todo lo contrario”. Este estilo de discurso permanece hoy en día en muchos que tienen la habilidad de persuadir y que lamentablemente se ponen al servicio del mejor postor y no de la verdad.
Por eso san Pablo en la segunda lectura de hoy, tomada de la Primera Carta a los Corintios, les dice que cuando les anunció el Evangelio, no buscó hacerlo mediante elocuencia del lenguaje o la sabiduría humana. Él no buscó adular a los corintios, pues les habló de Jesucristo; más aún, de Jesucristo crucificado (cfr. 1 Cor 2, 1-2). Dice que no buscó convencerlos con palabras de hombre sabio, sino por medio del Espíritu a fin de que la fe de ellos no dependiera de la sabiduría de los hombres, sino del poder de Dios. Hay algunas pruebas básicas para saber si quien habla con mucha elocuencia dice algo cierto y bien intencionado: Primero hay que ver su vida, qué logros ha obtenido, qué tan honrado es, cómo respalda con hechos lo que enseña; pero luego, en segundo lugar hay que analizar el contenido de su mensaje, su credibilidad, si es algo que concuerda con los valores fundamentales de respeto a la vida y la dignidad de las personas, o si es algo que supone un aporte al bien común y a la paz, a la salud física, mental o espiritual propia o de los demás. Un tercer criterio es saber si el orador busca obtener dinero por su discurso o algún otro modo de ganancia, y no es que esté mal vivir de predicar o pregonar como tantos motivadores de hoy, sin embargo hay que reconocer si se sirve a la verdad o al interés material personal.
Esas pruebas básicas tenemos que aplicarlas hoy en día, para que nada ni nadie con pretensión de sabiduría nos mueva de nuestra fe y de nuestros fundamentales valores humanos y cristianos. En estos tiempos de redes sociales, tenemos que hacer juicios críticos de todo lo que encontramos en ellas, para tomar lo bueno y dejar lo malo; lo mismo ante las películas y ciertos programas de radio y televisión que presentan de todo a cualquier hora del día.
En el santo evangelio de este domingo según san Mateo, Jesús se dirige a sus discípulos y por lo tanto, se dirige a ti y a mí, a todos los que hoy buscamos vivir y comportarnos como sus verdaderos discípulos. Su Palabra siempre es actual, por lo que siempre conviene poner atención si las palabras de Jesús son para la multitud, para los fariseos, para sus Apóstoles o para sus discípulos. Jesús nos dice a sus discípulos del siglo XXI, que seamos luz y sal de la tierra, pues “si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor?”. Él nos invita a brillar ante los hombres, “para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos” (Mt 5, 13. 16).
En días recientes asistí a dos eventos distintos, en los cuales se recordó la buena memoria de dos yucatecos que pasaron por esta tierra haciendo el bien. Ambos fueron pioneros y colaboradores en varias obras de beneficio social, como buenos ciudadanos y como buenos miembros de la Iglesia. Sé que hay otros muchos que durante su vida hicieron el bien y su luz continúa iluminando a cuantos los recuerdan, y sus obras nos siguen beneficiando. Sé que hay muchos y muchas más que viven y están siendo luz desde la Iglesia o desde la sociedad. Pero también es cierto que hay mucha gente buena que guarda su sal o esconde su luz en lugar de ponerla encima de un candelero para que alumbre a todos los de la casa.
En estos tiempos difíciles desde el punto de vista político y económico, nadie debería guardar su sal ni mucho menos desvirtuarse, y nadie debería esconder su luz y mucho menos apagarse. Es necesario que todos los buenos salgan sin temor para manifestar todo lo que pueden hacer en favor de los demás, y asociándose a otros hombres y mujeres de buena voluntad, emprendan obras de beneficio social. Quien no tenga posibilidad de asociarse, bastará con saber convivir con los suyos, con ser buen vecino en su barrio, buen compañero en el trabajo, buen servidor en el ejercicio de su profesión, haciendo su trabajo con calidad y calidez, para que ya esté contribuyendo al bien común y, si es persona de fe, ya se esté santificando.
En la primera lectura tomada del Profeta Isaías, se nos proponen prácticas concretas para que “surja tu luz como la aurora” (cfr. Is 58, 8). Dice el profeta de parte del Señor: “Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano” (Is 58, 7). Mejorar la relación con el prójimo, y sobre todo ayudar al necesitado, hace que nuestra religiosidad sea auténtica y que crezca la buena relación con Dios. Dice Isaías: “Entonces clamarás al Señor y él te responderá; lo llamarás, y él te dirá: ‘Aquí estoy’” (Is 58, 9). Y continúa descubriendo qué obras harán que brille nuestra luz en las tinieblas y qué hará que nuestra oscuridad sea como el mediodía. Esto será: “Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado” (Is 58, 7).
Además hoy proclamamos con el Salmo 111: “El justo brilla como una luz en las tinieblas”, y ¿quién brilla como una luz en las tinieblas? “Quien es justo clemente y compasivo”.
Muchos brillan para este mundo en el deporte, en el mundo artístico, en las finanzas, en la política, etc., más cuando pasen de este mundo, esa luz no los acompañará. Tal vez quede durante un tiempo en la memoria de los hombres. En cambio la persona que brilla ante Dios por su justicia, por su amor y generosidad, etc., aunque la gente no la alcance a valorar o a reconocer, su luz brillará ante Dios para la eternidad. Sin embargo, conservando la humildad y la discreción, es bueno que brille nuestra luz de buenas obras ante los demás, para iluminar sus vidas, animarlos a realizar buenas obras y a brillar con la luz del Señor.
Recientemente celebramos la fiesta de la Candelaria, en la que recordamos que el Niño Jesús fue presentado por sus padres María y José, en el templo, cumpliendo la ley de Moisés que ordenaba consagrar a cada hijo primogénito, presentándolo en el templo y rescatándolo con “un par de tórtolas o dos pichones” (Lc 2, 24). Cuando ellos llegaron con el Niño al templo, el anciano Simeón inspirado por el Espíritu Santo, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo, entre otras cosas, que ese Niño era “luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel” (Lc 2, 32). Jesús es la luz, y así lo escuchamos en la antífona del aleluya, en el pasaje del evangelio de san Juan: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Así es que si nosotros brillamos con las obras de Dios, en realidad brillamos con la luz de Cristo, en realidad nos hemos fundido en la luz del amor de nuestro Salvador.
Oremos por las personas de siete naciones de mayoría musulmana, a quienes se les está negando la entrada en los Estados Unidos. Pidamos por nuestros paisanos que están del lado americano temiendo por una eventual deportación que frustraría sus sueños, y quizá separaría a sus familias. Hace unos días Mons. Joe Vásquez, obispo norteamericano responsable del Comité para los Migrantes, decía: “El anunciado aumento del espacio de detención de inmigrantes y las actividades de control sobre la inmigración es alarmante. Desintegrará familias y generará temor y pánico en las comunidades” (cfr. http://www.usccb.org/news/2017/17-023spanish.cfm declaración del 26 de enero del 2017).
Sigamos en oración por las autoridades de ambos lados de la frontera México-norteamericana, para que sus decisiones y acuerdos favorezcan la paz, la justicia económica y el bienestar de ambos pueblos.
¡Que tengan una feliz semana! Sea alabado Jesucristo.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán