Homilía Arzobispo de Yucatán – I Domingo de Cuaresma, Ciclo B

HOMILÍA
I DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo B
Gn 9, 8-15; 1 Pe 3, 18-22, 1; Mc 1, 12-15.

“Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).

 

Ki’ olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e’ yáax domingo’ ti’ u kiinilo’ob Cuaresma, u beji’ u ti’al kúuchu’ Pascua. Ko’onex beetik le beja’ yéetel u k’iinal k’ebano’ob.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

Ojalá que todos hayamos celebrado el día del amor y la amistad recordando ante todo al “Gran Amigo”, a la fuente del verdadero amor; y también que hayamos iniciado el santo tiempo de la Cuaresma en el marco de esta amistad.

Hoy es el primer domingo de Cuaresma y en el evangelio según san Marcos tenemos escuetamente el comentario de que Jesús fue tentado mientras estaba en el desierto, a diferencia de los relatos de san Mateo y san Lucas que describen detalladamente las tentaciones. El primer comentario es fundamental, pues dice que “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto” (Mc 1, 12). A ti y a mí también el Espíritu nos quiere impulsar a retirarnos al desierto, para vivir estos cuarenta días de la Cuaresma con mucho provecho espiritual.

Jesús iba a iniciar su misión pública de evangelizar a los pobres, pero el Espíritu lo lleva primero al desierto, a encontrarse con el Padre en oración, ayuno y vida austera. Todas las grandes decisiones de nuestra vida deberían tomarse así, delante de Dios en oración y austeridad. Cuántos errores se comenten por la irreflexión, por la superficialidad y por dar rienda suelta a todos los deseos y apetencias de nuestra carne. El Espíritu nos quiere impulsar, pero nunca nos arrastrará llevándonos a la fuerza; las cosas buenas y las decisiones que valen la pena se han de tomar con entera y total libertad, y el Espíritu respeta absolutamente nuestra libertad.

En cambio, si no seguimos al impulso del Espíritu, obedeceremos al impulso de nuestras pasiones, a la presión social o a lo que otras opiniones nos impongan si lo permitimos. Cuántos hombres presumen de que “no los manda su mujer”, pero en cambio se dejan mandar por lo que sus compañeros les imponen, como el “deber” de tomar o de otros vicios por temor a quedar mal con ellos. Y tú, ¿por quién te dejas llevar?

La Iglesia nos pide que hagamos ayuno y abstinencia de carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; y sólo la abstinencia los demás viernes de Cuaresma, como un signo común y universal de penitencia. Pero el espíritu de arrepentimiento nos ha de llevar al ayuno y a la abstinencia cada vez que tengamos necesidad de fortalecer nuestra voluntad, para ser fieles al Señor; y también nos hará ayunar y abstenernos de ciertos lugares, de ciertas compañías, de ciertos programas y películas, de ciertas páginas y de todo aquello que nos debilite e incline al pecado. Cada quien debe saber qué sacrificios necesita para crecer espiritualmente. Hoy en día hay muchos, y sobre todo, muchas mujeres que ayunan y se abstienen de alimentos con motivos meramente estéticos, a riesgo de caer en la anorexia o en otras enfermedades físicas, y ciertamente estos sacrificios no son del agrado del Señor.

A propósito del ayuno, recordemos que este próximo viernes 23 de febrero el Papa nos invita a realizar una vigilia de oración y ayuno pidiendo por la paz en la República Democrática del Congo Belga. Cfr. http://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2018-02/jornada-oracion-paz—papa-francisco—23-febrero—dialogo-inte.html

Por otra parte, no te preocupes si acaso no pudiste asistir el pasado miércoles a recibir la ceniza, lo que importa es tomar el espíritu de humildad que nos recuerda que somos polvo y al polvo hemos de volver; así como el espíritu de arrepentimiento que nos hace renovarnos en la presencia del Señor, y para beneficio de quienes nos rodean.

Las prácticas cuaresmales, sugeridas por el mismo Jesucristo, nuestro Señor (cfr. Mt 6, 1-6, 16-18), que son para toda la vida ordinaria de los discípulos y no sólo para la Cuaresma, son la limosna, la oración y el ayuno. Es muy importante el orden de estas prácticas tal como las enseña Jesús, porque la oración sin la limosna se vuelve falsa y estéril. Por limosna deben entenderse todas las formas de atender a las necesidades de nuestros hermanos, no solamente las monedas que damos a los que están en mendicidad. Por otra parte, el ayuno que no termina en limosna también cae al vacío, tal como lo enseñan los santos Padres de la Iglesia. Varios de ellos nos dicen que lo que ahorremos por no comer ha de servir para alimentar a los hambrientos.

La primera lectura nos trae la historia de la alianza que hizo Dios con Noé, con su familia y con todas las creaturas, representando a todas las generaciones futuras cuando terminó el diluvio. El compromiso de Dios fue no volver a destruir la vida con otro diluvio. La realidad es que las inundaciones son cada vez más frecuentes en distintos lugares del planeta, pero también crece la convicción de que los desastres naturales no son castigos divinos, sino que en muchas ocasiones, éstos suceden a causa del grave pecado de la deforestación por el afán de ganancia de las empresas transnacionales, así como por tantas otras formas de abuso de nuestra tierra que han provocado el cambio climático. La realidad es que estas inundaciones con frecuencia dañan a los países más pobres en sus regiones más empobrecidas. Sin lugar a duda, el signo de la injusticia junto con el pecado del abuso de nuestra tierra acompaña a estos fenómenos.

La historia del arca de Noé encierra una serie de simbolismos y enseñanzas para nosotros. En ese relato, Dios castiga el pecado de la humanidad que había llegado al colmo. La historia del pecado humano ha continuado, y no se diga en nuestros días. Si la tierra no ha sido destruida o si no hemos acabado con ella, hemos de agradecer la gran paciencia que Dios tiene para con nosotros, pecadores. Aquella alianza con Noé era figura de la futura Alianza que Dios haría con todos nosotros al enviarnos a su propio Hijo para el perdón de los pecados; ahora el signo no es el arcoíris, sino la cruz de nuestro Salvador.

Es san Pedro en la segunda lectura de hoy, tomada de su primera carta, quien nos da el sentido pleno de la historia de Noé y del agua del diluvio cuando nos dice: “Aquella agua era figura del bautismo, que ahora los salva a ustedes y que no consiste en quitar la inmundicia corporal, sino en el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios, por la resurrección de Cristo Jesús” (1 Pe 3, 21-22).

Todo lo bueno que como cristianos recibimos durante la vida se deriva de nuestra condición de bautizados; todas las gracias que vienen sobre nosotros los creyentes son consecuencia de nuestro bautismo. Recordemos que en los orígenes de la Iglesia sólo se bautizaba a los nuevos cristianos durante la noche de Pascua; y que estos casi en su totalidad, eran adultos que durante años se habían preparado para recibir este sacramento, además de que sólo eran admitidos al Bautismo cuando daban muestras de santidad y justicia en sus vidas. Previo a la Pascua de su Bautismo, tenían un tiempo de cuarenta días en los que se preparaban con oración, ayuno y escucha de la Palabra para renacer con Cristo mediante este sacramento. Hasta que llegó el momento en el que toda la comunidad quiso acompañar a los así llamados “catecúmenos” en su última etapa de preparación compartiendo con ellos esos cuarenta días, y así al ser aquellos bautizados, todos los demás renovaban su compromiso bautismal. Hoy en día continúa esa práctica, aunque los adultos que se bautizan la noche de Pascua ahora son unos pocos, puesto que lo ordinario es el Bautismo de infantes.

Si los cientos de millones de bautizados que hay en el mundo conociéramos el significado de nuestro Bautismo y viviéramos de acuerdo a esa condición de hijos de Dios y hermanos de nuestro Redentor, el mundo actual sería mucho más justo, pacífico y fraterno. No olvidemos el significado del arca de Noé, pues representa a la “barca” de Pedro, la Iglesia, que en medio de las tormentas de este mundo es conducida por el sucesor de Pedro y por todos los pastores que con él llevamos la barca de la Iglesia rumbo al puerto final.

Cuando se habla mal de la Iglesia en general, no se comprende que ésta es el Cuerpo Místico de Cristo, y se le confunde con uno o algunos de sus pastores. Seamos conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, y de que en ella tenemos nuestra barca segura junto con todos los recursos de la gracia por medio de la Palabra, de los sacramentos, de la oración y de la vida comunitaria que ella misma nos ofrece. Pueden fallar uno y mil cristianos, pero la Iglesia continúa navegando en medio de las altas olas a pesar de sus enemigos que la quieren ver naufragar, y de los graves pecados que cometemos los hijos de esta Iglesia, amada esposa de Cristo, quien afirmó de ella: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18); y que también dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Que este camino cuaresmal nos sirva pues, para prepararnos a la renovación de nuestro Bautismo.

¡Sea alabado Jesucristo! Tengan todos una feliz semana.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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