XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
Hab 1,2-3; 2,2-4; 2 Tm 1,6-8.13-14; Lc 17, 5-10.
“No somos más que siervos” (Lc 17,10).
“Kimak in woll ta wetle’ex lake’ex, ta ta’anex ich Maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’an Jajal Dios, te domingoa, ku yalikto’on, le jach oksao’olal ku bisko’on utial betik le bax k’abet, ma’ u pa’atik juumpe’el bo’ot bejlae’.”
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre deseándoles todo bien en el Señor. Hemos terminado el mes de septiembre, el llamado mes de la Patria; pero no seamos patriotas de un mes, sino de todo el año. El presidente John F. Kennedy dijo una frase muy motivadora en uno de sus discursos afirmando el compromiso de todo estadounidense por el bien de su país: “No preguntes qué es lo que ha hecho el País por ti; sino qué has hecho tú por el País” (EE.UU., 20 de enero de 1961).
Y yo digo que, como buenos cristianos, debemos ser auténticos patriotas y preguntarnos día con día: “¿qué es lo que hoy tengo que hacer por México?”. Esto es lo que implica la dimensión política de la fe. La política bien entendida, como servicio al bien común, dice el Papa Francisco: “Es una de las formas más altas de la caridad” (Roma, 07 de junio de 2013).
Hoy iniciamos el mes de octubre, conocido como el mes del Rosario, porque el día 7 está dedicado a nuestra Señora del Rosario. Este mes nos motiva para el rezo diario del santo Rosario. Ésta no es una oración para abuelitas solamente, pues todos podemos rezarlo a diario con mucho provecho. Sé de hombres de empresa y de grandes intelectuales que lo rezan a diario. Pero también sé de obreros y gente sencilla que lo reza, lo mismo de familias que lo rezan, de jóvenes que lo rezan. Esta oración es conocida desde antiguo como el “salterio de los pobres”, es decir, su libro de los salmos.
El Rosario es cristológico y cristocéntrico, porque cada Ave María nos lleva al momento central de la historia, cuando el Verbo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros; y porque cada misterio es un capítulo a considerar sobre el Gran Misterio de la Redención. En cada Ave María saludamos a la Mujer que el Señor eligió desde el principio para ser su Madre, y lo hacemos con las palabras del ángel Gabriel y con las palabras de santa Isabel, inspirada por el Espíritu Santo; y así no nos cansamos de aclamar la obra maravillosa de Dios realizada en María, Madre de Dios y Madre nuestra.
He hablado de la dimensión política de nuestra fe, que nos lleva a comprometernos por el bien común, y de la fe sencilla que nos lleva a rezar con devoción el santo Rosario. En el evangelio de este domingo los discípulos le piden a Jesús que les aumente la fe. Ante todo hemos de reconocer que la fe es un don de Dios. Hay quienes buscan la verdad con sinceridad y llegan a simpatizar con nuestra fe, pero que no llegan a creer porque la fe es don de Dios y no fruto del esfuerzo humano. Es cierto que los creyentes hacemos bien en ilustrar nuestra fe con el estudio y la reflexión, pero hay creyentes que sin escuela, alcanzan grandes simas de santidad y de contemplación.
Jesús no responde a los discípulos preguntándoles cuánta fe quieren o de qué tamaño desean su fe, más bien los reta diciéndoles: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: arráncate de raíz y plántate en el mar” (Lc 17, 6). La fe te lleva a arrancarte a ti mismo de tus ideas y deseos arraigados, de tus lugares y tú gente favorita, y te lleva a plantarte en el mar de la voluntad de Dios, a merced de sus olas. El hombre y la mujer de fe no temen el mañana porque saben que, venga lo que venga, están en las manos de Dios y que “todo contribuye al bien en aquellos que aman a Dios” (Rom 8, 28).
También el hombre y la mujer de fe no esperan una recompensa por cumplir con el deber cristiano. Sólo les basta con la recompensa de saber que tienen la gracia del Señor dentro de sí mismos y la esperanza de poseerlo eternamente. Hay quienes hacen las cosas bien, pero luego incomodan a los demás exigiéndoles que cumplan con lo que les toca hacer; o simplemente se amargan porque no hay quien les reconozca lo que hicieron, o porque no se les paga lo justo. El hombre y la mujer de fe gozan pensando, como dice Jesús en el evangelio de hoy, en que: “No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).
Un pensamiento común hoy en día, confunde la fe con el optimismo egoísta que cree que todo tiene que salir bien a los que confían en sí mismos, y sólo con la energía que cada uno tiene puede alcanzar todo lo que se propone con solo “declararlo”. Basta escuchar los comentarios de los conductores de radio y televisión, y a los artistas que suelen difundir este pensamiento. A veces esta idea es revestida de aparente religiosidad cuando te dicen: “es que diosito me tiene que ayudar”. Este pensamiento supone todo lo contrario de lo que Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro: “Hágase, Señor, tu voluntad…”, porque pareciera decir: “Hágase, Señor, mi voluntad”.
Quien tiene fe está dispuesto a enfrentar lo que venga; por eso los sufrimientos, enfermedades, trabajos, tristezas y fracasos son siempre bienvenidos en nombre de Dios, para todo aquel que no busca el éxito humano sino hacer siempre la voluntad de Dios. Quien tiene fe cumple con todos sus deberes sin esperar reconocimientos o recompensas humanas, y sin reprochar nada a nadie.
La persona de fe no siempre consigue lo que está pidiendo en la oración, pero siempre encuentra al orar fortaleza y paciencia para seguir adelante sin desesperarse. De eso nos habla la primera lectura de este domingo tomada del libro del profeta Habacuc, que termina diciendo: “El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe” (Hab 2, 4).
Otro punto importante a considerar es que la fe auténtica es comunitaria al mismo tiempo que personal. No es que cada uno crea lo que le parezca, sino que somos un pueblo de Dios que comparte una misma fe. Por eso es muy valioso el pasaje de la segunda lectura de hoy, de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo, donde dice: “Conforma tu predicación a la sólida doctrina que recibiste de mí acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros” (2 Tim 1, 13-14). Tengamos mucho cuidado porque el individualismo actual también quiere meterse con nuestra fe, y hay muchos que quieren ‘irse por la libre’ por algo que se les ocurrió, o por un libro que leyeron, o por la última película que vieron. Cuidado con el ‘esnobismo’ y tengamos siempre a mano el Catecismo de la Iglesia para recordar y conocer nuestra fe comunitaria; o también cultivemos nuestra fe dentro de alguna escuela de formación católica, o con alguna lectura guiada por un buen sacerdote.
Tomemos como algo personal la recomendación que san Pablo da a Timoteo: “Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos” (2 Tim 1, 6). El obispo nos impuso a todos las manos el día de nuestra Confirmación, y a otros nos volvió a imponer las manos el día de nuestra Ordenación; así es que todos somos llamados a reavivar el don de Dios. Luego continúa san Pablo: “Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación” (2 Tim 1, 7). Fortaleza para enfrentar tentaciones y soportar lo que tengamos que soportar; amor para tener iniciativa en hacer el bien común; moderación para no excedernos ni ponernos en ocasión de pecar.
¡Que tengan una feliz semana!
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán