MENSAJE EPISCOPAL
CON MOTIVO DE LA SOLEMNIDAD DE
NTRA. SRA. DE GUADALUPE, PATRONA DE AMÉRICA
Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre ahora en esta solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, gran fiesta para todos los mexicanos, gran fiesta en toda América, gran fiesta en muchos lugares del mundo iniciando por el Vaticano, donde el Papa celebra también esta solemnidad; y es que María ha hecho crecer el número de sus devotos, ha hecho crecer el amor y la devoción de tantos católicos que al conocerla, se enamoran de ella y la reconocen tal como ella misma se presentó, como la Madre del verdadero Dios por quien se vive.
Celebrar la fiesta de Guadalupe no significa solamente recordar lo que pasó en aquel año de 1531 en el cerro del Tepeyac, sino que más bien significa celebrar un milagro continuado desde entonces hasta nuestros días. Es un milagro constante esa tilma que hace muchos años tenía que haberse descompuesto y sigue ahí, dando testimonio de que nuestra Madre se hace presente día con día para todos los que acudimos ante ella. Es en sí mismo un milagro viviente porque continúa día con día, alcanzando más conversos que van a postrarse a los pies de Santa María de Guadalupe. Ella sigue obrando, no solamente los milagros que la gente le solicita, sino las conversiones que el Señor nos pide. ¡Cuántos han cambiado de vida al comprender las actitudes de Santa María de Guadalupe!
Ella prefirió dirigirse a un pobre indígena y por eso, cada vez que un buen cristiano toma la decisión de dirigirse a los pobres, de ponerlos en primer lugar, María está obrando la buena nueva que ella vino a dejarnos en el Tepeyac. Esto es un milagro continuo, milagro constante de nuestra Madre, que atrae a tantos y tantos, no solo en la Ciudad de México, sino donde quiera que haya un mexicano.
Quisiera exhortarlos a todos ustedes para que vivamos esta fiesta Guadalupana, de tal manera que nos deje el corazón lleno del amor de nuestra Madre, y para que nos comprometa a vivir en fraternidad. Reconocerla a ella como nuestra madre significa también reconocernos a nosotros como hermanos.
Les envío un saludo muy particular a todos los antorchistas de nuestra Arquidiócesis que se van a otros Estados, algunos hasta la Ciudad de México incluso, para venir ofreciendo el cansancio de su peregrinar en bicicletas, para venir cargando una imagen de Guadalupe y llegar hasta sus respectivas parroquias, a distintos santuarios a lo largo y ancho del Estado de Yucatán. ¡Dios bendiga a estos hermanos nuestros!
Los invito a que sean Guadalupanos, no solamente en estos días, sino durante todo el año y que se esfuercen por vivir así cristianamente siempre. También quiero invitar a toda la comunidad para que en esta fiesta de Guadalupe, oren por cuatro hermanos antorchistas que no pudieron llegar a su respectivo santuario en Tekax, porque se encontraron, después de un accidente, con la muerte, y nuestro Señor los llamó a su presencia allá en el Estado de Chiapas; por eso oremos por estos hermanos nuestros para que obtengan la vida eterna; ya que si no llegaron aquí a la casa de nuestra Madre, sí lleguen a la casa eterna donde está ella de pie a la derecha de Cristo Rey. Pidamos por estos hermanos y también por los demás que resultaron heridos, para que pronto se recuperen.
Que Santa María de Guadalupe suscite la unidad de las familias y provoque así la unidad de nuestra Iglesia; que nos ayude a caminar con nuestro Plan Diocesano en el que estamos trabajando su actualización. Que ella esté con nuestra Iglesia y que nos ayude para que cada vez más podamos acércanos, con el mensaje del Evangelio, especialmente a los niños y a los jóvenes; que nadie se sienta apartado de nuestra Iglesia, porque todos somos miembros de esta gran familia de los Hijos de Dios. Dios es nuestro padre, Jesús es nuestro hermano, el Espíritu vive en nosotros, pero también María, nuestra Madre, está al pendiente para interceder por nosotros.
Digamos el Ave María pensando en nosotros mismos. El ángel saludó a María diciéndole: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28); pensemos que el Señor también nos quiere saludar, te quiera saludar a ti diciéndote: “Alégrate y llénate de gracia”. Para nosotros el Ave María es un reto en nuestra existencia.
“¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42), le dijo santa Isabel a María. Nosotros debemos esforzarnos por conservar la gracia que Dios nos otorga, así como María la llena de gracia, la supo conservar. ¡Esforcémonos por vivir de la manera digna de los hijos de santa María de Guadalupe!
¡Que Dios los bendiga hoy y siempre!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán