HOMILÍA
LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA
Ciclo C
Hch 2, 14. 22-33; Mt 28, 8-15.
Homilía en la S. I. Catedral convocada con motivo del fallecimiento del Papa Francisco
Muy estimados hermanos en Cristo Buen Pastor. ¡Felices Pascuas de Resurrección!
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio, se asomó al balcón de la Basílica de san Pedro, el 13 de marzo de 2013 por primera vez como papa Francisco, y sus primeras palabras fueron: “Recen por mí”. Y comentó: “Fueron al fin del mundo a buscar un obispo para Roma”.
Eso fue lo primero que nos sorprendió, se inclinó para recibir la oración del pueblo por su ministerio; oración que lo acompañó a lo largo de un poco más de doce años para que fuera como él mismo pedía “pastor con olor a oveja”. Agradeció la oración del pueblo, en muchos momentos y de un modo especial en las últimas semanas mientras estaba en el Policlínico Gemelli, donde dijo que se sentía sostenido por la oración del pueblo.
Hoy al terminar su pontificado el Papa Francisco, el 266 sucesor de san Pedro, entrega buenos frutos de la oración pueblo, pues hoy que contemplamos en la primera lectura al primer Papa, saliendo valientemente a presentar a Jesús como el salvador del mundo; así el papa Francisco no tuvo miedo de hablar de la voluntad de Dios.
No tuvo miedo de decir, por ejemplo, que: “Los que practican el aborto es como contratar a un sicario”. No tuvo miedo de decir que: “Los que construyen los muros terminarán encarcelados en los muros que han construido”, haciendo alusión al muro de la frontera con México y otros tantos. No tuvo miedo de pedir que lo migrantes sean integrados antes de que sean expulsados. No tuvo miedo de decir que: “Estamos en una tercera guerra mundial, pero a pedacitos”, y no se cansó de pedir por la paz en donde más se necesitaba.
A los miembros de la Iglesia nos recordó reiteradamente que Dios es misericordia, que el nombre de Dios es “Misericordia”; y decretó el Año Santo de la Misericordia. No tuvo miedo de decirnos que en la Iglesia caben todos, y repetía: “Todos, todos, todos”.
No tuvo miedo de decirnos a nosotros que prefiere “una Iglesia accidentada por salir, a una Iglesia enferma, por encerrarse”; no tuvo miedo de decirnos, que quería “una Iglesia pobre y para los pobres”, e instituyó la Jornada de los Pobres; no tuvo miedo de decirnos a los pastores que debemos ser “pastores con olor a oveja”; y que “el clericalismo en un cáncer en la Iglesia”.
Sin duda, el Papa nos puso a reflexionar siempre, fiel a su carisma de jesuita; nos enseñó el valor del discernimiento, algo que nos urge practicar hoy en día, cuando las redes sociales nos presentan tantas falsas verdades que muchos sin discernir aceptan sin más. Por algo este mes de abril, la última de sus intenciones mensuales era que hagamos oración para utilizar adecuadamente las redes sociales.
El Papa Francisco nos ha dejado muchas enseñanzas basadas en la palabra de Dios, su característica al aplicarla era para que se pueda aterrizar, para que no se quede solo en palabras.
Por eso comento una comparación que le escuché a un analista de la religión cuando después de unos meses del pontificado del Papa Francisco, dijo: “San Juan Pablo II fue el Papa de la imagen; recuerden su impacto acá mismo en Yucatán; el Papa Benedicto XVI fue el Papa de la palabra; qué maravillosa obra de literatura cristiana nos ha dejado; y el Papa Francisco era el Papa de los signos; y sí que en verdad nos regaló tantos signos: lavando los pies a los presos, comiendo con los pobres, tocando a enfermos graves, rezando en los muros de Tierra Santa o sobre la frontera de Ciudad Juárez con EEUU, besando los pies de las autoridades en conflicto de la república africana de Sudán del Sur.
Los signos que hizo el Papa Francisco durante su pontificado nos dicen a todos que: “Sí se puede vivir el Evangelio, sí se pueden poner en práctica las enseñanzas más exigentes de Jesús”.
Ese Evangelio que el meditaba de un modo muy especial, siempre cuestionándonos sobre nuestra respuesta, siempre impulsándonos con optimismo, ¿y de donde le venían estas luces? Le venían de sus convicciones de que verdaderamente Cristo está vivo; así fue el título de su exhortación a los jóvenes: “Christus Vivit”.
Con el texto del evangelio proclamado hoy, el Papa Francisco se une a las mujeres que se encontraron con Cristo y le besaron los pies. Y sobre esta certeza y el deseo de correr hacia él, es que nos dejó sus últimas palabras. Veamos.
Ayer 20 de abril en el mismo balcón que un 13 de marzo se presentó ante el mundo como el nuevo sucesor de Pedro; con voz cansada desde ese mismo sitio se le escuchó por última vez diciendo: “Que el Señor todopoderoso les bendiga a todos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Felices Pascuas a todos!”.
Sus últimas enseñanzas escritas las escuchamos de su homilía leída en la misa dominical por el Cardenal Ángelo Comastri; nos decía: “Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo”.
Y concluía: “La Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección”.
Estas palabras iluminaron su camino al cielo, pues el papa Francisco anunció que con Cristo todo es nuevo, así ahora en manos del Padre todo es nuevo para él, esa novedad que no tendrá fin. Con desenlace no esperado para hoy, podemos decir que, como María Magdalena, Pedro y Juan, corrió al encuentro con quien lo eligió Papa.
Concluyo con las últimas enseñanzas escritas que nos dejó y que fueron leídas en el Regina Caeli de ayer. Nos dijo: “Queridos hermanos y hermanas, en la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas (cfr. Ap 21,5). Y nos deseó: ¡Feliz Pascua a todos!
Que el Padre de la Misericordia le dé al querido Papa Francisco el premio de los justos.
+ Pedro S. de J. Mena Díaz
Obispo Auxiliar de Yucatán