HOMILÍA
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Is 6, 1-2. 3-8; 1 Cor 15, 1-11; Lc 5, 1-11.
“No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10).
Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e u T’aan Yuumtsil ku ya’alike’ ba’ax k’aabet to’on u ti’al u t’aanko’on yéetel u túuxko’on te’ meyajo’, u k’aabetak ch’a’ óotsilil k k’eban.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este quinto domingo del Tiempo Ordinario.
En el santo evangelio de hoy según san Lucas, encontramos el llamado que Jesús hace a los tres apóstoles que serán sus testigos en momentos tan significativos de su ministerio, tal como la resurrección de una niña, la transfiguración en el Monte Tabor y la oración en el Huerto de los Olivos. Ellos son Pedro, Santiago y Juan.
Los tres lavaban las redes junto con sus otros compañeros pescadores, luego de una noche infructuosa de pesca, cuando Jesús les pide permiso para subir a la barca de Simón y que la alejen un poco de la orilla, para desde ahí hablar a la multitud reunida en torno a él. Jesús, que como Dios es todopoderoso, como humano necesita apoyo y ayuda para cumplir su misión y pide el apoyo necesario. No nos cerremos a solicitar ayuda con humildad, pues todos necesitamos de todos.
Ellos le conceden a Jesús lo que pide, porque son buenos hombres y porque ya han oído cosas buenas sobre él. Luego de predicar, Jesús les pide algo inaudito para la experiencia y sabiduría de aquellos pescadores, pues les manda que lleven la barca mar adentro y echen de nuevo la redes. Simón Pedro habla en nombre de todos accediendo a lo que Jesús pedía, no sin antes advertirle que ya habían trabajado toda la noche y no habían pescado nada. Aunque no lo dice, de antemano sabe que si no hubo pesca de noche, tampoco la habrá de día, pero hubo tanta fuerza y profundidad en la predicación de Jesús, que ellos le obedecen y por eso añade Simón Pedro: “Pero, confiado en tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 5).
Ya sabemos que el resultado fue una pesca milagrosa, pues las dos embarcaciones no se daban abasto para llevar tanta cantidad de peces. Ojalá que todos nuestros trabajos (incluyendo los estudios y el trabajo del hogar), los hagamos siempre el nombre del Señor. ¡Qué gran diferencia hay cuando se trabaja por y para el Señor! Lo más importante es la reacción de Simón Pedro ante este milagro, ya que reconocer sus pecados y su indignidad al estar junto a Jesús, por lo que postrado a sus pies le dice: “¡Apártate de mí, Señor, por que soy un pecador!” (Lc 5, 8).
Si creemos realmente estar en la presencia del Señor, lo que se espera de nosotros es ante todo el reconocimiento de nuestros pecados. Cuánta energía emplea tanta gente para negar y esconder sus faltas e imperfecciones, cuando la mayor libertad, gozo y paz se experimenta al reconocer nuestra realidad de pecado.
En la primera lectura de hoy, tomada del Libro del Profeta Isaías, se nos presenta su experiencia vocacional, cuando en medio de una visión experimentó el llamado de Dios para enviarlo a su misión profética. Mientras tenía aquella visión, donde contemplaba la gloria de Dios, Isaías cobra conciencia de su indignidad e impureza, tanto personal como por parte de su pueblo Israel, y exclama: “¡Ay de mí! Estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos” (Is 6, 5).
En la segunda lectura de hoy, de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, aunque ésta no va siguiendo la secuencia del Evangelio en las liturgias dominicales, presenta la conciencia de indignidad del mismo Apóstol, quien a su vez afirma ser el último apóstol en encontrarse con Cristo Resucitado, considerándose a sí mismo “como un aborto”, por haber perseguido a la Iglesia, y a la vez indigno de llamarse apóstol (1 Cor 15, 8-9).
El reconocimiento humilde de ser un pecador debemos conservarlo toda la vida para cumplir debidamente, con fe, con amor y fidelidad nuestra propia misión personal. El Señor confía su misión a quien la acepta con esta humildad y obediencia. Isaías, quien fue purificado en sus labios con un carbón ardiendo que le acercó un ángel, escuchó la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?”. Y él contestó al momento, con firmeza y decisión: “Aquí estoy, Señor, envíame” (Is 6, 8). Así es como deben responder todos los que experimenten el llamado del Señor.
A Pablo le encomendó la misión de llevar la buena nueva a los paganos, pero nunca se llenó de soberbia, pues decía: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. A Pedro le dijo: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Podemos decir que este fue un llamado comunitario, pues junto con Simón Pedro, escucharon la misma voz Santiago y Juan, los cuales “llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.
Recuerda que en la comunidad de la Iglesia hay muchas vocaciones y estilos de vida, no sólo el Sacerdocio, el Diaconado y la Vida Consagrada. También el Matrimonio debe entenderse como una vocación sagrada y cada profesión y oficio honrado igualmente debe entenderse como un llamado de Dios para encontrar el modo concreto de servirnos unos a otros.
Si estamos atentos a la voz de Dios, encontraremos que en la vida diaria hay múltiples llamados parciales y ocasionales, para determinadas misiones a realizar, hasta que finalmente, Aquel que nos llamó a la existencia nos llame a su presencia eterna.
Este lunes 11 de febrero celebramos la fiesta de nuestra Señora de Lourdes. Envío un cariñoso saludo a toda la gente de nuestra parroquia de Lourdes, que mañana celebra su fiesta patronal. Recordemos que ella quiso manifestarse a una humilde niña de nombre Bernardita, a quien le reveló ser “la Inmaculada Concepción”.
El dogma de la Inmaculada fue declarado el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX; aunque desde muchos siglos atrás el Pueblo de Dios estaba convencido de esta verdad, misma que fue transmitida a nuestras antepasados en Yucatán en la evangelización franciscana, arraigada fuertemente en nuestra Arquidiócesis. La más humilde de todas las mujeres se dirige a una sencilla niña. Valoremos también nosotros la humildad, para perseguir esta virtud y para respetar a los humildes de este mundo.
Mañana junto con esta fiesta, también celebramos la Jornada Mundial del Enfermo. ¡Cuántos enfermos diariamente llegan hasta el lugar de las apariciones de la Virgen en Lourdes, buscando que María interceda por ellos! ¡Cuántos alcanzan la salud física! Aunque todos alcanzan la salud y la fortaleza espiritual.
Dice el Papa Francisco en su mensaje para esta 27º Jornada Mundial del Enfermo: “Los encomiendo a todos a María, “Salus infirmorum” (Salud de los enfermos). Que ella nos ayude a compartir los dones recibidos con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a las necesidades de los demás, a saber dar con corazón generoso, a aprender la alegría del servicio desinteresado”.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán