Homilía Arzobispo de Yucatán – XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

HOMILÍA
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
VIII JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Ciclo B
Dn 12, 1-3; Heb 10, 11-14. 18; Mc 13, 24-32.

“La oración del pobre sube hasta Dios” (Sir 21, 5)

 

In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Bejlae’ taan k’imbesik u waxak p’elil k’imbesaji otsilo’ob. Yuun Papa Franciscoe’ tu tuxtal jun p’eel ts’ii ku k’abaintik, “upayalchi otsile’ ku na’akal tak Jajal Dios”. K’a’aan kanik ti le otsilo’ob bix u k’ubmuba’ob ti Yuumtsil, letio’obe, u yojelo’ob u muul sii u oksajo’olo’ob yeetel u yabilajo’ob

 

Muy queridos hermanos y hermanas, los saludo con el afecto de siempre en este domingo trigésimo tercero, penúltimo del Tiempo Ordinario, y octava edición de la Jornada Mundial de los Pobres.

Con esta jornada el Papa Francisco nos ha venido llamando a mirar a los pobres, y aprender de las buenas enseñanzas que la mayoría de ellos nos dan, como son la confianza en la Providencia Divina, así como el compartir con fe, esperanza y caridad.

En esta VIII Jornada Mundial de los Pobres, el Papa nos dio un mensaje llamado: “La oración del pobre sube hasta Dios” (Sir 21, 5). Dice allí: “La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre! Reflexionemos sobre esta palabra y ‘leámosla’ en los rostros y en las historias de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento” (Papa Francisco, Mensaje por la VIII Jornada Mundial de los Pobres, n. 1).

Más adelante, el Santo Padre continúa diciendo en su mensaje: “En este año dedicado a la oración, necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos. Es un desafío que debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada” (Ibid. n. 5).

Pasando a la Palabra Dios de este día, en la primera lectura, tomada del Libro del profeta Daniel, se presenta el tiempo final marcado por la manifestación del arcángel Miguel. Será tiempo de angustia para unos, pero no para los miembros del pueblo de Dios. Se levantarán los que duermen en el polvo, unos para la vida eterna, otros para el castigo eterno.

Si leemos con cuidado, no se trata de un texto para infundirnos temor sino para movernos a la esperanza. Dice: “Los guías sabios… los que enseñan… justicia, resplandecerán como las estrellas por toda la eternidad” (Dn 12, 3). Ciertamente que los pobres que supieron confiar en Dios, tanto como las personas que supieron convivir con los pobres, se levantarán el último día para la vida eterna.

En nuestra Iglesia, así como también en otras iglesias, hay predicadores y gente en general que no cesan de predicar con el tema del fin del mundo tratando de infundir temor y hasta terror para el arrepentimiento, afirmando que el fin de todo es ya inminente. La verdad es que, durante más de dos mil años siempre ha habido quienes enseñan sobre este tema, pero nadie sabe ni el día ni la hora. Las catástrofes siempre están a la orden del día en cualquier lugar del mundo como las grandes inundaciones que hubo recientemente en Valencia España. Es bueno que tengamos conciencia de nuestra fragilidad, sabiendo que en cualquier momento podemos desaparecer, aunque el mundo continúe.

Por otra parte, últimamente ha crecido en mucha gente la devoción por el Arcángel San Miguel. Pero ojalá que para nadie sea su imagen como un amuleto de buena suerte, sino como un recordatorio de que estamos siempre en las manos de Dios, recordando que lo peor que nos puede pasar es vivir en el pecado. San Miguel Arcángel nos ha de recordar siempre la grandeza de Dios y nuestra pequeñez, para reconocer en cada momento: “¡Quién como Dios”! para que de ahí venga nuestra aceptación y respeto por todos.

En el santo evangelio, si Jesús habla de signos tremendos en la naturaleza no es para asustarnos, sino para que estemos atentos a su segunda venida, en la que llegará “con gran poder y majestad”. Sus ángeles serán enviados a congregar a los elegidos “desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo” (cfr. Mc 13, 24-32).

Nos puede parecer extraño que Jesús afirme que no pasaría esa generación sin que todo esto se cumpliera, sin embargo, seis días después, tres apóstoles vieron su gloria en el monte Tabor, y más adelante todos los apóstoles y discípulos vieron esa misma gloria al contemplarlo resucitado, y luego cuando lo vieron ascender a los cielos.

Muchos hombres y mujeres a los que llamamos contemplativos, pudieron anticipadamente ver a Jesús mostrando su poder y majestad. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que el primer mártir, san Esteban, vio la gloria del Hijo del Hombre antes de ser apedreado (cfr. Hch 7, 56). San Pablo contempló a Cristo resucitado en su camino a Damasco y después tantos otros, como san Francisco de Asís o la misma santa Teresa de Ávila, pudieron contemplar la gloria del Señor. Cualquiera de nosotros, de manera simple y natural, a través del amor, puede encontrar a Jesús desde ahora en la persona de los pobres.

Es importante tomar en cuenta que Jesús nos dice, que “nadie conoce el día ni la hora” de su venida gloriosa. Así es que no hemos de creer lo que algunos afirman de que está cerca el final, mucho menos los que traten de poner fecha a su llegada. Seamos pacientes y no nos dejemos engañar.

Cuando escuchamos pasajes de la Palabra de Dios, como el texto de hoy del profeta Daniel o del evangelio de san Marcos, no es para asustarnos, sino simplemente para pedirle su ayuda al Señor, tal como lo hacemos hoy con el Salmo 115 diciendo: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Él siempre nos dirá que el camino para vivir está en amar cumpliendo los mandamientos, así como también en cumplir los mandamientos amando.

Si alguien sólo cumple por cumplir o por miedo, en realidad no va recorriendo el camino de la vida. La convivencia con los pobres es camino de salvación, y aún el más rico tendrá siempre alguna necesidad en la que le podamos ayudar. El camino de la vida es el camino del amor, conforme a lo antes dicho.

El texto de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura, compara los sacrificios del Antiguo Testamento, con el único sacrificio de Cristo. Aquellas oblaciones se ofrecían todos los días, pero en realidad no tenían en sí mismos ningún valor para el perdón de los pecados. Si algún valor llegaron a tener, fue el hecho de ser signos que anunciaban el único sacrificio de Cristo, que sí nos habría de traer el perdón de los pecados.

Los sacerdotes en la Iglesia no ofrecemos muchos sacrificios, sino que ofrecemos sacramentalmente el único sacrificio salvífico: el del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Para participar dignamente en la oblación de Cristo, que es la Eucaristía, se hace indispensable amar a Dios y amar al próximo, especialmente en el pobre y en todo aquel que lo necesite.

Del pasado lunes 11 al viernes 15 de noviembre, se llevó a cabo en la Ciudad de México la 117ª Asamblea del Episcopado Mexicano (CEM). En esta reunión, los Obispos de México elegimos al nuevo Consejo de Presidencia, así como a todos los demás responsables de las Comisiones y Dimensiones.

Esta organización nos ayuda para estar unidos en objetivos comunes en el “Proyecto Global de Pastoral” (PGP), el cual tiene como meta temporal la celebración de dos grandes acontecimientos de salvación: los primeros quinientos años de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac en el 2031; y la celebración del segundo milenio de la redención en el 2033. Ahora mismo estamos en un novenario anual, para prepararnos al V centenario de las apariciones de la Virgen a san Juan Diego. Tomemos conciencia de que como Iglesia en México estamos caminando hacia estas dos grandiosas celebraciones.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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