Domingo de Ramos
De la Pasión del Señor
Ciclo C
Is 50, 4-7; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)
Muy queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa. Hoy nuestra liturgia nos hace recordar la entrada triunfal de nuestro Señor Jesucristo a Jerusalén. ¿Cuántas veces subió al templo de Jerusalén lleno de alegría, como todos los miembros de su pueblo? Él entonaba el salmo 121: “Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales Jerusalén”. Así el Señor Jesús repetía las palabras de este salmo y su corazón se llenaba de alegría al entrar a esta ciudad santa, al acercarse al templo de Jerusalén.
Pero ahora, esta ocasión era muy singular, pues tomó la firme determinación de subir a Jerusalén como dice el evangelio. Es la decisión de ir a obedecer al Padre y dar la vida por nosotros. Sabía lo que le esperaba ahí en aquella ciudad y sin embargo entró; y además quiso llegar montado en un burrito.
Los apóstoles animaban a la gente que lo aclamaba, y tendían los mantos a manera de alfombra para que él pasara solemnemente. La gente arrancaba los ramos de los árboles para alabarlo: “Hossana al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, Hossana” (Mt 21, 9). La gente lo estaba aclamando como Rey y como Mesías, y hoy nosotros conmemoramos esa entrada triunfal con ramos benditos llevándolos en nuestras manos y cantando por las calles de nuestros pueblos y ciudades de este hermoso Estado de Yucatán.
Sólo Jesús llevaba en su conciencia lo que iba a suceder pocos días después, ya que sabía que le esperaba la muerte; una muerte dolorosa, ignominiosa; y sin embargo continuaba decidido caminando a cumplir la voluntad de nuestro Padre. Nadie lo sabía, aunque él lo había anunciado en tres ocasiones a los apóstoles, pero ellos no lo habían entendido o no lo aceptaban. Luego lo acompañarían sin saber lo que iba a suceder.
Especialmente los niños gritaban alabando al Señor y nosotros también con espíritu de niños lo aclamamos para recibirlo, conscientes de que un día nos tocará también ingresar a la Jerusalén celestial. Así lo esperamos, así lo creemos y así queremos llegar con la misma alegría con que vamos cada domingo al templo, pues queremos llegar cuando el Señor nos llame y entrar gloriosos a la Jerusalén celeste. Vivamos de tal manera que nuestro ingreso al cielo sea así, verdaderamente un ingreso triunfal. Eso nos corresponde a nosotros, con la gracia de Dios, prepararlo desde esta vida.
También el Domingo de Ramos es un día especial, porque dentro de la misa escuchamos en la proclamación del Evangelio, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, en esta ocasión, según san Lucas. Estamos en el Año de la Misericordia y providencialmente el evangelio de Lucas es señalado por los estudiosos de la Biblia como el Evangelio de la Misericordia. Hay varios pasajes muy hermosos en el texto lucano donde se muestra la gran misericordia de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor, por ejemplo, la parábola del “Hijo Pródigo” (Lc 15, 11-32).
Al hablar de la Pasión, y en particular, en la narración de ésta, hay unos elementos de san Lucas que refieren la gran misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Pensemos por ejemplo que cuando Jesús se encuentra en su camino al Calvario con las mujeres, las hijas de Jerusalén que lloran, que lo ven y no pueden hacer nada en favor de él y lloran por lo que está sufriendo. Jesús haciendo a un lado su dolor y sufrimiento, las consuela y les dice: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos… porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?” (Lc 23, 28.31).
Así como Jesús nos dio esta enseñanza, ojalá que nosotros también seamos capaces de olvidarnos de nuestros dolores y sufrimientos y poder ver y atender los sufrimientos de los demás. Si nosotros salimos al encuentro del dolor de otros, si vivimos la misericordia con los que nos rodean, nos será un poco más ligera nuestra cruz. Imitemos a Jesús y no nos centremos en nuestro dolor. Veamos las penas de todos los que nos reodean, recordando aquel dicho: “me quejaba de no tener zapatos hasta que vi a otro que no tenía pies”. Si vemos a nuestro alrededor, siempre habrá gente sufriendo igual o mucho más que nosotros.
Otro rasgo misericordioso de nuestro Señor Jesucristo en la obra de Lucas está en la hora de la cruz. Es el evangelista que nos narra que, mientras uno de los ladrones crucificados junto a Jesús lo insultaba y le gritaba: “sálvate a ti mismo y a nosotros”, otro ladrón que estaba al lado se compadeció y le llamó la atención: “Ni siquiera tu temes a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho” (Lc 23, 40-41). Y aunque otros ven a un Jesús derrotado y que se encuentra sin poder y sin gloria, anonadado; éste hombre supo reconocer la grandeza del crucificado y luego le suplicó: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdte de mí” (Lc 23, 42) y Jesús le respondió lleno de misericordia: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). ¡Qué gran lección la que nos da este ladrón! Está sumido en la desgracia, y hay gente que en medio de las tragedias se amarga y trata con amargura a todos los que lo rodean. Este hombre en cambio superó su amargura y se sobrepuso para actuar como se debe, para mirar a Jesús.
Hay algunas personas que enseñan fuera de la Iglesia católica que los muertos simplemente están en las tumbas, todos ellos buenos y malos, están en las tumbas; y que solamente al final de los tiempos vendrá el Señor a levantarlos de ahí. Pero este evangelio nos da una muestra clara de que después de la muerte, hay un juicio inmediato y que ya hay hermanos nuestros en el cielo; así como otros están en el purgatorio y otros en el castigo eterno. Pero por otro lado muchas personas están ya en la gloria del Señor, los que la Iglesia ha canonizado y otros que aún no han sido canonizados pero que Dios ha visto su santidad de vida y los ha querido llevar junto a Él. ¿Cuándo vamos a llegar al cielo? Jesús le dijo al ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” Pongamos mucha atención en el evangelio del hoy según san Lucas, releyéndo desde nuestro hogar y veremos cuantas grandes enseñanzas podremos obtener.
Durante la Semana Santa, iremos desglosando el misterio de la salvación. Primero tenemos el Miércoles Santo donde anticiparemos la celebración y bendeciremos los Santos Óleos, donde los sacerdotes de Yucatán renovarán sus promesas sacerdotales; pidamos por nuestros pastores y demos gracias a Dios por el Santo Crisma con el que serán ungidas las manos sacerdotales, los confirmados y los bautizados. Demos gracias por el óleo con que serán confortados los enfermos. Demos gracias por el Óleo de los Catecúmenos que nos prepara a enfrentar las grandes tentaciones de cada día.
Después al llegar el Jueves Santo, celebraremos la Cena del Señor y recordaremos el misterio eucarístico. Considerando que no hay Eucaristía sin sacerdocio, por eso el Señor instituye el Orden Sacerdotal al mismo tiempo que la Eucaristía. También haremos memoria del gran mandamiento que Dios nos dejó: que nos amemos los unos a otros como Él nos ha amado (cfr. Jn 13, 34). Muchos de los sacerdotes realizaremos el gesto de lavar los pies a hermanos y hermanas nuestras recordando que Jesús así lavó los pies a sus discípulos.
Vendrá el Viernes Santo, día en que no se celebra la Santa Misa, sino que simplemente y maravillosamente se contempla el misterio de la Santa Cruz, se escucha la Pasión según san Juan y se recibe la comunión de las hostias que se han consagrado el día anterior.
Finalmente, después del Sábado Santo en que guardaremos el respetuoso silencio contemplando a nuestro Señor en el sepulcro, vamos a celebrar nuestra Pascua. El Sábado Santo por la noche viviremos nuestra gran fiesta, donde vamos a renovar nuestro compromiso bautismal. Acompañemos a los que van a ser bautizados en esa noche, tomando en cuenta que todos somos invitados a renovar nuestro bautismo. Preparémonos a vivir intensamente el Misterio Pascual y quien esté de vacaciones, que descanse, pero no olvidemos el motivo de este tiempo vacacional, pues la Semana Santa fue dispuesta no para descansar simplemente, sino para celebrar el Misterio Pascual.
¡Que pasen todos ustedes una muy feliz Semana Santa!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán