HOMILÍA
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Ciclo A
Ex 34, 4-6. 8-9; 2 Cor 13, 11-13; Jn 3, 16-18.
“Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único” (Jn 3, 16).
In láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ kiinbensik u kiinil Kili’ich Trinidad, u kiimak óola Kué jumtúul ti’ óox túul máako’ob. Dsáik nib óolal ti’olal le múuch meyajo’ob betan tumen u tuláakal yucatecos te’ pandemia yéetel te’ k’aam cha’ako’ob, táam u máano’, tak xan u yutsil Kué dso’ok u betik ichilo’on u ti’al máaxo’ob jach k’aabet ti’ob.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en esta fiesta de la Santísima Trinidad.
Desde los orígenes de todos los pueblos, el ser humano siempre ha intuido la existencia de un ser o varios seres poderosos que dieran razón de todo cuanto existe, de todo lo que se mueve en el cielo, en la tierra y en las aguas. La lógica ha llevado al ser humano a rendirle culto a ese ser o grupo de seres que no veía, pero cuya existencia deducía. De hecho, se fueron creando estructuras religiosas en las que se ofrecían a los dioses lo mejor que hay sobre la tierra, y lo mejor que hay en la tierra es la vida humana.
Aunque hubo grandes sabios o filósofos que llegaron a la conclusión de que tenía que haber una Causa Primera originante de todas las demás causas, y que el concepto verdadero de Dios incluía el ser único, eterno y todo poderoso, ningún pueblo de la antigüedad redujo sus cultos a la adoración de un solo dios. Y así, aquellos grandes filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles, de todos modos, daban culto a los dioses de su pueblo, como lo hacía el pueblo mismo.
Sin haber desarrollado una filosofía específica, el pueblo de Israel fue un pueblo excepcional en su relación con Dios, pues nació de la relación con una única deidad. Para que esto pudiera suceder, Dios llamó a un hombre, a nuestro padre Abraham, pidiéndole que saliera de su casa y de su parentela para hacer de él un gran pueblo. Ese pueblo fundado por Dios tenía que separarse de los demás pueblos, para poder conservarse en el conocimiento y adoración del único y verdadero Dios, quien quiso hacer alianza con ese su pueblo, que tenía como mayor exigencia no adorar a otros dioses.
Un nieto de Abraham, de nombre Jacob, recibió el sobrenombre de Israel, y con ese sobrenombre se nombró al pueblo de Dios, que tuvo un gran crecimiento en medio del pueblo de egipcio, el cual cuatrocientos años más tardé salió al desierto donde habitó durante cuarenta años para ahí consolidarse como pueblo del único y verdadero Dios, haciendo una alianza permanente. Sin embargo, el conocimiento del único Dios no le vino a Israel por sabiduría humana, sino por revelación divina, pues el hombre es incapaz de penetrar el ser de Dios, a menos que Él mismo se dé a conocer.
La primera lectura de hoy, tomada del Libro del Éxodo, nos presenta esta auto revelación de Dios a Moisés, el caudillo de Israel, al decirle: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel” (Ex 34, 6). Todo esto no se podía saber por simple inteligencia humana.
El pueblo de Israel estuvo lejano de conocer el misterio de la Santísima Trinidad, pero hay muchos pasajes del Antiguo Testamento que ya preparaban esta revelación, como cuando se habla de la Sabiduría de Dios, de la acción de su Espíritu, de la filiación del Mesías, incluso cuando Dios habla de sí mismo en plural, o cuando se manifiesta en tres figuras humanas, como en Mambré (cfr. Gn 18, 1-10).
La teología de Israel conecta muy bien con el alcance de la filosofía que afirmó la existencia de un solo Dios. Al mismo tiempo, esta teología fue y es útil para explicar la realidad antropológica del hombre. En el libro del Génesis, se narra que el Creador, luego de haber creado los cielos y la tierra, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26). Dios es en esencia Unidad, es Amor eterno y perfecto, por lo que, al crear al ser humano a su imagen y semejanza, lo hace capaz y necesitado del amor y la unidad. Amor y unidad humanizan a los hombres, mientras que lo contrario los deshumaniza. Es por eso que yo afirmo que el misterio de la Santísima Trinidad, revela el misterio del hombre, capaz y necesitado de dar y recibir amor, mismo que sólo en Dios puede saciar sus ansias infinitas de amar y ser amado.
Todos los cristianos hemos sido bautizados en nombre de la Trinidad Santa, y hasta sin palabras hacemos esta confesión de fe en el Dios Uno y Trino, simplemente con santiguarnos, incluso aunque no digamos expresamente: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del espíritu Santo”. Estoy seguro de que la mayoría de nosotros, casi en automático nos santiguamos apenas al despertar, y antes de dormir; antes de comer, si no hay más oración; así como los deportistas al entrar a un juego; o también como las mamás que nos bendicen en nombre de la Santísima Trinidad. Así toda nuestra vida está envuelta en la vida trinitaria.
Ya dijimos del Bautismo, pero también en los demás sacramentos, se hace presente en cada liturgia la Trinidad para bendecirnos. La forma en la que nos saluda el sacerdote litúrgicamente, tiene su origen en la Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, que hoy escuchamos, en la que el Apóstol dice a aquellos cristianos, y también a nosotros: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (2 Cor 13, 13).
Alguien podría pensar que el misterio de la Santísima Trinidad no le dice nada, ni tiene nada que ver con él, pero como hemos dicho, nuestro ser necesitado de buena relación, nos habla de la vida trinitaria en nuestro corazón. El amor entre dos personas, por más grande que sea, será imperfecto si no se abre al otro, es decir, al prójimo. Nuestro amor está siempre llamado a ser trinitario, como es el caso de los padres a los hijos, o de los amigos a otros amigos. Las relaciones que son del todo cerradas terminan por crear problemas en todas partes, en cambio, el amor perfecto es el que se abre al Otro, con mayúscula, que es Dios nuestro Señor.
Sólo en Cristo pudimos conocer el misterio de la Santísima Trinidad; sólo él nos presentó a Dios como su Padre y como nuestro Padre; y al Espíritu lo presentó como el gran Don del Padre y del Hijo para nosotros. En su revelación, hemos conocido que Dios nos invita a participar de la vida trinitaria. El pasaje del evangelio de hoy, nos muestra esta forma contundente de involucrarse Dios en nuestra vida humana, al darnos a su Hijo. Dice el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).
La época de globalidad en la que nos ha tocado vivir nos debe ayudar a entender que la humanidad somos la gran familia de Dios: Todos somos sus hijos, todos somos hermanos de Cristo y en Cristo, todos poseemos el mismo Espíritu. Al menos los cristianos no tenemos excusa para vivir en desunión o en confrontación. Son muy lamentables todas las manifestaciones violentas que se han dado en varias ciudades de Estados Unidos, como protesta por el asesinato de George Floyd, que ponen al descubierto que el racismo no ha desaparecido de nuestro mundo. Ojalá que el Presidente de los Estados Unidos tenga la sabiduría para sembrar unión y armonía en todo el pueblo Norteamericano.
Es muy triste el grave asesinato de un joven jalisciense de nombre Giovanni López por parte de la policía de un municipio, pero más triste aún son todas las manifestaciones de odio y venganza, que han llegado hasta el intento de asesinato de un policía, todo esto encabezado por personas venidas de otros lugares de México. Es lamentable que se politice un hecho que se debe resolver con justicia, llamando a la unidad.
Dios Uno y Trino nos llama a la unidad. Esta unidad se ha manifestado en todas las obras de solidaridad que han surgido en medio de esta pandemia y también a causa de la reciente tormenta. Qué bueno que haya generosidad, pero, como enseña nuestra Doctrina Social, tenemos que dejar al pobre ser sujeto protagónico de su propio desarrollo, para lo cual es necesaria la promoción del empleo digno y estable.
Como una sólo familia hemos de salir adelante hacia la “nueva normalidad”, teniendo un corazón solidario con nuestros hermanos, que busque la paz y el progreso de todos, así como el respeto a nuestra Casa Común.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán