HOMILÍA
XIII DOMINGO ORDINARIO
Ciclo A
2Re 4, 8-11. 14-16; Rm 6, 3-4. 8-11; Mt 10, 37-42.
“Quien los recibe a ustedes, a mí me recibe” (Mt 10, 40).
Ki’olal lake’ex ka t’ane’ex ich maya kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksik’al. Bejlae’ u T’aan Yuum Kuje’ ku ya’alik to’on u botik le máaxo’ob ku yubiko’ob u aj Kanba’alo’ob.
Estimados hermanos los saludo afectuosamente deseando que el Señor esté con ustedes. Cuando una persona cree en Dios mirará con amor y respeto a quien lo represente, y quizá se esfuerce por atender a esa persona dentro de sus posibilidades. En la Iglesia suele pasar así. Aunque la mayoría de los creyentes tal vez se queden a distancia del sacerdote, del diácono, de la religiosa, esta distancia puede significar un gesto de respeto de quien prefiere desde lejos admirar, respetar y querer a quien le alimenta el espíritu con la Palabra divina y con los sacramentos. Seguramente en su distancia sólo se conforma con encomendar en su oración a ese hombre o mujer de Dios.
Pero nunca faltan personas que se acerquen con amor y respeto para invitar a su casa al sacerdote, a la religiosa o a los seminaristas para que vayan a comer, o que estén atentas a sus necesidades. Yo recuerdo allá por 1986 a una humilde ancianita que domingo a domingo me regalaba un peso. Yo hubiera querido darle a ella eso y más porque se veía que lo necesitaba, pero no quise ofenderla, ni lastimar su gran fe. Ella me recordaba a la pobre ancianita del Evangelio a la que Jesús vio depositando dos moneditas de muy poco valor, y comentó que ella había dado más que los ricos que depositaban una gran cantidad, porque ellos daban de lo que les sobraba, mientras que ella daba de lo que necesitaba para vivir (cfr. Mc 12, 41-44). Los pobres también tienen derecho y necesidad humana y cristiana de dar y a compartir.
En ese mismo tiempo yo trabajaba en el Seminario como formador y los fines de semana iba a la capilla a donde pertenecía la ancianita del “peso dominical”, y la gente de la comunidad estaba organizada para llevarme cada sábado a cenar y cada domingo a almorzar a una casa diferente. También allá por 1987 cuando fui a estudiar a Roma y los fines de semana iba a celebrar la Eucaristía a un pueblo, varias personas se juntaron para regalarme una chamarra para que no pasara frío, y nunca me faltaron invitaciones para ir con distintas familias para tomar mis alimentos.
Yo estoy convencido de que las personas que así quieren ayudar, proteger y atender a las necesidades de un ministro de Dios, lo hacen movidos por un llamado del Señor dando una respuesta de fe y caridad. Los hombres y mujeres de Dios debemos agradecer, en primer lugar, a Dios estas muestras de su amor, ya que Él no se deja ganar en generosidad y nos hace llegar lo que necesitamos para servirle; en segundo lugar, debemos ser muy agradecidos con la gente que así nos apoya, rezando por sus necesidades y nunca abusar de su buena fe, pues eso sería para nosotros un gravísimo pecado.
El pueblo mexicano y más aún el yucateco es sumamente religioso y por lo tanto, hay mucha gente atenta a las necesidades materiales de quien les lleva la presencia de Dios. Se puede decir que les gusta consentir a sus ministros, lo cual puede convertirse en un riesgo contra la espiritualidad de éstos, quiénes pudieran llegar a pensar que se merecen todas esas atenciones, a ser malagradecidos y hasta exigir lo que la gente no puede darles. Dios castigará severamente estas actitudes poco cristianas y nada dignas de un hombre de Dios. En cambio, recompensará ampliamente a todas las personas que de buena fe den a quien les predica, aunque sea “un vaso de agua fresca”.
De eso trata la Palabra de Dios este domingo. En la primera lectura el profeta Eliseo es atendido por un matrimonio que le daba de comer y hasta le construyeron una habitación para su descanso. Pero luego él les anuncia una gran recompensa de parte de Dios, pues no tenían hijos y el Señor les concederá que ella conciba y dé a luz un hijo. La gente que es generosa con sus ministros atestigua las bendiciones divinas, aunque la verdadera recompensa les vendrá en la eternidad.
En el santo evangelio de hoy según san Mateo, Jesús se identifica con sus discípulos diciendo: “Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado” (cfr. Mt 10, 40). Nadie es, por más bueno que fuera, ni será nunca, digno de llevar consigo la representación de Cristo, sin embargo todo es gracia. Y esa es una manera muy concreta por la que el Señor se sigue haciendo presente en medio de su pueblo. Es una forma de encarnación constante y prolongada. Por eso es muy triste y grave cuando los ministros deformamos la figura de Cristo con comportamientos incorrectos que escandalizan a la gente.
Los que servimos a la Iglesia como sus ministros, estamos llamados de una manera extraordinaria, a anteponer el amor a Cristo a los amores más legítimos de este mundo, como son el amor de los padres, el de una esposa o el de unos hijos. Sólo amando a Cristo de esa manera podemos mantener el amor y respeto por su Cuerpo que son los fieles de la Iglesia. Nos quiere el Señor dispuestos a perder la vida por Él, y a perderla de hecho cada día en nuestra entrega ministerial. De esto habla el evangelio de hoy.
Luego, Jesús da a sus discípulos el título de profetas, pero también promete recompensa de profeta a quien los recibe por ser profetas; y ofrece recompensa de justo a quien recibe a un justo por ser tal. Es aquí donde promete recompensa a todo el que dé a sus discípulos, aunque fuera un vaso de agua. A los ministros, a las religiosas, a los seminaristas, a todos los misioneros y demás evangelizadores sólo nos queda proclamar junto con toda la gente que nos da la mano, las palabras del salmo 88 que recitamos en la liturgia de este día: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”.
Tomemos en serio la invitación que hoy nos hace san Pablo a cada uno de nosotros en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos: “considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 6, 11).
Jóvenes, gocen sus vacaciones y aprovéchenlas de una manera integral, dejando siempre tiempo para Dios. Como dice nuestra Pastoral Juvenil diocesana: “Yo por la vida” aprovecho mis vacaciones.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán