Mensaje por la Solemnidad de todos los Santos,
la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, y el
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
Sab 11, 22-12, 2; 2 Tes 1, 11-2, 2; Lc 19, 1-10.
“El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar
lo que se había perdido” (Lc 19, 10).
“Ki’ olal lake’ex ka ta’ane’ex ich maya, kin tzik te’ex kimak woolal yetel in puksikal. U ta’an jajal Dios, te domingoa, ku yalikto’on, Cristo ku taj utial u luksik k’eban yetel u lakal ma’ak ku ke’exik u kuxtal ku bisik ka’ana’.”
Muy queridos hermanos y hermanas pasado mañana, el primero de noviembre, vamos a celebrar el día de todos los santos, y al día siguiente el dos de noviembre celebraremos a los fieles difuntos. Seguramente este domingo los panteones de todo el Estado y de todo el país se verán repletos de gente que visita anticipadamente a sus seres queridos en sus tumbas. Los creyentes debemos ver estas dos fiestas como una sola en dos partes: es la fiesta de los hijos de Dios que ya han dejado este mundo, unos que ya están en el cielo alabando a nuestro Creador, y otros que todavía deben purificarse antes de entrar en la presencia eterna de Dios nuestro Padre.
La Iglesia tiene un “canon”, es decir, una lista de todos los santos y santas que ella garantiza que están ya en el cielo, y que por lo tanto podemos pedir su intercesión e imitar su vida. Hay quienes dicen que acuden directamente a Dios y eso suena muy bien, pero en el fondo es individualismo espiritual y significa no reconocer la obra de Dios en tantos hermanos y hermanas nuestras. Cristo fundó una Iglesia que no acaba con la muerte de sus miembros, y él espera que nos mantengamos en comunión. Los santos se unen al poder intercesor de Jesucristo, ningún santo podría interceder sin estar en comunión con él. Nosotros intercedemos unos por otros en la oración, y quienes partieron de este mundo y ya están junto al Señor, continúan intercediendo por nosotros.
Debemos pedir a diario por el eterno descanso de nuestros difuntos que no han sido canonizados. No sabemos en qué momento ellos salen del purgatorio para estar gozando plenamente en el cielo, pero mientras no se les declare santos hemos de pedir perdón para ellos. De todos modos aunque ellos no necesitaran de nuestra oración, nuestras plegarias no se desperdician: nos hacen bien a los que oramos y le hacen bien a la Iglesia en su conjunto.
Hoy en día están de moda las películas y las series de televisión sobre los zombis; esto es una muestra del alejamiento de la fe que nos enseña que los muertos no vuelven así a la vida, porque o están vivos o están muertos, no hay término medio. Sólo la resurrección traerá de nuevo a la vida a los muertos, pero será una nueva vida, vida plena y eterna. Yo recomiendo que busquemos otros programas y películas que no contradigan nuestra fe, pues quienes producen éstos realmente se han apartado de la fe en la resurrección.
La celebración del “Halloween”, palabra que significa “víspera de todos los santos”, se celebra precisamente el 31 de octubre y en realidad no tiene nada de cristiano. Hay parroquias y colegios que acostumbran invitar a los niños a vestirse en ese día, disfrazándose de angelitos o de santos, y yo considero que esa práctica es muy buena porque les ofrece a los niños la misma diversión, sin acercarlos a temprana edad a las antiguas prácticas europeas paganas. Además se les presenta la temprana aspiración a vivir una vida santa.
Hay otras prácticas precristianas de nuestro pueblo, como la del altar de muertos, que nuestros abuelos supieron incorporar al cristianismo con la ayuda de los primeros evangelizadores. Estas prácticas se pueden mantener como un modo de conservar nuestra cultura y como manifestación de afecto por nuestros difuntos, pero sin poner en duda nuestra fe cristiana sobre el sentido de la muerte y nuestra esperanza en la resurrección.
Durante casi veinte siglos la Iglesia no permitió la cremación de los cuerpos y casi nadie consideraba esa posibilidad. Enterrar a los muertos era una práctica con sello cristiano, a diferencia de los romanos y de otros pueblos paganos que cremaban a sus difuntos. La razón de la Iglesia estaba en nuestra fe en la resurrección de los muertos, pero desde 1963 un documento del Santo Oficio siguió recomendando la sepultura de los cuerpos, autorizando sin embargo la cremación a condición de que no se pusiera en duda la fe en la resurrección.
El pasado martes 25 de octubre la Congregación para la Doctrina de la Fe promulgó un documento con la aprobación del Papa Francisco que se llama “Ad resurgendum cum Christo” (Para resucitar con Cristo), en el que se reafirma que la cremación no está prohibida, “a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la fe”; si se conociera que hubo estas razones contrarias a la fe, entonces no se concederá la celebración de exequias. “En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con el derecho”.
Dice el documento que las cenizas de un difunto por regla general deben estar en un lugar sagrado, templo o cementerio. Sólo se permite llevarlas a casa en casos graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local y bajo la autorización de las autoridades eclesiásticas. Las cenizas no pueden ser repartidas en partes, esto es para asegurar el debido respeto al difunto y las condiciones adecuadas de conservación. Las cenizas no deben dispersarse en el aire, la tierra o el agua, para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista. Las cenizas no son tampoco para hacer joyas conmemorativas.
Dios es el dueño de la vida y a nosotros nos toca respetar la vida, sobre toda la humana, desde el vientre materno, y aún el cuerpo después de la muerte por la dignidad de la persona humana. ¿Cuándo, cómo y dónde moriremos?, sólo el Señor lo sabe y nadie debe intervenir para interrumpir la vida bajo ningún pretexto. ¿Y cuándo será la segunda venida de Cristo?, ¿cuándo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?
Los cristianos de la ciudad de Tesalónica pensaban que esa venida de Cristo era algo inminente y por esa razón algunos hasta habían dejado de trabajar. Pero san Pablo les decía en su segunda carta, lo que escuchamos en la segunda lectura de este día: “No se dejen perturbar tan fácilmente” (2 Tes 2, 2). También hoy en día hay quienes tienen un mensaje perturbador anunciando la inminente segunda venida de Cristo, pero eso no nos debe perturbar. Lo importante es darle calidad cristiana a nuestra vida porque no sabemos cuándo nos llamará el Señor a su presencia.
También es importante estar convencidos de que la misericordia del Señor es inmensa, y que mientras tengamos vida siempre tendremos la posibilidad de encontrarnos con Jesús, de arrepentirnos y disponernos a cambiar el rumbo de nuestra vida. Como pasó con el caso de Zaqueo, el publicano, del que nos habla el santo evangelio de este día. Él quiso ver a Jesús y se adelantó a la multitud, se trepó a un árbol para verlo pasar; y cuál va siendo su sorpresa cuando Jesús, al pasar bajo el árbol, le habla por su nombre y le dice: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 5).
Aunque es criticado por entrar a la casa de un publicano, Jesús entra con libertad y alegría porque está cumpliendo con su misión de buscar y salvar lo que estaba perdido. Y Jesús entró más que en su casa, en el corazón de Zaqueo, quien cambió su mentalidad de apego a las riquezas pues puso a Jesús y a los pobres en su casa interior sacando a quien antes lo ocupaba.
En el mismo sentido nos habla la primera lectura tomada del libro de la Sabiduría, expresándonos la paciencia que tiene Dios con el pecador, y en cada día nuevo le da la nueva oportunidad de arrepentirse y creer en el Señor. Quien no se arrepiente de sus pecados no cree realmente en Dios, aunque diga que cree. Dice también la primera lectura que Dios aparenta no ver los pecados de los hombres (cfr. Sab 11, 22-12, 2). En esto podemos imitar a Dios con gran provecho para nuestra vida, pues cuántos problemas nos evitaríamos si cuando vemos los vicios, defectos y pecados de los demás pudiésemos aparentar que no nos hemos dado cuenta.
¡Celebremos a todos los santos y seamos sus amigos, devotos e imitadores! ¡Celebremos a nuestros difuntos y pidamos por todos ellos! Tengamos hacia los difuntos todo el respeto que nos merecen. Aprovechemos la vida para arrepentirnos continuamente de nuestros pecados, confiando en la misericordia de Dios e imitando esa misericordia divina en el trato con los demás.
¡Sea alabado Jesucristo! ¡Que tengan una feliz semana!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán