Homilía Arzobispo de Yucatán: “La Epifanía del Señor” – Mons. Gustavo Rodríguez Vega

“Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”

 

Muy queridos hermanos y hermanas, continuamos con el santo tiempo de Navidad y hoy corresponde celebrar la Epifanía del Señor. La palabra “epifanía” viene del griego y significa “manifestación”. Se trata de la celebración de la manifestación del Señor en carne humana. “Epifanía” es el nombre que en Oriente se da a la Navidad. De hecho, en Oriente la Navidad o Epifanía se celebra el día 6 de enero, pero en México pasamos esta fiesta a este domingo segundo del tiempo de Navidad, para que todos podamos celebrarla.

Esta fiesta indica el carácter universal de la salvación, pues el Niño que nos ha nacido es el deseado de las naciones. Aunque en su nacimiento se cumplieron las profecías, cuya realización esperaba el pueblo de Israel, Él nació para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los rincones del mundo. Esto es el carácter católico (universal) de la salvación.

Entre otras profecías que anunciaban la universalidad de la salvación, está la que escuchamos en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, “Jerusalén… caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora” (Is 60, 3). Se habla en esta profecía, con términos maternales, de la ciudad de Jerusalén. Todos podemos considerar a la ciudad en que nacimos como nuestra madre, aunque más bien solemos llamarla “la tierra de mis padres”, y por lo general, todos veneramos y amamos al menos un poco nuestra propia tierra. Pero ¿cómo puede una ciudad ser “madre” de hombres y mujeres de todo el mundo y de todos los tiempos? Dice el profeta: “Levanta los ojos y mira alrededor… tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos” (Is 60, 4). Si alguien puede ser madre de todos los hombres y atribuirse estas palabras, es la Madre de Jesús, la santísima Virgen María. La Iglesia, que tiene como prototipo a María, es llamada también a ser madre de la humanidad entera.

En la segunda lectura, san Pablo en su carta a los efesios, nos dice que el plan de Dios incluye también a los paganos, y que la revelación de este designio, hasta entonces secreto, nos ayuda a entender que “también los paganos son coherederos de la misma herencia” (Ef 3,6). Este es el fundamento teológico de la misión: si todos son coherederos, nuestro deber de hijos y de hermanos es compartir esta gran noticia. Los radicalismos religiosos y las actitudes xenofóbicas, son contrarias a la voluntad de Dios nuestro Padre, que quiere que todos los hombres se salven.

Por otro lado, esta fiesta es popularmente conocida como la fiesta de “los Santos Reyes”, tan venerados en Tizimín y en otros lugares de Yucatán. El apóstol y evangelista San Mateo, ve en el episodio de los Magos de Oriente el cumplimiento de las profecías como esta: “Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro proclamando las alabanzas del Señor” (Is 60, 6). El Evangelio de San Mateo no llama “reyes” a estos viajeros de Oriente; tampoco nos dice que fueran sólo tres, y no nos dice sus nombres; y mucho menos nos dice cuáles eran sus cabalgaduras. Sólo dice “unos magos de Oriente” y que traían tres regalos: oro, incienso y mirra (Mt 2, 1. 11). El número, los nombres y hasta las cabalgaduras, son cosa de las tradiciones escritas en libros antiguos, de una época posterior al Evangelio.

“Magos” era un adjetivo aplicado a los hombres de ciencia de aquel tiempo. Pero la condición de realeza se les atribuye, entre otras cosas, por tener los recursos para dedicarse a la investigación y para poder viajar, seguramente acompañados de un pequeño ejército. Pero no eran judíos ni israelitas sino extranjeros, en los que nos vemos representados todos los pueblos de la tierra. Investigadores, que además de estudiar los secretos del espacio, indagaron en las Escrituras del pueblo de Israel y llegaron a tener por ciertas las esperanzas de Israel y a adoptarlas como suyas. Ellos supieron conjugar y conjuntar la ciencia y la fe para obtener una sabiduría integral. Hoy en día siguen existiendo grandes científicos e investigadores, hombre y mujeres de una gran cultura y conocimiento que, lejos de abandonar la fe, la fortalecen. Jóvenes estudiantes, no vayan nunca a renegar de su fe, pues cuando la ciencia y la fe parecen oponerse, o hay un error en el modo de entender la ciencia, o hay un error en el modo de entender la fe.

Ellos, si no eran reyes, tenían una dignidad semejante. Eran reyes, adorando al Rey de reyes. Ojalá que nosotros en todo momento seamos muy conscientes de nuestra dignidad regia, derivada de nuestro bautismo y autentificada por reconocer la dignidad de los demás, y por sabernos postrar con humildad y fe ante el Rey de cielos y tierra.

Los Magos, siguiendo la estrella que los condujo a Belén, pudieron encontrar y adorar al Niño Dios ignorado por el rey Herodes, por las demás autoridades civiles y religiosas y por todo el pueblo en general. Bien entendida, la ciencia también conduce a Dios. Todo lo que hace la ciencia es descubrir un poquito de lo que Dios ha hecho y de cómo lo ha hecho. Pero cada descubrimiento debería conducirnos a la sabiduría socrática para decir: “Yo sólo sé que no sé nada”.

Le ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra. Tú también estás llamado a ofrecerle al Señor tu oro, tu incienso y tu mirra. Tu oro significa toda la colaboración económica que das a tu parroquia o a tu diócesis para el cumplimiento de su misión; pero también significa todos los bienes materiales de los que te desprendes para darlos a tus hermanos en necesidad, a quienes reconoces como presencia viva del Señor. Tu incienso significa tu oración personal y comunitaria, con las que alabas al Señor; bien entendida, la oración debe ser de veinticuatro horas diarias, como ya lo hemos explicado en otra ocasión; pero tu incienso también significa todo el reconocimiento que tú le rindes a tus hermanos, cuando les expresas que el platillo estuvo muy bueno, que su canto fue hermoso, que su trabajo fue perfecto, etcétera; echar un poco de incienso al prójimo es también incensar al Señor. Y tu mirra para el Señor significará aquilatar lo mucho que Él sufrió por nosotros, meditando en su encarnación, nacimiento y sobre todo en su pasión y muerte; pero ante todo debe significar el consuelo que lleves a tus hermanos que sufren por la enfermedad, por la prisión, o por causa de cualquier otro sufrimiento.

Sigamos disfrutando este tiempo de Navidad, con todas las consecuencias que la fe trae para nuestra vida. De nuevo, ¡feliz Navidad, feliz año, feliz día de Reyes!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán