Homilía Arzobispo de Yucatán – XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

HOMILÍA
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo C
Is 60, 10-14; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20.

“Que la paz reine en esta casa?” (Lc 10, 5).

 

Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. U Ma’alob T’aan Yuumtsil bejla’e’ ku beetik túukul ti’olal tuláakal le túuxtano’ob u tse’ekto’ le Ma’alob T’aano’, yéetel tuláaklo’on yaano’on ichil le 72 aj kanbalo’obo’, máaxo’ob yaan u bisko’ob yéetel u dsáiko’ob mantads u jetsel Cristo.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este decimocuarto domingo del Tiempo Ordinario.

En el santo evangelio de hoy, según san Lucas, Jesús nos hace ver que “la mies es mucha y los operarios pocos” (Lc 10, 2). Creo francamente que, de alguna manera, la mies siempre rebasará a los operarios. Hoy por hoy podemos señalar circunstancias muy particulares en nuestra ciudad capital, sede de este arzobispado, al darnos cuenta del crecimiento poblacional. Continuamente nos damos cuenta de nuevos fraccionamientos y colonias que se construyen alrededor de nuestra ciudad, que ya rebasa el millón de habitantes.

Nuestros sacerdotes no son suficientes para crear las nuevas parroquias necesarias. Ni qué decir de las parroquias del interior del Estado, donde un solo sacerdote en ocasiones debe atender más de un municipio y hasta más de una decena de comisarías. Mientras tanto, nuestro Seminario Mayor ha disminuido en su alumnado.

Es por eso que sentimos urgente cumplir con el mandato de Jesús que hoy nos dice: “Pidan al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Lc 10, 2). No dejemos de orar pidiendo que pronto nuestro Seminario se vea repleto, así como también para que muchas jóvenes escuchen el llamado para ingresar a la Vida Consagrada.

Esta falta de ministros es la oportunidad para que numerosos laicos se sumen a las tareas de evangelización de la Arquidiócesis y de cada parroquia. Espero que cada sacerdote, con amor y respeto, sepa darle su lugar al laico, en un verdadero espíritu fraterno de comunión y caminando en la sinodalidad.

No olvidemos que el lugar propio del laico está en el mundo, es decir, que su tarea evangelizadora está principalmente dentro de su propia familia, en el desempeño honesto de su propio trabajo y en todos los quehaceres que realice en favor del bien común, individualmente o asociado.

Así como Jesús escogió a doce apóstoles, siendo este un número que recuerda a los doce patriarcas y a las doce tribus de Israel, así también el número de los setenta y dos discípulos que ahora envía el Señor a la misión, tiene su simbolismo, pues es seis veces doce; el número “seis” que habla de la imperfección humana, y el “doce” que habla de la totalidad del pueblo.

Por lo tanto, en el “doce” podemos vernos los obispos, como sucesores de los apóstoles, así como los “setenta y dos” pueden representar a los presbíteros, a los diáconos, a los consagrados, consagradas y a todos los que junto a ellos trabajan al servicio del Evangelio.

También el número “setenta y dos” puede abarcar y significar a todos los bautizados que, conscientes de su vocación en el mundo, llevan la luz y la sal del Evangelio a todas las realidades y lugares dónde ellos van, para iluminarlas dándoles el sabor de Cristo.

Fijémonos bien que Jesús envía a los discípulos de dos en dos, porque el mismo dijo que donde dos o más se reúnan en su nombre ahí está él (cfr. Mt 18, 20). El individualismo que daña los grupos humanos donde quiera que exista, no debe tener lugar en la obra evangelizadora. Es por eso que, quien evangeliza, ha de evitar los protagonismos que con soberbia excluyen la participación de los demás.

Desde esta perspectiva, todos los casados han de ver en su matrimonio cumplida la promesa de Cristo (“Donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estaré yo en medio de ellos”). Si todos los esposos tuvieran presente esta realidad de su sacramento, tendrían más conciencia de que Cristo quiere estar en medio de ellos; y si le permitieran quedarse, su matrimonio no sólo se asegura para perseverar, sino que puede tener la paz, el perdón, la reconciliación y todo lo necesario para cumplir el compromiso que hicieron ante el altar. El matrimonio es también una misión cristiana en el mundo.

Dice Jesús a sus discípulos que los envía como “corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3). Dice el dicho latino: “Homo homini lupus” (El hombre es lobo para el hombre), pero no hemos de resignarnos a esta sentencia, pues nuestra vocación de discípulos es la de ser corderos y de ninguna manera lobos.

Esta vocación es para vivirla dentro y fuera de la comunidad cristiana. Que nadie use la máxima que dice “business is business”, creyendo que el cristianismo es solo para la Iglesia y no para la vida ordinaria fuera de ésta, pues a eso se le llamaría divorcio entra la fe y la vida. Los israelitas en el templo ofrecían corderos a Dios en sacrificio, pero luego de que Dios nos dio su Cordero que se inmoló por nuestra salvación, a nosotros nos toca inmolarnos como buenos corderos en la vida diaria.

Jesús les dice a sus discípulos que no lleven dinero, ni morral, ni sandalias. Creo que debe haber sido sumamente difícil para aquellos setenta y dos atreverse a caminar así, sin ninguna seguridad material. Tuvieron que hacer un acto de fe y confianza en el Señor, de que nada les faltaría en el camino.

Como les dijo en seguida que el obrero es digno de su salario, ellos sin pedir nada a la gente, con humildad, aceptaron lo que la misma gente les quiso dar para el camino. Los que nos dedicamos a las cosas de Dios, hemos de tener muchísimo cuidado de no abusar de la buena fe de las personas que nos apoyan, pues hacerlo sería un pecado gravísimo, un sacrilegio que clama al cielo.

Todos ustedes hermanos que se dedican a evangelizar en la vida ordinaria, también están llamados a confiar cada vez más en la Providencia divina, sin dejar por ello de trabajar y de ser buenos administradores.

También les dice Jesús que no se detengan a saludar a nadie por el camino. Esto significa que deben apresurase, sin perder tiempo, para la obra evangelizadora. Igualmente, todos los bautizados han de buscar como objetivo el llegar a dar la luz y la sal de Cristo en su espacio, sin saludar a nadie, es decir, sin coquetear con pensamientos, personas o actividades que los distraigan de su fidelidad cristiana y de su misión.

El mensaje que los discípulos han de llevar casa por casa es el ofrecimiento de la paz. Es verdad que a muchos hogares les hace falta la paz. Es Cristo, por tanto, quien quiere llevar a cada familia su paz, no la que el mundo ofrece, sino la suya que es verdadera.

Los discípulos y los ministros de la actualidad, al entrar en una casa y ofrecer la paz de Dios, están cumpliendo la profecía que escuchamos hoy en la primera lectura, tomada del Libro del Profeta Isaías, cuando el Señor anunciaba: “Yo haré correr la paz sobre ellos como un río” (Is 66, 12).

Felicito y animo a todos cientos de Ministros Extraordinarios de la Comunión (MEC), que a lo largo y ancho de Yucatán visitan las casas de los enfermos, llevando la paz de Cristo con su presencia eucarística. También felicito a todas las personas que saben llevar la paz a los hogares que visitan de sus familiares, amigos y en todos los espacios donde se desenvuelven.

Por otro lado, sabemos que no faltan las personas que a donde van llevan la división y la discordia; que ellos no nos hagan perder la paz interior. A todos ustedes que son portadores de la paz de Dios, como ministros o como fieles cristianos, los invito a alegrarse, no de lo bien que les vaya con la gente o de las buenas relaciones que cultiven, sino más bien porque sus nombres estarán escritos en el cielo, según la afirmación de Cristo.

En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de san Pablo a los Gálatas, él nos asegura que lleva en su cuerpo la marca de los sufrimientos que ha pasado por Cristo. Con esto se refiere seguramente a las cicatrices de los latigazos, varazos y demás golpes sufridos al llevar el Evangelio.

Ninguna cruz sobre nuestro pecho será tan bella y tan reconocida por Dios, como la huella exterior o interior de nuestra lucha por ser fieles al Señor. Nuestros mejores trofeos son las penas y sufrimientos que hemos sobrellevado por la propia fe, así como la entrega a la causa del Evangelio. Al igual que san Pablo, no nos gloriemos en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Oremos por el eterno descanso de los 53 migrantes que murieron en el tráiler de San Antonio, Texas, y por sus familias. Oremos para que se acabe la corrupción que lucra con las más pobres de entre los pobres, y que provoca accidentes como el que sucedió en San Antonio.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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