Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43.
“Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23, 37).
“Ki’olal lake’ex ka ta’ane’ex inch maya, kin tsik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U Ta’an jajal Dios te domingoa, ku yalikto’on, Cristo u Rey lu’um yetel kuxtaal.”
Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor. En este domingo 20 de noviembre confluyen varias fiestas, unas de la sociedad civil y otras de nuestra Iglesia. De la sociedad civil tenemos la celebración de la Revolución Mexicana, una terrible guerra fratricida en la que grosso modo, murieron un millón de personas. En esta guerra muchos ricos perdieron sus riquezas y la inmensa mayoría del pueblo mexicano pobre continuó viviendo en una miseria aún peor. ¿Quién ganó realmente?, los fabricantes de armas que vendían sus armas a todas las facciones revolucionarias y al propio gobierno. Y ganó el país del norte, que depuso al gobernante que miraba hacia Europa en lugar de mirar hacia arriba. Hubo grandes ideales que movieron a muchos revolucionarios pero no hubo la unidad y el consenso necesario para mirar todos juntos hacia un mismo rumbo en favor de México. La unidad, el consenso y el olvido de los intereses personales, junto con la participación de todos, es lo que hoy y siempre pueden sacar a nuestra querida Patria de los baches en que ha caído.
Sé que muchos ignoran el motivo de este puente vacacional y la fiesta que se celebra en México. Ahora está en la cabeza de todos “el Buen Fin”, la segunda “fiesta” de la sociedad civil que todavía estamos viviendo y que mueve a un gran consumismo. Los llamados “memes” en las redes de comunicación social tan ocupadas estos días en el triunfo de Trump, han dedicado también algunos “memes” al “Buen Fin”. Vi uno en el que se decía: “¡Te quieren quitar tu aguinaldo!… Un ‘buen fin’ sería que bajara la luz, la gasolina, el gas, el pasaje, la renta, la canasta básica. Ese sí es un ‘buen fin’”. Y vi otro que dibujaba a una familia que empujaba un carrito de centro comercial clamando:“¡Queremos rebajas de violencia!, ¡Ofertas de justicia!, ¡Paz a meses sin intereses!”. Y en verdad México necesita de todo esto. En fin, ojalá que nuestras tarjetas no hayan quedado hasta el tope y que no nos hayan manipulado haciéndonos comprar lo que en realidad no necesitábamos. Más grave aún es el pensar que nuestra felicidad radica en el tener cosas materiales.
En lo religioso hoy celebramos la solemnidad de “Jesucristo, Rey del Universo” y último domingo del año litúrgico, ya que el próximo domingo iniciaremos el santo tiempo del Adviento, que nos pondrá en camino hacia la Navidad. Esta fiesta de Cristo Rey fue la elegida por el Papa Francisco para celebrar el cierre del Año de la Misericordia. Casi todos los obispos del mundo celebraron el cierre del Año de la Misericordia en su propia diócesis el pasado domingo 13 de noviembre, mientras que un servidor, junto con una multitud de sacerdotes, diáconos, religiosas, seminaristas y un sinnúmero de laicos, hicimos el cierre de este año jubilar el pasado martes 15 de noviembre. La Sta. Iglesia Catedral se volvió insuficiente para contener a la gran muchedumbre que la abarrotó. Antes nos reunimos un nutrido grupo en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Consolación (“Templo de Monjas”) donde rezamos la oración de vísperas y luego fuimos en procesión a la Catedral. Todas las parroquias del Estado de Yucatán se vieron representadas.
Como les dije en aquel martes por la noche, este año jubilar fue un llamado del Papa Francisco para intensificar nuestra conciencia con la gran Misericordia de Dios que es infinita, por lo que ésta no acaba en este año pues es un atributo del Dios eterno. También debíamos con este llamado intensificar nuestro espíritu misericordioso, como individuos y como Iglesia, pues la Iglesia debe ser Madre Misericordiosa, y todos los cristianos estamos llamados a beber del Corazón Misericordioso de Cristo, para llevar luego a nuestros hermanos la Misericordia del Dios vivo. Aún los no creyentes pueden y deben ser misericordiosos, pues la misericordia nos humaniza, mientras que la falta de misericordia nos deshumaniza.
Textualmente dije: “Hoy hay múltiples formas de deshumanización en el mundo: la guerra, la violencia del crimen organizado, el secuestro, la trata de personas, el tráfico de órganos, el maltrato a los migrantes, el maltrato a los presos en el interior de las cárceles, la pornografía y la prostitución (más aún cuando se trata de los infantes), el aborto, la violencia intrafamiliar, el bullying escolar, las injusticias laborales, la corrupción, etc., son acciones inhumanas en las que brilla por su ausencia la misericordia humana. Pero aún en esas terribles situaciones, las víctimas, si tienen fe y esperanza, pueden fortalecerse en la misericordia divina” (Homilía por la Misa de Clausura Diocesana del Año de la Misericordia, martes 15 de noviembre de 2016). Llevemos a todos la fe y la esperanza en la Misericordia divina.
En el santo evangelio según san Lucas de este domingo, se nos presentan las distintas actitudes de los que circundan la cruz de Cristo. Las autoridades judías ahí presentes decían: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido” (Lc 23, 35). Pero el Mesías vino a salvarnos, no vino para salvarse a sí mismo. Ojalá que todos los constituidos en autoridad de cualquier tipo nos dedicáramos a salvar a los demás, no a nosotros mismos. Ojalá que los elegidos no nos olvidemos de quién fuimos elegidos y para servir a quién fuimos elegidos. En una democracia se supone que es el pueblo el que elige para que el funcionario les sirva, no para que se salve a sí mismo y a los suyos. La corrupción que siempre ha existido en nuestra Nación, se ha desbordado en los últimos años; ¡y qué grave es cuando un corrupto se llama o se considera a sí mismo un buen cristiano!
En la cruz de Cristo escribieron la causa de su condena: “Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23, 38). Este letrero estaba escrito en latín, en hebreo y en griego, para que todos lo entendieran. Nosotros conservamos en nuestras cruces las iniciales latinas “I. N. R. I.” (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum”). También los soldados se burlaban diciéndole: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23, 37); no era la primera vez que los soldados romanos ejecutaban a un inocente luego de torturarlo, pero muchos son los soldados y policías de todos los tiempos que han torturado a inocentes antes de asesinarlos. Hace poco tiempo en un pueblo de Yucatán se presentó también un caso de tortura, pero inocentes o culpables, la tortura nunca se justifica. También el poder de los oficiales se puede subir a la cabeza de los que ostentan placa, pistola, sable o cualquier arma. Jesús es el Rey que no se salva a sí mismo y que acepta libremente el tormento a que es sometido. Desde entonces podemos ver a Jesús en la persona de todos los que sufren, justa o injustamente. ¡Nunca más la tortura!, ¡nunca más la tortura!
Finalmente, los ladrones que fueron crucificados junto a Jesús, uno lo ofendía y otro demostró toda su fe en Jesús. El primero le decía: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23, 39). Cualquiera hubiera creído en un Cristo poderoso, rico y reinante; pero no cualquiera hubiera creído en el Cristo humillado, triturado y a punto de morir. ¿Qué fue lo que movió al ladrón arrepentido a creer en Jesús en esas circunstancias?, ¿qué fue lo que le llevó a suplicarle: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”? Seguramente este ladrón había escuchado la doctrina del amor y de la misericordia que Jesús predicaba, y del Reino que Él anunciaba. Seguramente él vio la congruencia del anuncio del amor y de su amor llevado al extremo. Por eso cuando Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43), debe haber quedado colmado de la alegría de esperar el Reino. Él se había encontrado a sí mismo, culpable y merecedor del castigo que recibía, y había reconocido a Jesús como el INOCENTE con mayúscula, con la inocencia que sólo podía tener el Dios encarnado. Y nosotros ¿a quién le creemos? Ojalá que aprendamos a creer en los pobres, los enfermos, los migrantes y en todos los que son menos a los ojos del mundo.
En la primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel, David es ungido como rey de Judá para ser pastor de su pueblo (Cfr. Sam 5, 1-3). Aún hoy en día cada gobernante debería sentirse y saberse ungido, elegido por Dios para representarlo en la conducción de su pueblo. Cuando un buen gobernante se entrega a su pueblo sin buscar nada para sí mismo, cuando aún sin decirlo promueve la justicia, la paz y el bienestar, junto con la promoción de todos los auténticos valores humanos, conduce a los hombres a Dios, aunque no se lo crea ni se lo proponga. Cada bautizado es ungido junto a pila bautismal como miembro de un Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes; un gobernante cristiano enfatiza la última dimensión bautismal. Ha habido en la historia de la Iglesia varios reyes y reinas santos, como santa Isabel de Hungría, a quien celebramos el pasado jueves 17 de noviembre. La santidad es para todos, pero quienes gobiernan tienen en su servicio muchos peligros para su alma y es por eso que siempre hemos de orar por ellos.
Qué hermoso es el himno que nos presenta hoy la segunda lectura tomado de la carta de san Pablo a los Colosenses, de Cristo como imagen de Dios invisible y como el primogénito de toda creatura. Antes de describir los atributos de Cristo que lo ponen al frente de todo cuanto existe, este himno nos incluye en el Reino de Cristo con las siguientes palabras: “Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es, el perdón de los pecados” (Col 1, 13-14).
La realidad regia de nuestro Señor Jesucristo estaba muy metida en la mente y el corazón de la mayoría de los mexicanos, que vieron amenazada su fe por parte de las autoridades civiles durante las primeras décadas del siglo pasado. Muchos derramaron su sangre en el ejército cristero, y muchos otros dieron su vida para difundir su fe en aquellas condiciones tan adversas. Los mártires, antes de ser fusilados, entregaban su vida gritando: “Viva Cristo Rey”. Él es Rey y nosotros sus soldados. Con esfuerzo, disciplina y valor militar es como tendríamos que llevar nuestra fe en la vida diaria; pero si la fe es para nosotros una experiencia “dulzona”, estamos muy lejos de la auténtica fe. Gritemos también nosotros: “¡Viva Cristo Rey!” con todas las acciones, palabras y pensamientos de nuestra vida; y hagamos nuestro el otro grito de nuestros abuelos: “Viva la Virgen de Guadalupe”.
¡Que tengan una feliz semana! ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán