HOMILÍA
PEREGRINACIÓN DIOCESANA
AL SANTUARIO DE NTRA. SRA. DE IZAMAL
Is 2, 1-5; Sal 18; Mt 5, 1-12.
“Alegrense y salten de contento, porque
su premio será grande en los cielos” (Mt 5, 12).
Hermanos y hermanas en un mismo Bautismo, hermanas y hermanos de la Vida Consagrada, hermanos seminaristas, hermanos diáconos, hermanos presbíteros, hermanos obispos, todos muy queridos en Cristo nuestro Señor.
Nos alegramos y saltamos de contento en esta hermosa mañana, en la que, como cada año, hemos venido como peregrinos hasta este Santuario de nuestra Señora de Izamal, un pedazo de cielo en Yucatán. Mayor es nuestro gozo al haber venido junto con casi todos los presbíteros y con una significativa representación de cada una de las ciento seis parroquias de nuestra amada Iglesia arquidiocesana. Bienvenidos seamos todos a la casa de nuestro Señor y casa de nuestra Madre María.
Hemos llegado hasta aquí trayendo nuestro “Plan de Pastoral Actualizado”, después de un trabajo de casi tres años. Al día siguiente de mi toma de posesión como V Arzobispo de Yucatán, el 30 de julio del 2015, me reuní con todos los sacerdotes para convivir, conocernos y escuchar sus inquietudes en el inicio de mi ministerio. De entre ellos brotó la solicitud de actualizar el Plan Diocesano de Pastoral.
Fue el 20 de febrero de 1992, cuando S. E. R. Don Manuel Castro Ruiz, de feliz memoria, en el discurso de clausura del III Sínodo Diocesano, pidió que como uno de los frutos de aquel Sínodo, se iniciara el proyecto de un Plan Diocesano. Luego en 1995, el ahora Arzobispo Emérito, Don Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, dio continuidad a los trabajos de ese Plan Diocesano, hasta que quedó formalmente constituido, marcando así el caminar Pastoral de esta amada Iglesia Particular.
La necesidad de la actualización del Plan Diocesano era más que evidente porque nuestro mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa, en los avances científicos y tecnológicos, especialmente en todo lo que se refiere al área de la comunicación. Sobre todo importaba tomar en cuenta el comportamiento humano afectado por un materialismo creciente de los últimos años, junto con el relativismo moral y filosófico, la gran acentuación del individualismo y sobre todo el gran avance de la ideología de género que ha llegado hasta los libros de texto, no sólo de las escuelas oficiales, sino incluso de algunos colegios católicos.
También había que considerar el abandono del campo, la gran concentración de población en Mérida y otros municipios, así como los retos derivados del crecimiento desbordante de nuestra ciudad capital, con todo lo que esto conlleva. Debíamos considerar también el deterioro de la seguridad y la violencia en la mayor parte de nuestra nación, con el riesgo de que llegue hasta nuestro pacífico territorio, junto con el triste crecimiento del fenómeno de la corrupción.
Por otra parte, nuestro Plan Renovado debía tomar en cuenta el magisterio de los obispos latinoamericanos en el documento de Aparecida, que nos comprometió a todos a ser una Iglesia en misión permanente, lo cual requiere de una auténtica conversión pastoral. Al llegar a la silla de Pedro, el primer Papa latinoamericano en el 2013, que tomó el nombre de Francisco, elevó las enseñanzas de Aparecida a nivel universal, puesto que fue uno de los principales gestores del resumen final de los aportes de todos los participantes en aquella V Conferencia del Episcopado de América Latina.
Es sobre todo en su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, donde el Sumo Pontífice recogiendo las aportaciones de los Padres Sinodales, nos ofrece grandes enseñanzas sobre el ser y qué hacer de la Iglesia en el momento actual. Siguiendo su enseñanza, hace falta pasar de una pastoral de conservación a una pastoral misionera (cfr. n. 15). En el modo de interactuar con la sociedad actual, el Papa nos dice que debemos “primerear” involucrarnos, acompañar, fructificar y festejar (cfr. n. 24). “Primerear” quiere decir “adelantarnos”, “anticiparnos”, sin quedarnos atrás. Igual que para la Iglesia universal, a la Iglesia de Yucatán, a cada parroquia, no le sirve una simple administración (cfr. n. 25); sino que hace falta que también en Yucatán, las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cause adecuado para la evangelización, más que para la auto preservación (cfr. n. 27).
Junto al Papa Francisco, invito a todos a ser audaces y creativos como ya lo hemos sido al repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores (cfr. n. 33). La Iglesia y cada parroquia no es una aduana, sino la casa paterna donde hay lugar para cada uno con sus vidas a cuestas (cfr. n. 47). Tomemos en cuenta para nuestra conversión pastoral y la nueva ola de nuestro Plan Diocesano que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu (cfr. n. 261). Necesitamos evangelizadores que oren y trabajen (cfr. n. 262). Un último pensamiento de la Evangelii Gaudium nos dice que una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie (cfr. n. 266); y yo añado que mucho menos convencerá a los niños y a los jóvenes.
En nuestra Pastoral Familiar debemos seguir puntualmente las enseñanzas del Papa en su Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris Laetitia”. Además los más significativos avances en nuestro “Plan Diocesano Actualizado” deberán manifestarse principalmente en nuestra Pastoral Social, que no puede conformarse con las obras de asistencia social caritativa, que gracias a Dios son muchas, sino que debe avanzar a la búsqueda de la promoción humana integral. Esta tarea de la Pastoral Social no debe dejarse a algunos cuantos colaboradores que se dediquen a esta específica comisión, sino que todas las personas y las pastorales deben de alguna forma confluir en esta obra que autentifica toda nuestra labor evangelizadora. Debemos además tomar en serio la dimensión del cuidado de la ecología integral, siguiendo las enseñanzas del Santo Padre en su Encíclica “Laudato Si´”.
El santo Evangelio según san Mateo nos ha presentado las Bienaventuranzas, las cuales nos invitan a todos a sabernos y sentirnos dichosos, si estamos viviendo el Evangelio con todas sus consecuencias: amar la pobreza amando a los pobres, relativizando el valor del dinero y de los bienes materiales; llorar con los que lloran y estar dispuestos a cualquier trabajo, pena, enfermedad o sufrimiento por amor al Evangelio; hacer a un lado los deseos de venganza y más bien tener sed de establecer la justicia en favor de quien lo necesite; ejercer la misericordia, tratando de ser cada uno de nosotros, el rostro amoroso de Dios para los que sufren; hacer a un lado todos los malos pensamientos e intenciones para mantener el corazón limpio; trabajar por la paz en la familia, en la escuela, en el trabajo, en el barrio, para ser llamados y ser de verdad hijos de Dios; aceptar el rechazo y cualquier persecución por causa de la obra evangelizadora, sabiendo que es nuestro el Reino de los cielos.
Si no seguimos las Bienaventuranzas en nuestra vida, no tendrá éxito nuestro Plan de Pastoral. Una hermosa y más amplia explicación sobre las Bienaventuranzas la podemos encontrar en la reciente Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Gaudete et Exsultate”, en la cual el Santo Padre explica sencilla y maravillosamente cómo todos y cada uno de nosotros puede y debe buscar la santidad. Leamos esta exhortación y nos daremos cuenta de que todos podemos y ya hemos comenzado a vivir en santidad, aunque tan sólo formemos parte de la “clase media de la santidad” (cfr. n. 8). El mejor resultado de nuestro Plan será el “santificarnos santificando” a nuestros hermanos.
Hemos venido hasta este Santuario de Izamal a pedirle a nuestra Señora, como decimos en el canto: “Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven”. Ella como Madre de la Iglesia está en medio de sus hijos desde Pentecostés y camina con nosotros hasta el reencuentro con Jesús en su segunda venida. Por eso sabemos que ella está contenta de recibir en sus manos nuestro Plan de Pastoral, para que ella lo presente a su Hijo y él a su vez lo presente al Padre; y así ambos, el Padre y el Hijo, nos envíen al Santo Espíritu, para que así como fecundó a María para ser Madre de Dios, fecunde hoy a nuestra Iglesia particular de Yucatán, para que produzca abundantes frutos de santidad, como resultado de este Plan.
La primera lectura que hemos escuchado debe servirnos como una gran exhortación que hoy nos hace el Señor por boca del profeta Isaías: Todos los miembros de esta Iglesia de Yucatán, ¡vengan subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas! (cfr. Is 2, 1-5). ¡Iglesia de Yucatán, en marcha! ¡Caminemos a la luz del Señor!
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán