III Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
Neh 8, 2-4. 5-6. 8-10; 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4, 14-21.
“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura” (Lc 4, 21)
Muy queridos hermanos y hermanas, este tercer domingo del tiempo ordinario, nos presenta, el inicio del Evangelio según san Lucas. Son los primeros versículos del Evangelio, en el capítulo uno, para después brincar al capítulo cuatro. San Lucas tiene su obra escrita en dos partes, la primera es el tercer Evangelio: el “Evangelio según san Lucas”, y la segunda parte de su obra está contenida en el libro de los “Hechos de los Apóstoles”. Y él define en esos primeros versículos del capítulo uno su carácter de investigador, carácter de historiador; porque dice que otros han escrito ya de todo lo que ha sucedido, pero que él después de haber estudiado minuciosamente todo lo acontecido, ha querido escribir por orden todo lo que él sabe (Cfr. Lc 1, 1-4). Entonces se ve muy claro ese carácter de historiador.
Pero por otra parte, quisiera subrayar que el Evangelio de san Lucas, así como los Hechos de los Apóstoles, están dirigidos a una persona de nombre Teófilo (Lc 1, 4). ¿Quién era ese Teófilo? Tal vez sería un obispo al frente de una comunidad cristiana o tal vez sea un personaje simbólico, una manera de dirigirse a todos los que lean ese Evangelio y que lean luego los Hechos de los Apóstoles, porque el nombre de Teófilo significa “amigo de Dios”; por lo tanto, san Lucas escribió ese Evangelio para ti, para mi, para todos los que creemos o nos consideramos, ser amigos de Dios. Para nosotros es el Evangelio.
Luego brincamos al capítulo cuatro de san Lucas que escuchamos en este domingo, y nos presenta a Jesús recorriendo pueblos y ciudades llevando la buena nueva, y llega con esa buena nueva hasta su pueblo natal, hasta Nazaret donde se había criado. ¡Con cuánta ilusión llegaría nuestro Señor con sus paisanos! ¡Con cuánta ilusión para ver ahí a sus parientes! Esperando que ellos aceptaran su mensaje y que se convirtieran a la buena nueva, para esperar y abrirse al Reino de Dios que él venía a anunciar. Va a la sinagoga el sábado como era su costumbre, se levanta para hacer la lectura y le toca aquel pasaje del profeta Isaías que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anuanciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).
Nuestro Señor tiene que hacer un comentario al final después de haber leído este pasaje, y lo que dice es lo siguiente: “hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír” (Lc 4, 21). Todos se quedaron asombrados porque era lo mismo que decir, que lo que el profeta anunció, en él se estaba cumpliendo. Y muchos le daban su aprobación y estaban de acuerdo. ¡Qué extraordinario es que sea el mismo Cristo el que en persona nos explique esas Escrituras!
En la primera lectura, escuchamos del libro de Nehemías, cómo el pueblo de Israel recién regresado del destierro de Babilonia dispuestos a reconstruir la ciudad y el templo, se reúnen para escuchar la Palabra de Dios que es proclamada por Nehemías, por Esdras, por los levitas, a todo el pueblo de Israel. Y mientras ellos explicaban la Escritura, la gente que escuchaba la Palabra estaba llorando, quizá de emoción pero quizá también lloraba de compunción, pensando que el Señor los había castigado por haberse apartado de su ley. Escuchar su Palabra, significaba para ellos, reconocer su pecado. También para nosotros hoy día, acercarnos a la Palabra de Dios, significa ponernos como delante de un espejo y darnos cuenta quiénes somos nosotros en realidad. Sin embargo, el pueblo de Israel fue invitado para no llorar, más bien para festejar: vayan y coman manjares dulces; celebren, porque celebrar al Señor es nuestra fiesta (Cfr. Neh 8, 10).
Para nosotros también, cada día que vivimos debe ser como una fiesta, consciente del amor que Dios nos tiene, pero particularmente el domingo, día del Señor, nos reunimos para escuchar su Palabra y seguramente la Palabra que escuchamos mueve nuestras fibras internas y quizá más de uno sienta ganas de llorar por lo que la Palabra de Dios le descubre de sí mismo. Pero la invitación sigue patente para todos: no lloren, no hagan duelo, alégrense; porque el Señor nos habla, porque el Señor nos ama. (Cfr. Neh 8, 9) ¡Que el Señor nos hable es una gran muestra de amor!
Pero a pesar de que Jesús nos hablara en persona, fue rechazado finalmente en aquella sinagoga de su pueblo en Nazaret, como fue rechazado en otros lugares. Hoy día Jesús sigue siendo rechazado porque él sigue hablando, es él quien habla en la persona del Papa, a través de su voz; a través de la voz de los obispos y de los sacerdotes, de los diáconos y de todos los predicadores que en su nombre, vamos llevando la buena nueva del Evangelio, el mismo Cristo en persona. En eso consiste el ministerio, en representar a Jesús que quiere hablar directamente al corazón de cada uno de los oyentes, pero valiéndose de sus ministros. Ojalá que nosotros escuchemos siempre con mucho respeto a quien nos habla en nombre del Señor, sea el Santo Padre, sean los obipos, sean los sacerdotes o diáconos, o algún celebrador de la Palabra que sea enviado a esos lugares donde no hay un sacerdote que pueda celebrar la Santa Misa.
Y a propósito de escuchar al ministro que trae la Palabra, estamos preparándonos para el viaje del Papa a México, ojalá que más que un acontecimiento feliz y gozoso, sea para nosotros también la oportunidad de escuchar ese mensaje que el mismo Jesús nos quiere transmitir a través del Papa Francisco. Escuchemos cada mensaje con atención, tratemos de conseguir los mensajes que el Santo Padre vaya dando al mundo indígena, a las familias, a los jóvenes, a los sacerdotes, a los consagrados, al pueblo mexicano; pues seguramente todos tendremos algo que aprender y algo que cambiar a partir del mensaje del Papa, que será la Palabra de Jesús viva en medio de nosotros.
Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabamos de escuchar y se cumple cada vez que escuchamos la Palabra de Dios en comunidad. Es muy valioso leer la Palabra de Dios, cada uno en lo personal; hagámoslo siempre que podamos, vayamos a la Sagrada Escritura y leámosla para reflexionarla, meditarla y hacerla vida; pero no descuidemos el escucharla en comunidad porque seguramente ahí el Señor se hace presente y él quiere comunicarse contigo y con todos hoy día, para que hoy mismo se cumpla ese pasaje de la Escritura. Que el Señor los bendiga a todos.
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán