XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
Am 8, 4-7; 1 Tm 2, 1-8; Lc 16, 1-13.
“No pueden ustedes servir a Dios y al Dinero” (Lc 16, 13).
“Kimak in woll ta wetle’ex lake’ex, ta ta’anex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’an Jajal Dios, te domingoa, ku yalikto’on, ” ma’ u pajtal a meyaje’ ex ti Dios yetel le ta’kin”.
Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre. Estamos en el mes de la Patria y apenas hemos celebrado el día de nuestra Independencia. Estas fiestas además de la alegría y el descanso, deberían dejarnos una reflexión y un compromiso. La reflexión puede ir en el sentido de reconocer las necesarias interdependencias que existen entre todas las naciones, pero al mismo tiempo reconocer las dependencias negativas que subsisten y que hemos de buscar superar. La reflexión también debe llevarnos al compromiso de la oración por nuestra Patria y por nuestros gobernantes, y al compromiso de poner lo mejor de nosotros mismos en favor de México. San Pablo en la segunda lectura de este domingo, tomada de la primera carta a Timoteo, así recomienda que se ore por toda la humanidad, pero en particular por todos los que están constituidos en autoridad (cfr. 1 Tim 2, 2).
También en lo personal somos seres interdependientes: todos dependemos de todos. Pero hay dependencias que se vuelven dañinas o enfermizas y que debemos superar. Un buen examen de conciencia podría llevarnos a descubrir cuáles son las dependencias, de personas o cosas, que deberíamos superar: independencia de algunas personas, independencia de algunas cosas (como el uso del celular) o de algunas costumbres, etcétera. Dios nos conceda independizarnos de todo lo que nos tenga subyugados.
Por otra parte ¿cómo es posible que en un pueblo tan cristiano como México se cometan tantas injusticias y tantos crímenes, y que exista tanta corrupción en quienes deberían estar al servicio del pueblo? Esto es posible debido al divorcio que existe entre la fe y la vida. La inmensa mayoría de los bautizados reducen su fe a algunas prácticas religiosas en busca de alcanzar la bendición de Dios, para tener salud o éxito en sus negocios y demás asuntos. Las imágenes y las acciones religiosas con frecuencia son utilizadas como amuletos de buena suerte. El divorcio entre fe y vida, en el mejor de los casos, implica vivir la fe como en modo individualista, como un sentimiento que no trasciende al trabajo ni a todas las áreas de la existencia.
Este divorcio entre fe y vida sucede entre muchos cristianos del mundo entero, y sucedía en el pueblo de Israel antes de Cristo. Por eso el Profeta Amós en la primera lectura de hoy, reclamaba la falsedad de la religiosidad del pueblo, especialmente la de aquellos que toleraban el descanso del sábado y las fiestas litúrgicas porque su verdadera prisa era el volver a los negocios turbios diciendo: “¿Cuándo pasará el descanso del primer día del mes para vender nuestro trigo, y el descanso del sábado para reabrir nuestros graneros? Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo.” (Am 8, 5-6).
Un verdadero cristiano nunca haría trampa en sus negocios ni se aprovecharía de nadie, mucho menos de los pobres. Acabo de participar esta semana en Tegucigalpa, Honduras, en un Seminario Latinoamericano sobre “Migración, Refugio y Trata de Personas”, donde nos reunimos obispos, sacerdotes, religiosas y laicos que trabajamos o nos relacionamos con el trabajo en favor de los migrantes, los refugiados y los que son víctima de trata. En este seminario, entre exposiciones y testimonios, constatamos con tristeza la inmensa cantidad de pobres que son víctimas de semejante explotación sometidos a esclavitud y todas clase de abusos, muchas veces al amparo de las autoridades, o inclusive por parte de las mismas. ¡Cuántos de los que así abusan se consideran cristianos, llevan alguna imagen y hasta participan, al menos eventualmente en alguna liturgia! Que enorme contradicción.
San Pablo también nos dice en la segunda lectura al final: “Quiero, pues, que los hombres, libres de odio y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras” (1 Tim 2, 8). Ojalá que tú y yo siempre podamos levantar nuestras manos limpias, sin ira ni divisiones, pero también libres de toda injusticia.
Hay una malicia en mucha gente que supone inteligencia y astucia para tener éxito en sus negocios. La industria de los preservativos y anticonceptivos por ejemplo, invierte muchísimo dinero en campañas ideológicas y políticas que desde hace cuarenta años se han movido en medios de comunicación y que ahora quieren hacer llegar hasta los niños por medio del sistema escolar. ¡Y cuánto éxito han obtenido! ¡Cuánto les ha redituado! No se diga si hablamos de la “industria” del crimen organizado, ¡cuánta astucia y cuando éxito de los que se dedican al mal! Bastan esos ejemplos pero hay muchos más que podemos reconocer en el mundo. Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz” (Lc 16, 8).
Yo creo que el Señor con esas palabras nos pone a los hijos de la luz un doble reto: por una parte “levantar las antenas”, estar atentos para advertir la malicia que se encierra donde menos lo pensamos y nos puede envolver; y por otra parte aplicar nuestra inteligencia y astucia para hacer el bien. El bien no se puede dejar a la casualidad, podemos provocarlo de manera inteligente, planificada y uniendo fuerzas con toda la gente de buena voluntad. Seamos hijos de la luz no de las tinieblas.
Al final del evangelio de hoy según san Lucas, Jesús nos dice que no podemos servir a Dios y al dinero (cfr. Lc 16, 13). El Papa Francisco nos ha dicho que el dinero debe ser para servir, no para gobernar. Detrás de todas las cosas negativas y todas las corrupciones que descubrimos, nos damos cuenta que ahí el dinero no está sirviendo sino gobernando. Y a nosotros, ¿el dinero nos sirve o el dinero nos gobierna?, ¿quién es nuestro Dios? La verdadera idolatría es la del dinero.
¡Que tengan una feliz semana!
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán