Homilía del Arzobispo Mons. Gustavo Rodríguez Vega – I Domingo de Adviento

“Velen y hagan oración continuamente”

Queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al santo tiempo del Adviento, que nos ayudará a prepararnos a celebrar cristianamente la Navidad. Desde hace algunas semanas ya se encuentran en los centros comerciales los productos navideños como los arbolitos, los adornos, las figuras del nacimiento, las luces, y algunas casas ya lucen sus adornos propios de este tiempo. Como cada año, habrá muchas personas celebrando las fiestas navideñas sin celebrar el nacimiento del Salvador. ¡Qué contrasentido! Estas personas gastarán su dinero en adornos, luces, regalos, cenas, pero su vida seguirá siendo la misma, alejada de Dios y del amor que nos vino a traer su divino Hijo.

El Adviento es un camino que recorremos hacia el pesebre de Belén, buscando, mientras nos acercamos, purificarnos de pecado, acercarnos a la gracia de Dios que nos viene de los sacramentos, de su Palabra, de hacer obras buenas y de esforzarnos por una verdadera conversión o cambio de vida. En el Evangelio de este primer domingo de Adviento, el mismo Jesús nos da la clave para vivir este santo tiempo y toda nuestra vida: “Velen y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del Hombre”.

En este tiempo litúrgico, la Palabra de Dios nos recuerda en diversos pasajes la esperanza que alimentó el corazón de los israelitas durante siglos, mientras esperaban al “vástago santo” del tronco de David, que el Señor prometía hacer nacer y que vendría para ejercer la  justicia y el derecho en la tierra. Ese “vástago santo”, ya ha venido al mundo, y vino a fortalecer la esperanza de todos los pobres de este mundo, para que continúen confiando en la llegada de un reino de justicia y derecho. Pero también vino para fortalecer nuestro espíritu en el compromiso por construir juntos ese mundo de justicia y derecho auténticos y permanentes. Así es que recordamos la esperanza que tuvo Israel, y nos ponemos activos para esperar así la celebración de la Navidad. Y, al mismo tiempo, tomamos conciencia de que estamos a la espera de la segunda venida de nuestro Señor.

Jesús nos invita a velar, pero ¿qué significa “velar” y de qué nos sirve?. Velar significa estar atentos, no dormirnos en nuestros laureles. Ni siquiera las mejores personas, las más buenas y santas tienen toda la seguridad de no caer en pecado. El que deje de velar caerá. Si ya nos conocemos a nosotros mismos, velar significará estar atentos a nuestras propias debilidades y a todas las tentaciones que diariamente atentan contra nuestra voluntad de amar a Dios y a nuestro prójimo. No podemos simplemente dejarnos llevar por las circunstancias del día. Hay personas que debemos evitar, lugares, programas, páginas de internet, lecturas, pensamientos, etcétera, etcétera. Cada quien ya debe conocerse y estar atento. Tenemos que estar continuamente en nuestro interior diciéndonos a nosotros mismos: “cuidado, atento, por ahí no es”. A nuestros sentimientos y emociones hay que añadir la inteligencia y la fuerza de voluntad para ir tomando a cada paso las mejores decisiones.

Jesús nos dice: “hagan oración continuamente”. ¿Cómo puede alguien hacer oración continua? A parte de la oración de la mañana y de la noche, y de las oraciones antes y después de las comidas, ¿cómo continuar orando? Sabemos que hay gente que busca y logra ir a la misa diaria, o que reza a diario el santo rosario. Sabemos que hay abuelitas que no paran de rezar durante todo el día. ¿Pero, cómo un joven, o un trabajador, o un ama de casa puede orar continuamente? Puedo orar veinticuatro horas al día sin parar, si antes de una actividad la ofrezco brevemente al Señor y si de vez en cuando vuelvo a elevar mi mente al Señor para ofrecerle lo que estoy haciendo, o simplemente saludarlo. No es necesario saber muchos “rezos”. Santa Teresa decía que orar es “pensar en Dios amando”. Cuando dos personas que se quieren mucho, están juntas todo el día, llegan a comunicarse sin palabras. Hasta el deporte y el descanso y la sana diversión se pueden ofrecer a Dios. Y antes de dormir, también puedes ofrecer tu sueño al Señor, y así mientras tu cuerpo descansa, tu espíritu continuará alabando al Señor.

Velar y orar nos ayudará a escapar de lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del Hombre. Si no sabemos el día ni la hora en que el Hijo del Hombre volverá, el mismo Señor nos invita a estar siempre preparados. Traducido en otras palabras, vivir en esta dinámica de espera, velando y orando, nos dará la mejor calidad de vida; nos dará el mayor gozo de vivir, y nos hará no sólo los mejores cristianos para la Iglesia, sino los mejores ciudadanos para nuestro mundo. Todo esto es esfuerzo nuestro, pero al mismo tiempo es don de Dios, como dice san Pablo en la segunda lectura: “para que Él conserve sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús en compañía de todos sus santos”. Fijémonos bien que no se trata de vivir en la mediocridad, sino “irreprochables en la santidad”.

 

En este Adviento 2015 tenemos dos acontecimientos particulares. En primer lugar, como cada año, celebraremos la solemnidad de Ntra. Sra. de Guadalupe. Más allá de cada rincón en México, más allá de toda América Latina y en Estados Unidos, en muchos lugares del mundo se celebrará esta fiesta, cada vez más extendida, comenzando por la misa que el Papa celebrará en el Vaticano en honor a nuestra Morenita del Tepeyac. Recordemos desde hoy la relación de este acontecimiento guadalupano con la Navidad, pues “la Madre del verdadero Dios por quien se vive” se presenta ante Juan Diego embarazada. Nuestra Señora del Adviento es María santísima, la Mujer que mejor que nadie ha esperado al Niño que nos ha sido dado.

El segundo acontecimiento particular será el inicio del Año de la Misericordia que ha sido convocado por el Papa Francisco. En otra fiesta mariana de carácter universal, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el 8 de diciembre, el Sumo Pontífice abrirá la puerta santa marcando el inicio de este año santo, en el que somos llamados a gozar de la misericordia divina y a poner en práctica las obras de misericordia. Después cada Obispo en su propia Diócesis, abrirá la puerta santa de su Catedral u otro santuario elegido, para iniciar el año santo el día trece de diciembre. Yo mismo lo haré el domingo 13 a la una de la tarde en la Santa Iglesia Catedral. Ahí los espero, con el favor de Dios, dentro de quince días.

Aprovechemos, pues, este santo tiempo del Adviento, con sus fiestas guadalupanas y con el inicio del Año de la Misericordia, disponiéndonos a esperar la liturgia de la Navidad. Veremos en la Iglesia el color morado propio de las vestiduras litúrgicas de este tiempo, y que significan el dolor y sufrimiento de la espera. Extrañaremos la recitación del “Gloria” o su cántico, que guardaremos para la gran solemnidad de la Noche Buena. Dios les bendiga para que vivan el santamente el  tiempo litúrgico del Adviento.

Mérida, Yucatán, 29 de noviembre de 2015

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán