Homilía Arzobispo de Yucatán – XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Gn 18, 1-10; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42.

“Muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que sólo una es necesaria” (Lc 10, 41-42).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U yáax xookil yéetel le Ma’alob Péektsil ku beetik tukultik, wa a k’amik je’e máax máakile’ je’e tu’ux ku taalake’, bey táan k’amik Yuumtsile’. U ka’a xookile’ ku ts’aik na’ate’ le máax yaan yaabila’ ichile’ u yoojel bix u toj kíintik u bejil u paalal, u suuku’uno’ob, le ka’ansajo’ob ti’e xooknáalo’obo’, le yuumkino’obo’ ti’e maax Ku oksaooltik Cristo yéetel le jalachobo’ ti’e le máako’ob ku beetik loobo’. Wa yaan toj bej yéetel yaabilaje’, je’e u yantal ichilo’on jéets’ óolale’.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este decimosexto domingo del Tiempo Ordinario.

Ninguna persona normal debería alegrarse de sufrir, a menos que su sufrimiento sirviera al bien de las personas que ama. San Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los Colosenses, afirma que se alegra de sus sufrimientos a causa de su predicación, pues afirma que así completa en su cuerpo lo que faltó a la pasión de Cristo, y este sufrimiento es para bien de la Iglesia a la que él ama.

Todo cristiano debe tomar así sus penas y sufrimientos, como complemento a lo que faltó a la pasión de Cristo. Aunque la pasión de Cristo fue completa y total, él continúa sufriendo en la persona de todos los que sufren, especialmente si siendo creyentes unimos nuestro dolor a su pasión, y lo ofrecemos por el bien de nuestros seres queridos, de la Iglesia y de la humanidad.

En todos los episodios de violencia que se viven en México, es Jesús quien se ve agraviado, pues él lo dijo muy claramente: “Lo que hagan a uno de mis hermanos, a mí me lo hacen” (Mt 25, 31-45). Esto nos debe dejar muy claro que ante Dios no quedará impune ningún asesinato, ningún aborto, ningún secuestro, ningún robo, ninguna víctima de trata, ningún migrante maltratado. En este mundo puede existir impunidad, pero no la habrá ante el Señor.

La sangre derramada por tantos hermanos de México, a diario clama justicia hacia el Cielo. Dios, justo juez, no sólo castigará a quien ha hecho el mal, sino que también recompensará ampliamente a quienes supieron perdonar y poner su esperanza sólo en su misericordia ofreciéndole su dolor; e igualmente recompensará a quienes se esfuercen por mitigar el dolor de todos los que sufren.

Pablo es consciente de ser ministro por disposición de Dios. Esa conciencia la debemos tener todos los ministros de Dios, para ser gozosos en el ejercicio de nuestro ministerio. También cada cristiano puede creer que el oficio que desempeña en su hogar, en algún grupo, en la Iglesia o en la sociedad, es disposición divina, es su propia vocación, y entonces su vida, su trabajo, encuentran pleno sentido y realización. Claro que para un ministro es motivo de gran alegría haber sido elegido para transmitir a la Iglesia el designio salvífico de Dios.

Como dice San Pablo, nuestra predicación del mensaje cristiano incluye corrección e instrucción con todos los recursos de la sabiduría, a fin de que todos sean cristianos perfectos. Si no corregimos con amor, los pastores podemos perder el objetivo de nuestra misión, y fácilmente podemos lastimar, ofender, dañar y poner a prueba la fe de los fieles.

Corregir con amor es tarea de todo bautizado, sea como padre de familia, como maestro, como amigo, como jefe en el trabajo, etc. Además nos conviene corregir con amor, pues obtendremos mejores resultados. Que nunca quede en la mente y el corazón de la persona a la que corregimos, que sólo nos desahogamos de nuestro mal carácter.

Si un árbitro en un partido de fútbol no saca sus tarjetas oportunamente, en cualquier momento se puede desatar una batalla campal. También quienes nos gobiernan tienen la tarea de corregir al que delinque en cualquier manera, y esa función la han de cumplir con eficacia, lo cual no descarta que se pueda corregir con amor, al mismo tiempo que con firmeza. En un gobernante, sobre todo si es cristiano, se espera que haya un gran amor por todo su pueblo, especialmente para con las víctimas del mal, así como para cuantos sufren.

La primera lectura y el santo evangelio nos hablan de la hospitalidad. El episodio de los tres caminantes que pasan por donde está Abraham en su tienda, en el encinar de Mambré, es un ejemplo de la hospitalidad que se debe ofrecer a todo forastero, a todo migrante. Si en la primera lectura, Dios en forma de tres personas, recibe la atención de Abraham, en el evangelio es Jesús, Hijo de Dios encarnado, quien recibe hospedaje en la casa de Marta, María y Lázaro.

Por supuesto que ellos no sabían que era Dios en persona quien los visitaba, pues para ellos Jesús era su amigo, un gran profeta, un hombre maravilloso, seguramente el Mesías esperado; pero estaban muy lejos de suponer que el Señor en persona estaba en su hogar. No importa a quien recibas en tu casa, siempre será un representante del Señor.

En esa casa estaba Jesús con los doce apóstoles, estaba Lázaro y quién sabe cuánta gente más. Así que las amas de casa se pueden imaginar cómo andaba Marta de apurada para brindarles a todos la mejor atención. En cambio su hermana María en lugar de apoyarla con el quehacer, se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que decía. Marta tiene la confianza de reclamarle un poco a Jesús la actitud de su hermana, diciéndole: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude” (Lc 10, 40).

Marta jamás se hubiera esperado la respuesta que le dio Jesús, como un dulce reproche que dice: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola cosa es necesaria” (Lc 10, 41-42). A ti, ¿cuáles son esas muchas cosas que te preocupan y te inquietan? Tal vez crees que tienes razón de andar tan acelerado creyendo que nadie tiene tanto problemas y asuntos por resolver como tú.

Cuando andamos acelerados, disminuye o desaparece nuestra capacidad de poner atención a los demás, sin darnos cuenta que ellos también seguramente tienen muchas cosas que los preocupan y les inquietan. Corremos el riesgo de volvernos islas incapaces de comunicación, que nos justificamos por toda la preocupación que traemos.

No perdamos la atención de esa sola cosa que es necesaria: “sólo Dios basta”. Hasta los sacerdotes podemos acelerarnos tanto con nuestro quehacer, que perdemos lo principal de nuestra existencia. Si traemos a Dios todo el tiempo en nuestra mente y en nuestro corazón, seguramente tendremos siempre capacidad para poner atención a los que nos rodean.

A veces podemos confundirnos pensando: “Es que todas mis preocupaciones son por mi familia, por mis huéspedes, por hacer bien mi trabajo, etc.” En ocasiones, nos esforzamos tanto por servir a los que nos rodean, que se nos olvida escucharlos y ponerles atención. Hasta podemos enfermarnos si nos dejamos llevar por las preocupaciones, olvidando que el respiro en Dios, para ofrecerle cuanto hacemos, nos relaja permitiéndonos descansar.

Además, le dice Jesús a Marta: “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará” (Lc 10, 42). Dichosos aquellos y aquellas que han sido llamados a la vocación contemplativa para dedicarse ante todo a estar con el Señor. Dichosos seremos cada uno de nosotros, si sabemos separar algunos momentos del día para la oración, como san Isidro Labrador o como otros muchos santos trabajadores. Dichosos seremos todos si traemos lo más posible al Señor en nuestro pensamiento, como quien trae unas gafas para ver todo cuanto hace y a todos los que le rodean, del color de Dios.

Seguramente luego Jesús le habrá dicho a María: “Anda, vete a ayudarle a tu hermana”. Porque Jesús no desprecia el trabajo humano, mismo que él aprendió a realizar en el taller de su padre, san José. Hoy en día existen algunos relojes que de vez en cuando nos sugieren una pausa de respiro. Pues que el respiro en Dios nos ayude a seguir adelante con mucha atención a Él y a cuantos tratamos.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

Descargar (PDF, 151KB)