Homilía Cuarto Domingo de Adviento – Arzobispo de Yucatán

 “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

Muy queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al cuarto domingo del tiempo de Adviento. Hemos encendido la cuarta y última vela de la corona de Adviento. Estamos a unos cuantos días de celebrar la solemnidad de la Navidad.

Nos ha ayudado, como siempre, dentro del tiempo de Adviento, celebrar las fiestas guadalupanas. María de Guadalupe se aparece embarazada, trayendo a su Hijo para nosotros los mexicanos, y para adoptarnos como hijos suyos. Aún más, nos ha ayudado ahora el haber pasado por la Puerta Santa de Año de la Misericordia, para descubrir este acontecimiento del nacimiento del Salvador en carne humana, como la más grande misericordia que Dios haya mostrado a la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”(Jn 3,16). No hay hecho de misericordia más grande en la historia que contemplar al Hijo de Dios en un frío pesebre, para luego verle dar la vida en una cruz.

Estos días debieran ser de santa alegría para todos, aunque para muchos esa alegría no es tan santa, y para otros, las experiencias de dolor les ocultan la alegría de la fe. ¿Qué necesitas tú para estar alegre, para ser feliz? ¿Cómo vas a celebrar la Navidad? A un conocido mío en Monterrey, lo invitaron a asistir a una posada, y él les preguntó que a qué hora sería el rosario; y le contestaron que no habría rosario, sólo música, baile, bebida y comida; y él les dijo, “entonces no le llamen posada”. En estos días habrá enfermos graves en los hospitales, ancianos abandonados en asilos, presos en las prisiones, y muchas otras personas sufriendo por diversas causas. Ojalá podamos acercarnos a quienes sufren en estos días para hacerles más llevadera su situación.

Isabel llama dichosa a María por haber creído. Se trata de una dicha que se funda en la fe, pero en una fe auténtica e integral, que no se queda en la inteligencia o en el corazón, sino que le implica toda la vida. Ella aceptó la voluntad de Dios manifestándose como su esclava. Recibe al Verbo divino en su vientre, pero se pone en camino para ir de inmediato servir a su parienta que está necesitando de su ayuda. ¡Cuántos hoy en día viven una fe sólo de la inteligencia o sólo del corazón, una fe que no transforma su vida, una fe que no se convierte en servicio!

La Carta a los Hebreos, aplica a Jesús las palabras del salmo 39, que dicen: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Heb 10,9). Y es que el primer Adán no supo hacer la voluntad del Creador. Junto con Eva, engañados por la serpiente, desobedecieron el mandato divino. El nuevo Adán viene, como modelo de obediencia para todos nosotros, y tomando las palabras del salmo dice: “Sacrificios y oblaciones no quisiste, pero me has dado un cuerpo y aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39, 7-8). ¿Cuántos son los que ven la religión como una guía para lograr que Dios les conceda lo que quieren o necesitan? ¿Cuántos, a base de algunas acciones que les recomiendan curanderos o brujos, buscan conseguir lo que pretenden de Dios, o de la buena suerte? Si tú te lo propones, puedes sumarte a los que dicen “aquí estoy, Señor, pídeme lo que quieras”.

El profeta Miqueas, en la primera lectura, anuncia que Belén, siendo una pequeñita aldea, es la ciudad elegida para que nazca el salvador. Los criterios humanos suelen ser muy distintos a los de Dios. Aunque muchas veces se ha cumplido esta enseñanza, cuando grandes personajes de nuestra historia han nacido en las cunas más humildes. Dios se fija en lo pequeño, pero sobre todo en los pequeños de este mundo para realizar sus planes. Se fijó en una mujer insignificante para el mundo, pero que era la perla más preciosa para Él, la mujer elegida desde toda la eternidad, “la que ha de dar a luz” como dice Miqueas (Miq 5,2). Si nuestra perspectiva cambia, si nuestra mirada se vuelve como la de Dios y no como la de los hombres, entonces podremos apreciar la belleza espiritual de tantas y tantas mujeres y hombres que quizá no valen ante los ojos del mundo.

Es bueno darle regalos a los niños en esta Navidad, queriendo ver en ellos una presencia del pequeño de Belén. Pero es muy importante enseñarles desde ahora a ser generosos y a saber mirar a los pobres y necesitados como sus hermanos. Es bonito que nos demos obsequios en Navidad, pero que lo hagamos sin perder la alegría y el deseo de compartir el gozo que sentimos porque un Niño nos ha nacido.

El Señor ha tenido la misericordia de venir a nacer en medio de nosotros. Gocemos por esta misericordia, y meditemos qué tenemos que hacer para corresponder a su amor, en la persona de nuestros hermanos.

Que tengan todos ustedes una muy feliz y muy cristiana Navidad.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán