Homilía Arzobispo de Yucatán – VII Domingo de Pascua, Ciclo C

HOMILÍA
VII DOMINGO DE PASCUA
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

56º JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Ciclo C
Hch 1, 1-11; Heb 9, 24-28; 10, 19-23; Lc 24, 46-53.

“Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo al cielo” (Lc 24, 51).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ k’iinbejsik u na’akal Yuum Jesús te’ ka’ano’. Le o’olale’ tak bejla’e’ k’aab yaan bisik u Ma’alob Péektsil ti’ óotsilo’ob. Ko’one’ex liisikbal u ti’al k’iinbejsik Pentecostés, k’áatike’ ti’ Espíritu Santo ka’a taalak óok’ol ka’a u ts’a’to’on u muuk’il u ti’al beetik ba’al ma’alob, ka’a yaabiltik Yuumtsil yéetel et láak’o’ob.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo de la Ascensión del Señor, séptimo de la Pascua.

Hoy celebramos también la 56º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, por lo que envío un saludo caluroso a todos los profesionales de la comunicación. El Papa Francisco envió un mensaje para esta Jornada mundial, con el título: “Escuchar con los oídos del corazón”. Nadie puede transmitir debidamente, si antes no se dispone a escuchar, no sólo con un sentido auditivo sano, sino poniendo el corazón, pues de otro modo no podremos captar en su profundidad y claridad aquello que escuchemos. Para los cristianos, escuchar es una de las tareas de la caridad.

A propósito de ello, ojalá que las autoridades norteamericanas escuchen las voces que se elevan en contra de la venta de armas que están al alcance de cualquier persona, incluso menores. Esto ha sido la causa de la reciente gran masacre de Uvalde, Texas. Estas tragedias no terminarán mientras no se frene la venta de armas, el consumo de drogas y el alcohol. Dios fortalezca a las familias de los niños y maestros fallecidos.

Jesús decía a sus discípulos: “Les conviene que yo me vaya” (Jn 16, 7). En verdad tenía razón, porque mientras Jesús vivió en este mundo lo hizo en un espacio geográfico muy pequeño por lo que fue muy poca gente la que le conoció. En cambio, al ascender a los cielos, vino el Espíritu, llenó a los apóstoles junto con los discípulos, y desde entonces nosotros como Iglesia, Cuerpo de Cristo, vamos extendiendo la presencia de Cristo nuestra Cabeza, quien se manifiesta en su Palabra, en su Sacramento, así como en las obras de justicia y caridad.

Si a un niño le hacemos su tarea cumpliendo todo lo que le corresponde, nunca va a aprender ni a madurar. El respeto a la dignidad de las personas nos debe llevar a reconocer su espacio y permitir que se conviertan en sujetos de su propio desarrollo. Cristo nos redimió, y con esto nos dio el ejemplo. Él nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), pero luego nos toca a nosotros tomar ese camino, para dirigirnos a esa Verdad y a esa Vida. Jesús asciende para que sus discípulos dejemos de ser niños y tomemos nuestro lugar en la obra de la salvación.

La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra el episodio de la Ascensión del Señor. Antes de subir a los cielos, Jesús puede comprobar que sus discípulos todavía no han entendido el sentido de su misión redentora, pues aún creían que él había venido a este mundo sólo para liberar a Israel del poder romano, así como de todo poder, devolviéndoles un reino independiente.

Ante esto Jesús no se desespera, pues sabe que el Espíritu Santo, en su momento, les ayudará a entender que el Reino de Dios es universal y eterno, comprendiendo que Israel es sólo un instrumento de salvación, tal como se le anunció a nuestro padre Abraham en la antigüedad.

A los padres de familia a veces les puede parecer que su trabajo educativo con sus hijos fue inútil, pues parece que no han asimilado nada de los valores que desde pequeños les fueron infundiendo; pero luego se llevan grandes sorpresas al ver cómo sus hijos aplican esos valores en su vida, así como también en la educación de sus hijos y sus nietos.

Lo mismo le puede parecer a los maestros con sus alumnos, pues a veces el alumno que menos hubieran pensado les da la sorpresa de haberse convertido en una gran persona. Esto se debe a que los valores necesitan tiempo para asimilarse. Además, se requieren las mociones del Espíritu que obra todo lo bueno en todos, junto con la docilidad y libertad de parte de cada uno. Las personas buenas y valiosas no son “obra nuestra”, sino obra de Dios, que es paciente con el tiempo y la libertad de cada uno de sus hijos.

Cuando ya el Señor se había perdido entre las nubes, mientras los Apóstoles todavía continuaban contemplando, aparecieron unos ángeles que les reprocharon el estar parados mirando al cielo, asegurándoles el retorno de Cristo. ¿Cuánto falta para que Cristo regrese? La destrucción ambiental de nuestra Casa Común, podría hacer pensar a algunos que el retorno del Señor está ya cerca.

Sin embargo, las graves condiciones climáticas, la falta de paz, la injustica y la migración en que vivimos, etc., no nos autorizan a bajar las manos y a ponernos a mirar al cielo. No podemos conformarnos sólo con orar para que todo lo malo se supere. El Papa Francisco nos ha dicho que “no existen dos crisis, una ambiental y otra social, sino una sola crisis socio ambiental” (LS 139). La voz de los ángeles es actual para todos nosotros y nos compromete a trabajar por el cuidado de la Casa Común, por la construcción de la paz, por vivir la justicia y la caridad para con los más necesitados.

Nos debe quedar muy claro que evangelizar no es una obra que se dirija sólo a las mentes y a los corazones para que permanezca en el interior de los hombres, pues si la evangelización es integral, ha de tener su necesaria dimensión social, así como los evangelizados han de trabajar para acabar con la crisis socio ambiental, buscando también la conservación de la paz y la justicia.

San Lucas narra la Ascensión del Señor, tanto al final de su evangelio, como al inicio de su segundo libro que es el de los Hechos de los Apóstoles. En la narración del texto evangélico que hoy escuchamos, antes de subir a los cielos, Jesús les explica que, en las Escrituras, en lo que hoy llamamos Antiguo Testamento, estaba anunciado que el Mesías iba a morir, luego a resucitar y que en su nombre se iba a predicar la Buena Nueva. Entonces llama a los discípulos sus “testigos”, que han de dar testimonio de todo esto.

Qué tristeza hay en una familia cuando regresa de despedir a uno de sus miembros que se va de largo viaje; qué tristeza suele haber también al regreso de un sepelio. Sin embargo, en el evangelio de hoy, el texto nos dice que los discípulos “regresaron a Jerusalén llenos de alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios” (Lc 24, 52-53). Ojalá que todos nosotros vengamos siempre al templo llenos de alegría, donde encontramos al Señor Jesús resucitado, vivo en la comunidad reunida, vivo en la Palabra que escuchamos y vivo en el Sacramento que recibimos.

Por otra parte, la alegría de los apóstoles y discípulos se explica porque Jesús vuelve al Padre para recuperar la gloria que tenía antes de encarnarse, misma que ahora ha conquistado con su obra salvadora. Por eso se alegran de que Jesús vuelva a su lugar y nos disponga a nosotros también una morada.

La segunda lectura de hoy, tomada de la Carta a los Hebreos, expresa la realidad de lo que hace Jesús en el santuario del cielo. Los sacerdotes de Israel entraban todos los días al templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios de víctimas ofrecidas a Dios para alcanzar la purificación de los pecados; pero Cristo, con un solo sacrificio, el de su cuerpo en la cruz, nos ha abierto las puertas del santuario celeste.

Nosotros, los sacerdotes del Nuevo Testamento, no presentamos más sacrificios, sino siempre y únicamente ofrecemos el mismo sacrificio de Cristo, el cual, sacramentalmente, continúa ofreciéndose en cada altar. El pueblo sacerdotal que formamos todos los bautizados, es invitado al banquete de esta víctima, imitando a Cristo en ofrecerse al Padre en todo lo que hacemos y tenemos.

Preparémonos para recibir al Santo Espíritu en la solemnidad de Pentecostés el próximo domingo, en el gran cierre de nuestra Pascua.

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo, glorificado junto al Padre!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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