Homilía Arzobispo de Yucatán – Cuarto Domingo de Adviento 2016

HOMILÍA

IV DOMINGO DE ADVIENTO

Ciclo A  

Is 7, 10-14; Rm 1, 1-7; Mt 1, 18-24.

“He aquí que la virgen concebirá

y dará a luz un hijo” (Is 7, 14).

“Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. Te  canpe’el domingoa ti adviento, u Ta’an Jesus ku tsaik ojelbil ju’ulpe’el kimak’ olal ti San José”.

Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con afecto en este cuarto domingo del tiempo de Adviento, pues ya el próximo domingo, Dios mediante, estaremos celebrando la solemnidad de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo. Nos queda aún una semana de preparación y muchos corren a comprar regalos, a poner el árbol y/o el nacimiento y demás adornos navideños, o para los preparativos de la cena de Navidad. Pero también es una semana muy oportuna para preparar el pesebre de tu corazón, para ponerte en paz con quien estés distanciado, o para acercarte al pobre y el necesitado. Es la recta final, ¡corramos al encuentro de Jesús niño, con la sencillez de los pastores y con la fe, la esperanza y el amor de los magos!

Los medios de comunicación nos han informado ampliamente del ataque brutal que recibió la medallista olímpica y senadora mexicana, Ana Gabriela Guevara, por parte de cuatro hombres que además la llenaron de insultos por su condición de mujer, hace como una semana. Numerosas voces se han alzado para manifestar su indignación porque ella ha sido inspiración para muchas personas, especialmente mujeres, por la tenacidad y constancia en sus propósitos. Pero aunque la víctima de semejante ataque hubiera sido una desconocida o un hombre, eso no se le debe hacer a nadie. Todos deseamos que la resolución de este crimen ayude a crecer en una cultura diversa del machismo, donde la mujer sea cada vez más valorada y respetada reconociendo su igualdad en dignidad con el varón.

Igualmente se ha sabido que en las redes sociales no sólo ha habido manifestaciones de apoyo para esta mujer, sino también insultos, amenazas y expresiones misóginas que invitan a los hombres a ser violentos contra la mujer. Es posible que los mismos agresores están escribiendo estas cosas tan negativas y deleznables, aunque lamentablemente hay quienes dedican mucho de su tiempo a hacer mal uso de las redes y que se dan gusto ofendiendo y lastimando a otras personas animados por el anonimato. Sin caer en un feminismo desfasado que propone la lucha de la mujer contra el hombre, o que provoca a la mujer a perder su femineidad y lo mejor de sí misma como mujer, debemos trabajar para que acabe todo género de violencia y discriminación contra la mujer. Tampoco caigamos en el grave error de las generalizaciones creyendo que todos los hombres somos machistas o que todas las mujeres son víctimas sumisas si no se ponen en plan de lucha contra el varón.

Veamos del mismo modo al gran número de hombres respetuosos de la mujer, porque los hay y muchos; a los esposos fieles a sus mujeres, porque los hay y muchos; veamos a las mujeres que junto a sus esposos gozan de su unión matrimonial y tienen el proyecto de un matrimonio al que sólo la muerte lo separe; veamos a todos y a todas los que se esfuerzan desde la política, la educación, la religión y la cultura por crear las condiciones sociales para que haya respeto y sana complementación entre hombres y mujeres.

A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido matrimonios santos al grado de ser llevados ambos, hombre y mujer, a los altares; como Luis Martín y María Zelie Guerin, padres de santa Teresita del Niño Jesús; o san Isidro Labrador y santa María de la Cabeza; los beatos Luigi Beltrame Quattrocchi y María Corsini. Me consta también de matrimonios que han llegado a un estado elevado de espiritualidad y llegan a ofrecer, por voluntad recíproca, su continencia para vivir como hermanos, encontrando una forma elevada de amarse y de servir a Dios y a los demás. Sin embargo, en toda la historia el ejemplo más singular y esplendoroso por su santidad y castidad fue el matrimonio que se formó entre María y José, a quienes Dios eligió desde siempre para la tarea de ser padres de su Hijo, que vino al mundo en el vientre purísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo.

El santo Evangelio de este domingo según san Mateo, nos presenta el cumplimiento de la profecía de Isaías quien anunció ocho siglos antes de Cristo: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo…” (Is 7, 14). La primera lectura tomada del profeta Isaías nos habla de este anuncio, y el Evangelio nos narra del cumplimiento de esta profecía en la persona de María. Dios todopoderoso y eterno que contempla todo como en un eterno presente, iluminó al profeta para que anunciara la maternidad virginal de María. Ningún templo fue mejor que el cuerpo de María, al que Dios preparó haciéndola inmaculada desde que ella fue concebida, porque Dios sabía que María correspondería a esta y a todas sus gracias, por eso fue llamada por el arcángel Gabriel “llena de gracia”. A san José le bastó que Dios le revelara en sueños su plan, para recibir a María como esposa y aceptar ser padre ante el mundo del que no se avergonzaría de que lo llamaran “el hijo del carpintero” (cfr. Mt 1, 18-24).

San Pablo en la segunda lectura tomada de la Carta a los Romanos, indirectamente hace referencia al Evangelio y a la primera lectura, y se refiere a san José cuando habla del linaje de David diciendo: “Ese Evangelio, que, anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios…” (Rm 1, 3).

Antes de la llegada de Cristo, un gran número de buenos hombres y mujeres muy religiosos y convencidos de la resurrección de los muertos, hacían voto de castidad o virginidad viviendo incluso en comunidad; pero la sociedad judía no permitía a ninguna mujer permanecer soltera ni vivir en comunidad, como los monjes de Qumrán. Así que la mujer que hiciera voto de virginidad debía de todos modos estar casada con un hombre que respondiera por ella en lo económico y en lo civil. Por eso es que María y José estaban comprometidos en matrimonio cuando ella concibió por obra del Espíritu Santo. Qué angustiosa crisis debió haber vivido el señor san José cuando vio a su prometida embarazada. Él tenía el derecho y supuestamente el deber, de denunciar a María para que muriera apedreada, y sin embargo tomó la decisión de repudiarla en secreto marchándose del pueblo, lo cual implicaba ir a la aventura, a otro poblado, arriesgándolo todo, perdiendo su seguridad y dejando tras de sí una mala reputación.

Si el Evangelio dice que José era un varón “justo” ¿cómo es que no ejerció justicia contra María? Porque que “justicia” y “justo” en la Biblia y el Evangelio son conceptos muy distintos de la mentalidad romana, que es la que prevalece hasta nuestros días. En la Palabra de Dios “justicia” quiere decir “santidad” y “justo” significa “santo”. José, varón justo, deja la justicia en manos del Altísimo superando las leyes judías.

La verdad es que aún en nuestros días ¡cuántas fechorías y corrupciones se logran hacer legalmente!, ¡cuántos gobernantes corruptos han podido ocultar cuantiosos desfalcos a las arcas del pueblo, cubriéndolos con el manto de la justicia humana y de la legalidad!; y también en el ámbito privado ¡cuántas transacciones aparentemente legales y justas!; sin embargo a los ojos de la justicia divina, jamás serán justas. También como Iglesia hemos perdido alguna propiedad que moralmente nos pertenecía, pero que legalmente en justicia humana nos pudieron quitar. De todos modos, aunque la justicia humana sea ciega para los delitos y facilite a los delincuentes salirse con la suya, ellos o ellas nunca podrán enfrentar la justicia divina a menos que se arrepientan y traten de reparar el daño provocado.

¿Eres tú esposo justo?, ¿eres esposa justa?, ¿justo o justa según el mundo o según Dios, al estilo de san José? Él cumplió con la justicia humana siempre que esta no fuera contraria a la ley de Dios, por ejemplo, obedeciendo la ley del César de ir a empadronarse a Belén llevando a su esposa María. Queriendo ser justos según el mundo podemos cometer las peores injusticias, lo cual nos lleva al tema de la objeción de conciencia. Muchos doctores y maestros hoy en día, al ser “justos” según Dios, tendrán que oponerse a leyes que permitan el aborto o a enseñanzas contrarias a la dignidad humana dirigidas a los niños, por estar cargadas de la así llamada, ideología de género. He dicho doctores y maestros, aunque luego otros cristianos podríamos entrar también en el dilema de cumplir con la justicia humana o ser justos según Dios.

San José es el gran personaje que no debe faltar en nuestro Adviento para que nos ayude a prepararnos a celebrar dignamente la Navidad. Tú que eres un esposo bueno, fiel y enamorado de tu esposa, nunca podrás igualar el amor, la fe y la confianza que san José depositó en su esposa María, si antes no depositas como él, tu amor, fe y confianza en Dios nuestro Señor y en su Plan amoroso de salvación. Quizá no lo podrás igualar pero te podrá siempre inspirar y animar en tus responsabilidades de esposo y padre de familia. Así mismo, tú que te has consagrado al Señor como religioso o religiosa, también encuentras en José el modelo ideal de castidad por amor al Reino de los cielos. Los sacerdotes también debemos inspirar nuestro sacerdocio casto en el ejemplo del señor san José porque somos esposos de la Iglesia, no solterones ni dueños de la casa de Dios; y si mandamos sobre la Iglesia, hagámoslo como José mandaba a María y al Niño, con un amor y respeto inigualable.

En estos días pasarán en la televisión muchas películas referentes a la Navidad; y en algunas de ellas mostrarán a María teniendo un parto doloroso o con más hijos tenidos con José, pero recuerda que son películas y que reflejan la falta de fe de los autores de éstas: son simplemente películas NO SON EL EVANGELIO.

¡Que esta Navidad nos encuentre a todos preparados para recibir al Niño Dios! ¡Que tengan una feliz semana y felices fiestas de Navidad! ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán