HOMILÍA
XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Is 56, 1. 6-7; Rom 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 15, 28).
In láak’e’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ Jesús, ku ts’íik ti’ jun túul ko’olel ku tal táaxel lu’umil, jun p’éel taalam tumut, tumen le judíos bey tu beeto’ob yéetel le máako’ob táanxel lu’umilo’obo’. Chen ba’ale’ le ko’olela’ páajchaj u túuch’ik le túunt óolala’, yéetel p’áat bey jun túul ma’alob oksaj óol, ma’ tu lúubul yóol, leti’e’ ku ki’iki’ oltaj tumen Jesús. Bix tan nojchi’ a jach oksaj óolal?
Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo vigésimo del Tiempo Ordinario.
Este domingo celebramos el “Día Nacional de la Juventud Católica Mexicana”, mismo que los obispos de México mandamos celebrar desde el año 2015, marcando el domingo siguiente al 12 de agosto como la fecha de esta jornada. Con este motivo quiero enviar un saludo muy cariñoso a todos los muchachos y muchachas de Yucatán, así como a los demás jóvenes que lean o escuchen esta homilía.
Los jóvenes suelen ser críticos de la realidad que les rodea y se muestran inconformes con muchas costumbres y realidades del mundo en el que viven. Esto es debido a que los jóvenes tienen la gran capacidad de soñar y de imaginarse un mundo más justo, más libre, más lleno de paz, un mundo en el que no haya ninguna discriminación hacia nadie por ser diferente o por haber nacido en otro lugar.
Un joven católico, si es bien encausado, puede hacer mucho bien a la causa del Evangelio. En la Iglesia necesitamos muchos jóvenes valientes y con grandes ideales, especialmente para evangelizar a otros jóvenes. El viernes y el sábado pasados, nos reunimos con muchos de ustedes, jóvenes, vía internet, para celebrar el “Día de la Juventud Católica”. Ustedes son muy hábiles para el uso de las redes sociales, que en este tiempo de pandemia han demostrado toda su potencialidad para evangelizar.
El próximo 10 octubre será beatificado en Roma un jovencito italiano, el cual murió cuando apenas estaba por cumplir quince años. Su nombre es Carlo Acutis, distinguiéndose por su servicio a todos los pobres, migrantes, ancianos y demás necesitados; además se distinguió por su gran habilidad para evangelizar por medio de las redes sociales. Este nuevo beato será proclamado patrono de las redes sociales. Desde ahora encomiéndese a él para que los ayude en todos sus proyectos; pero sobre todo, para que los ayude a crecer en sensibilidad social y en el ánimo evangelizador juvenil. Precisamente en las redes sociales pueden conocer más acerca de él, ya que apenas falleció el año 2006.
Pasemos a la Palabra de Dios de este día. En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de san Pablo a los Romanos, el Apóstol nos continúa dando muestras del gran amor que él sentía por sus hermanos de raza, los judíos. Él sufría mucho porque su pueblo en general se cerraba a la buena nueva del Evangelio, y eran relativamente pocos los que se convertían del judaísmo al cristianismo. La comunidad cristiana de Antioquía lo envió a ciudades que no eran judías para predicar allá el Evangelio, y Jesús lo confirmó en esa misión.
De todos modos, a donde Pablo llegaba, buscaba siempre la comunidad de judíos que habitaban ahí para predicarles el Evangelio en primer lugar a ellos. En general eran pocos los judíos que se convertían, y el Apóstol terminaba dirigiéndose a los paganos. Sin embargo, en este pasaje Pablo expresa su esperanza de la conversión de Israel, afirmando que, si el rechazo de este pueblo al Evangelio había provocado tantas conversiones entre los paganos, la conversión de los judíos debería ser todavía una causa mayor para que otros se convirtieran.
Hoy en día, los que vivimos en un país católico como el nuestro, podríamos pensar que nuestra misión como bautizados está en ir a tierra lejanas a evangelizar a los paganos; pero aunque las misiones extranjeras sean muy necesarias, también urge evangelizar a los bautizados para que comprendan en plenitud el significado de su identidad cristiana.
Ahora, pasemos al tema de la primera lectura y del santo evangelio. Durante toda la historia de la humanidad los hombres se han movido de un lugar a otro, para un viaje pasajero o incluso para cambiar su domicilio. Migraciones siempre han existido, pero nunca como en el último siglo en el que ha habido grandes movimientos de personas forzadas por la pobreza o por la violencia. Muchas veces el racismo ha llevado a los habitantes de una nación a sentirse superiores a los de otra, y a tratar mal a quienes emigran a su tierra. Esto es en la actualidad un problema gravísimo porque las migraciones se han desbordado.
En la antigüedad, cada nación tenía sus propios dioses, sus propios cultos, y ninguna nación buscaba que vinieran hombres de otros lugares a adorar a sus dioses. El pueblo de Israel era una excepción en cuanto que Dios ya le había anunciado a nuestro padre Abraham que en su descendencia serían bendecidas todas las naciones. También los profetas en muchas ocasiones anunciaban que todos los pueblos vendrían a adorar al Señor en Jerusalén. Podemos decir que la Historia de Israel y el Antiguo Testamento contienen un claro llamado al catolicismo, es decir, a la universalidad de la fe y de la salvación para todos los hombres.
Hoy el profeta Isaías en la primera lectura presenta uno de esos llamados a aceptar a los extranjeros que vengan a Israel a reconocer al único Dios. Dice Isaías: “A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración” (Is 56, 6-7).
También el Salmo 66 que hoy proclamamos, nos habla de esta vocación católica, para que todos los pueblos se unieran en la fe en el único Dios. Dice el Salmo: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero”.
Lamentablemente en la vida práctica muchos judíos despreciaban a los extranjeros, y hasta tenían prohibición de no entrar en la casa de un pagano, tratando a los forasteros de una manera muy despectiva. La misión de Jesús era traer la salvación para toda la humanidad, pero en sus tres años de ministerio público no pretendió ir más allá de las fronteras de Israel; incluso cuando mandó a los Apóstoles a su primera misión les indicó que sólo fueran “en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10, 6). De todos modos, Jesús en varias ocasiones se topó con extranjeros que creyeron en él, como es el caso del centurión romano (cfr. Mt 8, 8).
En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, escuchamos a Jesús exaltando la gran fe de una mujer extranjera, a quien le dice: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 15, 28). Pero antes de exaltar la fe de esta mujer desconocida, Jesús primero la pone a prueba, ignorándola, y luego hablándole con el estilo con el que los judíos despreciaban a los extranjeros. Jesús ya sabía hasta dónde iban a llegar las cosas, y se portó como el orfebre que prueba al fuego la pieza de oro para acrisolarlo, para luego poner en alto el ejemplo de la fe de aquella mujer.
Los Apóstoles habían intercedido por ella ante Jesús para que la atendiera, pues venía gritando detrás de ellos, así que su intención no era totalmente pura. La mujer solicitaba la curación de su hija, que estaba gravemente enferma, y aquí se muestra de nuevo como los hijos suelen ser un camino de acercamiento al Señor, sea por su falta de salud, sea por su conducta, o sea incluso por su buen testimonio.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán