Homilía Arzobispo de Yucatán – XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
VI JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19.

“Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 19).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbejsik sexta Jornada Mundial óotsilil máako’ob, u t’aanil Papa Francisco ku ya’alik beya’ “Jesucristo tu beetubaj óotsilil ta wóojlale’ex”. U Ma’alob Péektsile’, ku ya’alik to’on u tojol meyaj; beyxan Jesús ku ya’alik to’on, u ki’inil u suute’ yaan u yaantal ba’atelo’ob yéetel yayal olal, ma’ u xuul yóok’ol kaab’; taj xan ku ya’alik u discípulos yaan u yayantiko’ob k’aaka’asbalo’ob.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, penúltimo domingo del Año Litúrgico y día de la “Jornada Mundial de los Pobres”. Esta es la sexta ocasión que celebramos esta jornada convocada por el Papa Francisco; su mensaje hoy lleva por título: “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cfr. 2 Co 8,9).

El Papa nos dice que, después de toda la pobreza generada con la pandemia del COVID, ahora la invasión a Ucrania ha generado más pobres. En palabras del Santo Padre: “¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad” (Mensaje del Santo Padre Francisco, VI Jornada Mundial de los Pobres, n. 2).

Los pobres y la pobreza no son sólo asunto de la Iglesia, por eso el Papa lanza esta exhortación de ser sensibles ante los pobres, no sólo a los católicos, sino a todas las personas de buena voluntad. Dice: “Como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar” (Ídem n. 5).

No sólo se trata de dar algunas ayudas a los pobres, sino de promoverlos para ser protagonistas de su propio desarrollo, así como de darnos la oportunidad de tener un contacto con los pobres que nos haga más humanos y mejores cristianos. Dice el Sumo Pontífice: “No se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído” (Ídem n. 7).

Los pobres podrían superarse encontrando un trabajo digno. Entremos al tema del trabajo con la segunda lectura de hoy, no sin antes recordar que hay muchos trabajos valiosos y dignos, que ni siquiera tienen asignado un sueldo; como el de las amas de casa cuya labor no termina en todo el día o el de los estudiantes que realmente se esfuerzan y se dedican a su superación académica. En la Segunda Carta a los Tesalonicenses, san Pablo enseña a estos cristianos el valor del trabajo, pues algunos de ellos habían dejado de laborar, con el pretexto de que la segunda venida de Cristo era ya inminente.

El Apóstol apela a su propio ejemplo, pues entre ellos trabajó con sus propias manos para conseguir su sustento. Él sabía que tenía derecho absoluto de vivir de la predicación, como los demás Apóstoles, dedicándose él mismo en algunos lugares, de tiempo completo, a la tarea evangelizadora. Pero donde convenía, como en Tesalónica, se ponía a trabajar para mostrarles la dignidad y la santidad del trabajo.

Siendo yo seminarista, cada verano, durante varios años, conseguí un empleo para salir diariamente al trabajo, al igual que lo hacían mi padre y mis hermanos. También durante mis estudios estando en Roma, varios compañeros fuimos un verano a trabajar en una fábrica de automóviles en Alemania siendo ya sacerdotes. Más que ayudar a mis padres en sus necesidades, yo veía en el trabajo una oportunidad de conocer y valorar de primera mano, lo que significa el trabajo ordinario y santificador de todas las personas.

Dice san Pablo en este pasaje: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma. Y ahora vengo a saber que algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada y además, entrometiéndose en todo. Les suplicamos a esos tales y les ordenamos, de parte del Señor Jesús, que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida” (2 Tes 3, 10-12).

En muchas familias hoy en día, los hijos son exigentes con sus papás, demandando lo que quieren o lo que creen necesitar, para luego no mostrar a sus padres la debida gratitud. Si no se les pone freno, esto es mal formar a los hijos, pues ellos deben saber que no siempre es posible tener lo que quieren o supuestamente necesitan. Hasta donde sea posible, los hijos deben colaborar al menos con los trabajos de la casa y, si las circunstancias lo permiten, contando con la edad requerida, un empleo los hará crecer en humanidad, así como en solidaridad cristiana, al darse cuenta de lo que valen las cosas, teniendo además la oportunidad de colaborar y compartir.

En el evangelio de hoy, al escuchar Jesús que la gente ponderaba la solidez del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, les dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido” (Lc 21, 6). Ya sabemos como cristianos o al menos como gente sensata, que todo lo material es relativo y pasajero.

Quienes escuchaban a Jesús le preguntan cuándo sucedería esta profecía. Así Jesús aprovechó para anunciar que, antes de que él regrese, habrá guerras y distintas catástrofes, aunque no significarán el fin. También les advierte que no deben dar crédito a quien pretenda engañarlos presentándose como el Mesías. La verdad es que de todo eso ya hemos tenido bastante y seguiremos teniéndolo.

Luego les anunció las persecuciones que sufrirían por ser sus discípulos, y que incluso algunos serían martirizados por creer en él. Al respecto les dice: “Todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (Lc 21, 17-19). Por supuesto que Jesús hablaba de la vida eterna.

 

Mensajes semejantes al de este evangelio según san Lucas, aparecían ya en los profetas. Así tenemos la primera lectura de hoy, tomada del Libro del profeta Malaquías, donde se habla del “Día del Señor”, en el que los soberbios y malvados serán como paja echada en el horno ardiente. Por otra parte, ese día significa salvación para la gente fiel. Dice el texto: “Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” (Mal 3, 20).

Todos nosotros estamos expuestos a pasar por desastres naturales y a vivir en las situaciones más violentas, como las que viven tantos hermanos en diversos lugares de México en forma casi diaria. Lamentablemente eso es la vida normal, y hay tantas tragedias de las que no debemos considerarnos exentos. Si nos persiguen, rechazan y calumnian por nuestras creencias o por nuestros valores, hemos de aceptarlo con fe, sabiendo que en otro tiempo y en otros lugares actuales, los cristianos han sufrido cosas mucho peores. En estos días, algunos están atentando contra la libertad religiosa, queriendo que se legisle y prohíba colocar “nacimientos” durante el tiempo de Navidad en espacios públicos. Por lo pronto esta discusión se ha postpuesto.

No temamos a la segunda venida de Cristo, la cual debe ser para los creyentes y fieles motivo de alegría, tal como lo expresamos hoy en el Salmo 97: “Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones”.

Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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