Homilía Arzobispo de Yucatán – II Domingo del tiempo de Pascua, de la Divina Misericordia, Ciclo B

HOMILÍA
II DOMINGO DE PASCUA
DE LA DIVINA MISERICORDIA
Ciclo B
Hch 4, 32-35; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31.

“Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29).

 

Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya. Te’ domingoa’ u waxak p’éel kiino’ob ti Pascua’ u T’aan Yuum Ku’ ku ya’alik to’one’ k’ abeet u muchkintikuba’ le máaxo’ob yaan oksaj óol ti’ Cristo.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo afectuosamente en este domingo de la Octava de la Pascua. Esta semana hemos celebrado cada día con la misma solemnidad de la noche de Pascua. Desde mañana en adelante continuará el tiempo pascual hasta cumplir los cincuenta días en el domingo de Pentecostés.

El mismo domingo de la Resurrección, después de que Jesús se apareció a María Magdalena, a Pedro y a los discípulos que regresaban a Emaús, Jesús resucitado se apareció a los apóstoles que se encontraban reunidos en el mismo lugar donde celebraron la última cena. Estaban las puertas cerradas pero el Señor se presentó súbitamente y les dijo: “La paz sea con ustedes” (Jn 20, 19). No hubo ningún reclamo de Jesús a Pedro por haberlo negado o a todos los demás por haberlo abandonado; en cambio les ofrece su paz que tanto necesitaban por su tristeza y por su remordimiento. Luego los convierte en ministros de su paz, soplando sobre ellos y diciéndoles: “Reciban al Espíritu Santo, a los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 22-23).

Jesús resucitado se muestra misericordioso con sus discípulos al ofrecerles su paz; y también expresa su misericordia a todas las generaciones al dar a los discípulos la misión de llevar su paz a todos los necesitados de perdón. La Iglesia en nombre de Cristo, con su poder misericordioso, sigue dando a todos los pecadores el perdón que buscan sin importar el tamaño del pecado, con la única condición de mostrar un arrepentimiento sincero y su intención de no pecar más.

Con el salmo 117 de este día, proclamamos llenos de gozo que “La misericordia del Señor es eterna”. En el eterno presente de Dios, Él perdonaba a su pueblo y a la humanidad en previsión de los méritos de su Hijo muerto y resucitado. Con la vida y ministerio de la Iglesia, nuestro Padre sigue mostrando su misericordia, extendiendo los beneficios de la redención mediante la paz que viene de experimentar el perdón de los pecados. Esa misericordia también se debe expresar con todas las obras de caridad y servicio a la justicia, con las que la Iglesia sirve a los más necesitados de este mundo.

En este domingo de la Octava de Pascua, la Iglesia celebra a Jesús misericordioso. Nuestras felicitaciones a todos los fieles de las parroquias de “El Señor de la Divina Misericordia” de la colonia San Ramón Norte y de “El Señor Jesús, Divina Misericordia” de Izamal, que celebran su fiesta patronal; y un llamado a todos, para que en nuestra vida personal y en nuestro servicio de Iglesia, mostremos la misericordia del Resucitado.

El Apóstol Tomás no estaba presente en el momento en que Jesús resucitado se presentó en medio de sus discípulos, por lo que no quiso dar crédito al testimonio de sus hermanos sobre la realidad de la resurrección de Cristo. Él afirmó que no iba a creer, a menos que viera la señal de los clavos y pudiera meter su dedo en los agujeros de los clavos y su mano en su costado.

Ocho días después, de nuevo en domingo, Jesús se apareció en medio de ellos estando también Tomás presente. Les volvió a ofrecer su paz, que en este caso le hacía más falta a Tomás, a quien ahora mostró su misericordia. A él lo llama de inmediato para que venga a meter su dedo en sus manos y su mano en su costado, invitándolo a creer. “Señor mío y Dios mío”, fue la respuesta de Tomás (Jn 20, 28). Fue una verdadera respuesta de fe, pues con sus ojos veía a Jesús resucitado, pero con la fe veía a su Señor y a su Dios. Jesús le contestó: “Tú crees porque me has visto, dichosos los que creen si haber visto” (Jn 20, 29).

Todos los cristianos en el mundo somos los dichosos que hemos creído sin haber visto, porque hemos aceptado el testimonio de la Iglesia. Veamos que las dos apariciones del Resucitado suceden el día domingo, que en aquel tiempo se llamaba “Día del Sol”, como lo es todavía en algunos países en la actualidad. Para los creyentes en el Resucitado, es desde entonces el “Dies Domini”, “el Día del Señor”, el “Dominicus” como se le llamó desde aquel momento. Veamos que el grupo de los discípulos estaba reunido, y hasta el presente nos seguimos congregando el domingo para celebrar al Resucitado con la Eucaristía, misterio de fe, según el encargo de Cristo en la última cena: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Recordemos que la “memoria” en el lenguaje judío no era simplemente el recuerdo de algo que pasó, sino la actualidad de algo que sigue presente. Por eso cada domingo nos reunimos a celebrar al Resucitado con la Eucaristía.

Qué triste es que algunos todavía pregunten si es obligatorio asistir a misa el domingo. Yo creo que el Señor no quiere a nadie a la fuerza en su presencia, sino que nos quiere libres y gozosos de vernos en la asamblea celebrando su muerte y resurrección, su Pascua. ¿Qué dirías tú si algún familiar o amigo te visitara sintiéndose obligado o forzado a hacerlo por alguna razón? Seguramente sería una visita desagradable. Pero quien cree en el Resucitado en verdad no querrá perderse ningún domingo la Eucaristía y la oportunidad de reunirse con la asamblea, y hasta hará lo posible por acudir durante la semana.

Tu fe en el resucitado te llegó mediante el testimonio de la Iglesia, representada en tus papás, tus abuelos, tus parientes, tus catequistas, tu párroco y así fuiste creciendo dentro de una comunidad. La primer lectura tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta el modo en que vivía la primera comunidad cristiana, donde todo lo tenían en común y nadie pasaba necesidad. Humanamente es muy difícil sentir y entender a la Iglesia como una comunidad, asistiendo solamente a la misa dominical donde participan quizá entre quinientas y mil personas, considerando que la mayoría no se conocen entre sí. Es por eso que en nuestra Arquidiócesis fueron creados los Centros Pastorales, para que en pequeños grupos los hermanos puedan crecer y fortalecerse en la fe. Algo semejante sucede en otros equipos parroquiales y movimientos diocesanos. Quizá lo más cercano a aquellas primitivas comunidades cristianas es la experiencia de las congregaciones de religiosas o religiosos que literalmente lo tienen todo en común, así como también las experiencias de laicos viviendo en vida comunitaria.

Tomás estaba ausente del grupo y luego no creyó en su testimonio sobre la resurrección. En el pensamiento de la cultura moderna, es muy fuerte el individualismo que perjudica la unidad de las familias, la perseverancia de los matrimonios y debilita las amistades. Hoy está de moda el verbo “chapulinear”, el cual se aplica a aquellos políticos que pasan sin más de un partido a otro, abandonando los principios y valores de su partido de pertenencia, cuando no encuentran ahí una oferta que les convenga en lo personal. Esta es una expresión más del llamado “pensamiento líquido”, mismo que se caracteriza por la debilidad en las convicciones, con una fuerte expresión de individualismo.

Cuando la fe se vive en forma individualista, con frecuentes alejamientos de la comunidad eclesial, se corre el peligro fácilmente de ir dando cabida a otras ideas contrarias al cristianismo, alejándose incluso de la fe en la resurrección, la cual es esencial en la vivencia cristiana. Quien deja de creer en el Resucitado y en la resurrección de los muertos, ha dejado de ser cristiano, aunque vaya de vez en cuando a misa y tenga otras manifestaciones eventuales de religiosidad.

La segunda lectura del día de hoy está tomada de la Primera Carta del Apóstol san Juan, y en ella se nos dice que creer en Jesús como Mesías nos lleva necesariamente al amor de nuestros hermanos. La fe y el amor son indispensables para construir la comunidad. El mundo que Dios creó es bueno, pero cuando san Juan utiliza el concepto “mundo” se refiere a todo lo que se opone a nuestra fe, de este modo debe establecerse una lucha entre el cristiano y lo mundano.

Lo anterior yo lo traduciría en el sentido de que hemos de ser críticos ante las realidades y el pensamiento actual, pidiendo al Espíritu Santo que nos ayude a discernir entre lo bueno y lo malo; de manera que nadie crea que todo lo nuevo, por ser novedoso, es necesariamente bueno. En esto consiste la lucha para no dejarnos llevar por la corriente de lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Es tiempo de definiciones: Somos cristianos o no lo somos; creemos en el Resucitado y en nuestra resurrección, o no creemos. Actuemos pues en consecuencia.

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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