Homilía Arzobispo de Yucatán – X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

HOMILÍA
X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Gn 3, 9-15; 2 Cor 4, 13-5, 1; Mc 3, 20-35.

“El que blasfeme contra el Espíritu Santo
nunca tendrá perdón” (Mc 3, 29).

 

Ki’ óolal lake’ex ka t’ane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U T’aan Yuum Ku’ te domingoa’ ku ya’alik to’one’ le máax ku ya’alik ma’ pátaal baxo’ob ku beetik Yuumtsil Jesuse’ bey xaan u ya’alik k’aakas t’aan ti’ Kili’ich Íikal.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor.

Todos debemos estar enterados de la gran tragedia que sufrieron nuestros hermanos guatemaltecos por las erupciones del volcán de fuego, el cual ha dejado una estela de muerte, destrucción y desolación en esa nación hermana. Ante todo, hemos de recordar que estas situaciones no son en modo alguno castigo de Dios, ni acciones del diablo, sino que proceden de la naturaleza de nuestro frágil planeta. Son circunstancias que eventualmente suceden, lo mismo que los terremotos y los huracanes.

En todo caso estas desgracias mueven el espíritu religioso del ser humano en dos líneas: primero, darnos cuenta de nuestra pequeñez y nuestra contingencia, pues cada día amanecemos, pero no sabemos si terminaremos el día, por lo que debemos estar siempre preparados para rendir cuentas a nuestro Creador. Por otra parte, esto debe mover los corazones en orden a la solidaridad, sea para ayudar personalmente en las labores de rescate, sea para enviar nuestra ayuda fraterna. Que este triste acontecimiento haga crecer nuestro espíritu religioso.

El pasado viernes hemos celebrado la solemnidad del “Sagrado Corazón de Jesús”, la cual es una memoria a tener en cuenta todos los viernes del año, especialmente los primeros viernes de cada mes, de acuerdo con la devoción que nos viene de santa Margarita María Alacoque, para comulgar en esos días.

Además, cada viernes podemos recordar los sufrimientos de Jesús en la cruz y los sufrimientos de todos nuestros hermanos que en la actualidad prolongan el calvario de Cristo en la tierra. El Hijo de Dios que es amor perfecto y eterno, junto al Padre y al Espíritu Santo, aprendió a amar y a sentir con corazón humano, teniendo la sensibilidad para entender a los humanos, como cuando sintió lástima por la multitud que andaba como ovejas sin pastor (cfr. Mt 9, 36), cuando se compadeció ante la muerte del joven hijo de la viuda de Naím (cfr. Lc 7, 11-17), cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Jn 11, 35) o cuando lloró prediciendo la destrucción de Jerusalén (cfr. Mt 23, 37-29). Que no nos quede la menor duda de que Jesús entiende nuestros sufrimientos.

De igual modo, el pasado sábado celebramos la memoria del “Inmaculado Corazón de María”, el cual vibró al unísono con el corazón de su hijo divino durante los nueve meses que lo llevó en su vientre; igualmente latió con los últimos latidos de su hijo en la cruz; corazón que también fue atravesado por una espada de dolor cuando el corazón de su hijo era atravesado por la lanza del soldado; el mismo que continuó latiendo en medio de los discípulos que esperaban al Espíritu Santo; es el que se sigue conmoviendo ante las dolorosas vivencias de sus hijos en la tierra, como cuando bajó al Tepeyac. Si los enamorados dibujan sus corazones enlazados y atravesados por la misma flecha, no hay otros corazones más en sintonía en la historia de la humanidad, que los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Tú y yo somos invitados a compartir los sentimientos de estos Sagrados Corazones.

La Palabra de Dios en este domingo nos presenta el modo de actuar del demonio desde los tiempos de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Ellos fueron engañados por la serpiente, al igual que nosotros somos engañados constantemente, porque el demonio sabe usar los mejores disfraces para acercarse a nosotros. Nunca se va a mostrar como en las películas de forma monstruosa para asustarnos, por el contrario, se disfraza más bien de los más atractivos placeres, de las ideas más convincentes y convenientes, incluso hasta de las personas que más queremos para presentarnos la tentación.

Después de su pecado de soberbia y desobediencia, nuestros primeros padres se esconden avergonzados a causa de su desnudez y por eso no quieren que Dios los vea. Eso sigue pasando hoy en día, pues quien peca conscientemente, le da pena acercarse a Dios. El problema es que si la vergüenza nos sigue ocultando de Dios, podemos pecar y pecar una y otra vez hasta llegar a acostumbrarnos a esa vergüenza, descomponiendo el funcionamiento del sistema de nuestra buena conciencia.

Dios le dijo a la serpiente que pondría enemistad entre ella y la mujer, entre su descendencia y la suya, anunciando con esto a la Mujer que nunca sería vencida por el demonio: María, así como a su prole, los seguidores de Jesús. Pidámosle al Señor la conciencia de enemistad contra el Demonio y el pecado, pues la vida cristiana se trata de una lucha sin cuartel que nunca acaba mientras haya vida. Una buena sacudida del alma puede recomponer el sistema de nuestra conciencia adormecida. El relato sobre el pecado original lo escuchamos hoy en la primera lectura, tomada del libro del Génesis (cfr. Gn 3, 9-15).

Con el salmo 129 de este domingo podemos aclamar al Señor diciendo: “Perdónanos, Señor y viviremos”. Somos liberados de nuestros pecados no por una conciencia cínica, como los que dicen que no tienen pecados, sino por la misericordia que viene del Señor junto con la abundancia de su redención. No es cosa de miedo, sino de tener confianza en el amor de Dios, contrario al ego de quienes se aman a sí mismos y se consienten todo.

En el santo evangelio de hoy según san Marcos, los escribas acusan a Jesús de estar poseído por Satanás, príncipe de los demonios, afirmando que con ese poder obraba todos sus milagros y la expulsión de los demonios. Jesús les responde de manera lógica: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?” (Mc 3, 23). También hoy las mejores obras humanas son criticadas con los argumentos más falaces e ilógicos.

Jesús les comenta también que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y blasfemias, pero que la blasfemia contra el Espíritu Santo no sería perdonada. ¿Cómo entender esto? No es que el Espíritu sea superior al Padre o al Hijo, sino que realiza la obra buena de Dios.

A Jesús lo acusaban de estar poseído de un espíritu inmundo. En otras palabras, blasfemar contra el Espíritu Santo significa cerrarse a la obra de Dios, significa negarse a la acción redentora de Jesucristo; así nadie puede ser redimido. Es lo mismo que si un hambriento muriera maldiciendo al alimento que tiene enfrente pudiendo salvarlo al comerlo; como si un sediento muriera de sed junto a la fuente o quizá como si un enfermo maldijera al médico y a la medicina sin aprovecharlos para curarse.

Es muy duro que en la práctica de nuestro cristianismo encontremos incomprensión y desprecio hasta entre nuestros mismos familiares. Algunos parientes de Jesús pensaban que se había vuelto loco, llegando varios de ellos junto con María para verlo y lo mandan llamar. Pero Jesús responde a los que se lo dijeron: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Luego, mirando a su alrededor, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 33-35). Con estas palabras Jesús no quiere excluir a María ni a sus parientes, sino más bien quiere abrirse para incluir a todos los que cumplan la voluntad de Dios. De hecho, nadie como María ha cumplido la voluntad de Dios, lo cual quedó expresado cuando ella dijo: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Nadie como ella ha enseñado a cumplir la voluntad de su hijo, como cuando dijo a los sirvientes de aquella boda en Caná: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5).

En la segunda lectura de hoy escuchamos a san Pablo, en su Carta a los Corintios, el cual nos expresa que nuestra fe va más allá de las fronteras de la muerte, porque “Sabemos que, aunque se desmorone nuestra morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada una morada eterna, no construida por manos humanas” (2 Cor 5, 1).

Recordemos que para ayudar a nuestros hermanos de Guatemala, podemos hacerlo a través de la Caritas Nacional o también lo pueden hacer a través de la Cáritas de Yucatán.

La cuenta bancaria de nuestra Cáritas Nacional donde se pueden depositar los donativos para los damnificados es:

BBVA Bancomer a nombre de Cáritas Mexicana I. A. P.
Número de cuenta: 0123456781
CLABE INTERBANCARIA: 012 180 00123456781 5
Los donativos son deducibles de impuesto y para solicitar su recibo, favor de enviar los datos fiscales y comprobante de depósito al correo: emergencia@ceps.org.mx
Tels. 01 (55) 55631604 y 01(55) 55636543.

 

Sigamos orando por el proceso electoral en México. Ojalá que el último debate, el cual se va a realizar en Mérida en días próximos, tenga más contenido de propuestas de gobierno, y se acaben por fin las ofensas y las acusaciones.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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