Homilía Arzobispo de Yucatán – Segundo Domingo Ordinario

 “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5)

Muy queridos hermanos y hermanas, las lecturas de la Palabra de Dios en este domingo segundo del tiempo ordinario nos traen aún ecos de la pasada Navidad. Porque el nacimiento del Salvador es el inicio de la fiesta de bodas entre el Señor y su pueblo, anunciado en el pasaje del profeta Isaías, que se escucha hoy en la primera lectura. “Como un joven se desposa con su mujer, así se desposará tu hacedor contigo. Como el esposo se alegra con su esposa, así se alegrará el Señor tu Dios contigo” (Is 62, 5).

Por eso, en el Evangelio de las bodas de Caná, es muy significativo que Jesús realizara su primer milagro en el contexto de una fiesta de bodas, y precisamente en favor de unos novios. ¿Cómo se llamaban los novios de Caná? Intencionalmente el evangelista omite estos nombres, para que cada pareja de novios o de casados de cualquier edad escriban ahí sus nombres. Jesús puede hacer el gran milagro de transformar el agua en vino, así como a diario continúa convirtiendo el vino en su propia sangre, tal como lo hizo en la última cena. Pero nosotros somos muy capaces de hacer el milagro al revés, convirtiendo el vino del amor en el agua de la indiferencia o del odio.

El verdadero novio de este pasaje es Jesús, y la verdadera novia es la Iglesia que estaba por nacer. ¿Podemos ser, como Iglesia y como humanidad, la novia perfecta de Dios? La perfección de la novia la encontramos realizada y significada en María santísima. La Iglesia, santa y pecadora, debe estar siempre en camino de perfección, y señalando el camino de perfección a quien quiera seguirlo. Pero no olvidemos que es Dios mismo quien embellece a su novia con su inmensa misericordia, purificándola de sus pecados.

Todas las maravillas que suceden dentro de la Iglesia, con sus diferentes carismas y ministerios, no son mérito o poder de los individuos que la integran; sino que todo lo bueno y santo que en ella sucede, es mérito del Espíritu Santo que obra todo en todos, y así nadie tiene motivo para gloriarse o ponerse sobre los demás. Así lo enseña San Pablo en el pasaje de su primera carta a los Corintios que se escucha hoy en la segunda lectura (Cfr. 1 Cor 12, 11).

Este milagro es inicio de la edificación de la Iglesia, porque gracias a este milagro “sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 11). Y así, quienes estaban destinados a ser columnas de la Iglesia, iban siendo fortalecidos para su misión desde el principio.

Debemos poner atención en el importantísimo papel de la Virgen María en la realización de este milagro, pues es ella quien plantea el problema de los novios a su Hijo Jesús, diciéndole: “No tienen vino” (Jn 2, 3b). Jesús parece resistirse a la invitación de su madre para entrar en su “hora”. En la teología de san Juan el tema de la “hora” culminará en la cruz, donde también estará María junto a Jesús.

Otros personajes importantes en esta historia real son los “sirvientes”, a quienes María instruye diciéndoles: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5b). En los sirvientes hemos de vernos representados todos los que queremos servir a Jesús, ayudando a que sus milagros ocurran hoy en día, haciendo lo que él nos dice.

Ojalá que los jóvenes cristianos de hoy aprendan a ver el matrimonio como una verdadera vocación y camino de santidad. Que venzan los temores por lo que ven a su alrededor, con tantos divorcios, y que entren en este género de vida con el proyecto firmísimo de que sea para siempre, poniendo toda su confianza no en lo mucho que se aman, sino en el poder de Cristo, conscientes de que se unen por Cristo, con él y en él.

Novios y esposos, decídanse a llevar con firmeza la cruz del Señor en la vida matrimonial; y María, madre también de la Iglesia doméstica, estará muy atenta para que día con día no les falte el vino mejor. Así sea.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán