HOMILÍA
II DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo A
Gn 12, 1-4; 2 Tim 1, 8-10; Mt 17, 1-9.
“Ahí se transfiguró en su presencia” (Mt 17, 2).
In láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Jun p’éel ki’iki’ óolal ti’ tuláakal u ko’olelilo’ob Yucatán men bejlaé kiinbensik tuláakal u kolelilo’ob yóokolkab. Bejlaé Te’ Ma’alob T’aan Yuum Kué, Jesús ku bisik Pedro, Santiago yéetel Juan tu kanalil u káaxil Tabor, tu’ux tu yéesaj ti’ob u nojbe’enil le ka’ tu k’exuba’ tu táano’ob yéetel kaj chíikpají Moisés yéetel Elías taám u t’aano’ob yéetel Jesús. Le ba’ax tu ya’alaj ti’ob u T’aan le Taata’o’ u ti’al tuláaklon: úuy u t’aan in Paal yáakunaj.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este segundo domingo del Tiempo de Cuaresma, el cual coincide con la celebración del “Día Internacional de la Mujer”.
Por ello les envío un saludo lleno de amor cristiano a todas las mujeres: a las abuelitas, especialmente a aquellas que tanto apoyan a sus hijos y nietos con sacrificios que sólo nuestro Padre Dios conoce; a las esposas, especialmente a aquellas que siguen junto con su esposo fieles a la alianza matrimonial, creyendo que con la gracia de Dios, podrán continuar así hasta que la muerte los separe; a las que por algún motivo les ha tocado ser cabeza de su hogar; a las que han elegido permanecer solteras y así pueden apoyar a sus padres, a sus hermanos, a sus sobrinos o simplemente pueden entregarse más completamente a su profesión y a su servicio en la sociedad; a todas las jóvenes que estudian o trabajan, abrigando sueños de un futuro feliz; así como a las niñas, que son la alegría de sus padres y sus abuelos.
Un saludo particular a todas las consagradas, que han entregado su vida por Cristo al servicio de la Iglesia, sobre todo a las que realizan su entrega generosa en nuestra amada Arquidiócesis. También un saludo particular a todas nuestras catequistas, a quienes tanto les debemos por su apostolado lleno de amor a nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
La semana pasada los Obispos de esta Provincia Eclesiástica de Yucatán nos reunimos con una gran representación de todos nuestros catequistas en Campeche, donde acudieron al XX Encuentro Provincial poco más de setecientas catequistas de cada unas de las Diócesis de Tabasco, Campeche, Cancún-Chetumal, y por supuesto de Yucatán, dando un total de casi tres mil catequistas. Un saludo igualmente afectuoso a todas las demás mujeres que sirven de varios modos en las distintas comunidades de nuestra Iglesia.
Mañana, si no todas, la mayoría de ustedes, mujeres, van a tener un merecido descanso; tal vez algunas se manifestarán pacíficamente (ojalá que así sea), para reclamar justicia y seguridad ante la ola de feminicidios que ha crecido en el País. Trabajemos en Yucatán para que termine la violencia intrafamiliar y para que ningún esposo crea tener derecho de agredir a su mujer, ni física, ni verbalmente.
Yo los invito a todos, hombres y mujeres, a orar y esforzarnos en favor de un sano y cristiano feminismo, en el que no se convoque al odio contra los varones; en el que la mujer no deje a un lado lo mejor de su femineidad; en el que se defienda la vida humana, desde el primer momento de su concepción hasta el último momento de su muerte natural; en el que, sin ofender a nadie ni hacerlo menos, se apoye ante todo el proyecto de Dios para la familia, integrada por el hombre, la mujer y los hijos que el Señor les conceda.
El libro del Génesis narra dos veces la creación del hombre y la mujer, y en cada ocasión deja un mensaje distinto. El primer pasaje (Gén 1, 27) nos dice que “Dios creó al ser humano a su imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”. Aquí se ve claro que tanto el hombre como la mujer llevamos la imagen de Dios, y así tenemos la misma dignidad. El segundo pasaje (cfr. Gén 2, 7-24) nos dice que Dios creó primero al varón, pero se dio cuenta que de no era bueno que estuviera sólo, y aunque le presentó a todos los animales creados, ninguno pudo ser su complemento; entonces, mientras el hombre dormía, de su costado Dios tomó una costilla para formar de ahí a la mujer, entonces cuando el hombre despertó y vio a la mujer exclamó: “¡Ahora sí, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. Además dice este pasaje que, aunque estaban desnudos, no se avergonzaban. Yo creo que el no sentir vergüenza habla de su inocencia, por no conocer el pecado, pero también habla de su mutua aceptación, tal como es cada uno.
Mujeres, les deseo lo mejor, y lo mejor, yo estoy convencido, es la vida de fe, esperanza y caridad, así como también encontrar en el camino de la santidad su máxima realización en el amor de Dios, sin importar el género de vida y condición social. Hombres, santifiquémonos reconociendo el grandísimo don que Dios nos ha dado en la mujer, y desde nuestro estilo de vida, procuremos reconocerles su dignidad, los carismas que les son propios, así como también darles el lugar que les corresponde en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en la sociedad y en la Iglesia.
El domingo pasado, el santo evangelio nos llevó con Jesús al desierto para aprender el valor del ayuno y la oración, pero también el modo de enfrentar al demonio y salir victoriosos ante toda tentación. Hoy el pasaje del evangelio según san Mateo nos lleva con Jesús a lo alto de un monte, donde muestra a Pedro, Santiago y Juan, la gloria de su divinidad. Si buscamos el versículo anterior con el que termina el capítulo 16, encontramos que Jesús anunció lo siguiente: “Les aseguro que algunos de los que están aquí, no morirán sin antes haber visto al Hijo del Hombre en su Reino” (Mt 16, 28).
Seis días después se cumplió su anuncio, cuando sobre el monte, el rostro de Jesús “se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías conversando con Jesús” (Mt 17, 2-3). Por supuesto que los tres apóstoles estaban maravillados de lo que veían, y por boca de Pedro le pedían a Jesús permanecer ahí. Sin embargo aún les faltaba lo mejor, entonces se escuchó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escúchenlo” (Mt 17, 5).
Los apóstoles, quienes ya habían escuchado los anuncios de la pasión, muerte y resurrección que Cristo les había dado, y que pronto presenciarían su cumplimiento, con la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor fueron fortalecidos para soportar la gran prueba, al fijar su mirada en la futura gloria y poner sus oídos en las palabras de Jesús.
Existe un monte Tabor al final de esta Cuaresma: es la Pascua que nos hará contemplar y compartir la alegría del Resucitado. Pero existe otro monte Tabor al final del camino de nuestra vida cristiana: es la gloria eterna, donde tendremos un gozo inimaginable con la contemplación de la gloria del Dios uno y trino. Sólo que, para llegar a ambos finales felices, necesitamos escuchar y poner en práctica las palabras de Jesús, según lo que la voz del Padre nos manda hacer.
La primera lectura de hoy está tomada del Libro del Génesis. Nos narra el llamado que Dios hizo a nuestro padre Abraham para salir de su tierra y de su parentela, hacia la tierra que le mostraría, con la promesa de hacer de él un gran pueblo. Dios cumplió su promesa dándole la gran descendencia del Pueblo de Israel, del que la Iglesia, pueblo santo de Dios, es su continuidad; no en la sangre sino en la fe.
Hoy también el Señor nos llama a salir. ¿Salir de dónde?, de un estilo de vida a otro, pues sea cual fuera tu estilo de vida, siempre puede el Señor mostrarte algo mejor de lo que espera de ti. Nos invita pues, a salir de nuestros pecados para entrar en la tierra de la amistad con Él. La tierra prometida es también figura del Reino de Dios.
La segunda lectura, tomada de la Segunda Carta del apóstol san Pablo a Timoteo, nos habla igualmente de nuestra vocación, diciendo: “Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras obras, sino porque así lo dispuso él gratuitamente” (2 Tim 1, 9).
Al igual que Abraham, tengamos el valor y la confianza en Dios para aceptar su llamado, para caminar a dónde el nos mostrará, pues el hombre de fe no sabe por dónde lo llevará el Señor, pero está seguro de ir en la mejor compañía y de dirigirse a dónde en verdad quiere llegar.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán