Homilía Arzobispo de Yucatán – IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Jer 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 1, 1-4; 4, 21-30.

“Pasando por en medio de ellos, se alejó de allí” (Lc 4, 30).

 

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e le Ma’alo’ob T’aano’ Ku ya’alike Cristo’ má tu k’aamó le máako’ob u kaajal. Beey Cristo’ ko’one’ex xíimbal waa takto’on má k’aamake’ex; yéetel má betik le baax uxti Letí.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo cuarto del Tiempo Ordinario. Ojalá que todos hayamos disfrutado la fiesta del día de ayer de la Candelaria, recordando el momento cuando José y María entraron en el templo de Jerusalén con el Niño Jesús en brazos para presentarlo, no sin antes escuchar las profecías que los ancianos Simeón y Ana pronunciaron sobre el Niño y sobre su madre María.

Tal vez compartimos ayer o todavía hoy mismo, los tamales que ofrecieron quienes encontraron al Niño escondido en la rosca de Reyes. Esas son tradiciones que transmiten grandes enseñanzas de fe, las cuales vienen desde los primeros evangelizadores de nuestras tierras.

Hoy continúa el pasaje del santo evangelio según san Lucas, que escuchamos el domingo pasado, cuando Jesús visitaba la sinagoga de su pueblo de Nazaret, donde leyó y explicó el pasaje del profeta Isaías que anunciaba la unción del Mesías y su misión de evangelizar a los pobres. Llegamos el domingo pasado al momento en el que todos los oyentes pareciera que estaban de acuerdo con la explicación de la lectura que daba Jesús, presentándose como el Cristo.

Hoy el pasaje continúa mostrando la perplejidad de muchos de los asistentes que no pueden aceptar que el hijo de José, el carpintero del pueblo, sea el Cristo anunciado por el profeta Isaías. Además, Jesús aviva aún más la molestia de su gente, anticipándose con desdén a sus expectativas de les demuestre que es el Mesías obrando algunos prodigios, de los que han escuchado que realizó en Cafarnaúm. Sin embargo, él no ha llegado para ofrecer ningún espectáculo ni a banalizar los milagros que deben ganarse teniendo fe en Dios y en Él como su Mesías. Por eso no pudo obrar muchos prodigios entre ellos, más que curar algunos enfermos.

Jesús avivó todavía más el rechazo de sus paisanos al afirmar que “Nadie es profeta en su tierra”, recordándoles la historia de los profetas Elías y Eliseo, los cuales fueron perseguidos por su gente, y que obraron prodigios, uno en Sarepta de Sidón, y el otro en favor de Naamán que venía de Siria.

Esto fue suficiente para que todos los que estaban en la Sinagoga se llenaran de ira y levantándose lo sacaran de la ciudad llevándolo hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, con el objeto de despeñarlo, “pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí” (Lc 4, 30).

Humanamente hablando, qué gran desilusión para Jesús el haber fracasado con su misión en su propio pueblo, con sus parientes, amigos y vecinos. Esto debe haber significado un gran dolor para él, que vio amenazada su vida, cuando apenas iniciaba su ministerio en públicamente. También recién nacido vio amenazada su existencia por el rey Herodes y ahora comenzando en su pueblo continuará su misión bajo el signo de la amenaza de muerte.

No debe extrañarnos a nosotros, si teniendo la mejor intención de hacer el bien a los nuestros, sufrimos el rechazo y la incomprensión de parte de quienes más nos interesan y amamos. A quien se dedica a la obra evangelizadora como sacerdote, diácono, religiosa, religioso, catequista o cualquier otra forma de servicio, no debe extrañarle, aunque duela, que otros lo valoren y en cambio los suyos no, decidiendo incluso en ocasionse permanecer lejos de Dios.

No nos dejemos “apachurrar” por los desprecios o rechazos de la gente cercana a nosotros. Vayamos adelante, pensando que algunos fracasos nos hacen bien, como Jesús lo asumió dejando un excelente mensaje. Cuidado con despreciar o infravalorar a los niños y jóvenes de nuestro entorno, pues sin que lo sepamos podemos estar frente a un futuro gran hombre o una gran mujer, en el campo religioso, social, político, científico, artístico, etcétera. No depreciemos a nadie por su origen, pues en ocasiones la pobreza es el mejor disfraz de una futura gran persona.

Ante todo Jesús ve en el rechazo de los suyos su misión universal dirigida a todos los pueblos del mundo. Recordemos que “católico” es un adjetivo que significa “universal”, y aunque no vayamos muy lejos de donde vivimos, nuestro corazón y servicio de creyentes debe abrirse a todos los hijos de Dios, aunque personalmente no sean nada nuestro, ya que por la fe los reconocemos hermanos nuestros e hijos de un mismo Padre.

Cuando tú no significabas nada para nadie, cuando nadie pensaba en ti porque aún no existías, tú ya eras alguien para Dios, quien eternamente ya pensaba en ti, pues como ser perfecto y eterno, tanto tu concepción así como tu nacimiento no podía significar un descubrimiento para el Todopoderoso que todo lo sabe. Si eso es para ti y para mí, imagínate lo que es para Jesús, Hijo eterno “nacido del Padre, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”.

La profecía que hoy escuchamos en la primera lectura, tomada del Libro del Profeta Jeremías, se aplica en primer lugar a Jesús y luego a cada uno de nosotros, pues dice: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco”. La profecía de la universalidad de la misión de Cristo se expresa en las siguientes palabras: “desde antes de que nacieras, te consagré profeta para las naciones” (Jr 1, 4-5).

Por supuesto que la profecía se refiere discretamente al seno materno de María, Virgen y Madre, elegida desde toda la eternidad para su misión; y sin duda esta profecía debe llevarnos a considerar sagrado el vientre de la mujer que Dios eligió para que fuera nuestra madre. Desde luego, esta profecía debe ser un fundamento espiritual para que nadie desprecie al niño que aún no ha nacido, aunque tenga apenas doce semanas o menos en el vientre de su madre.

Como siempre, la segunda lectura va llevando otra secuencia, que en este caso es la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, con sus propios temas. La comunidad cristiana de Corinto era muy rica en dones y carismas: unos hablaban en lenguas; otros tenían el don de interpretarlas; unos hacían milagros; otros profetizaban; otros se distinguían por su ciencia; otros por una fe extraordinaria; y algunos más por sus abundantes limosnas. Lamentablemente entre ellos discutían cuál de todos esos carismas era el superior a todos.

San Pablo les explica en este pasaje que ninguno de esos dones tiene valor en sí mismo si no va acompañado del amor, pues el amor es el más sublime de todos los carismas. El amor o caridad es una de las tres virtudes teologales, en cuanto vienen de Dios o nos conducen Él; éstas son la fe, la esperanza y la caridad.

La caridad es don de Dios y respuesta humana. Más allá del enamoramiento de una pareja, está la virtud de la caridad, que lleva a los matrimonios a perseverar en el amor, a perdonar y a soportar. También la caridad fortalece el sentimiento natural de afecto que hay entre los hermanos y demás familiares. La simpatía que existe entre los amigos tiene en la caridad una aliada que puede llevar a la amistad hasta la más alta calidad y para toda la vida.

La caridad, unida a la fe, nos lleva a perdonar a nuestros enemigos, a superar los odios y resentimientos que tanto daño nos hacen. La caridad, unida a la fe, nos hace ver en cada ser humano a un hijo de Dios y hermano nuestro, por lo que nos sentimos impulsados a orar por los que están distantes, física o moralmente, sobre todo cuando están en desgracia.

Este pasaje nos presenta el himno a la caridad, que es una pieza teológica y literaria, quizá de un autor distinto a san Pablo, pero que maravillosamente describe el don de la caridad. Al final todos los carismas van a desparecer, e incluso la fe y la esperanza ya no tendrán lugar en la eternidad; mas la caridad es eterna, la cual nos hará a todos “fundirnos” en el amor de Dios.

Les comparto un fragmento de la carta que los Obispos Mexicanos dirigimos a los Obispos de Venezuela: “Como hermanos en Cristo y miembros de una sola familia, la Iglesia, en primer lugar, queremos manifestarles nuestra cercanía en la oración ya que ella nos sostiene en nuestras fatigas y dificultades; segundo, queremos solidarizarnos en la caridad ofreciendo, oportunamente, de parte de nuestras comunidades católicas el apoyo para sus necesidades”. Oremos por Venezuela.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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