HOMILÍA
V DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo C
Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11.
“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7).
In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. U t’aan kichkelem yuum bejlae’ jach ek tía’ale’ex: “Míix maak u p’is óoltech? Mix ten, xéen, ba’ale’ ma’ a ka k’eeban”. Tulakalo’onex aj-k’ebano’on, le beetik mix maak unaajmal u p’iis óol, Chen Yuumtsil ku beytal u p’iis óoltiko’on, Letie je’e u beytal u sa’asik tulakal a k’eebane, ba’ale’ k’aana a arrepentir.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este quinto domingo del santo tiempo de Cuaresma.
Este es el último domingo del tiempo de Cuaresma, pues ya el próximo estaremos celebrando el Domingo de Ramos, iniciando así la Semana Santa, llamada también Semana Mayor, al final de la cual vamos a celebrar la Santa Pascua, cumbre de nuestro camino cuaresmal. Todas nuestras prácticas de oración, limosna, ayuno, así como nuestra confesión de Cuaresma, están siendo la gran preparación para renovar nuestras promesas bautismales, en la noche de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Dice el santo evangelio que Jesús estuvo en oración durante la noche en el Huerto de los Olivos, y al amanecer fue al templo a enseñar a la multitud que se le acercaba. Hoy en día Jesús sigue enseñando en cada templo. Ojalá que todos nos diéramos tiempo para ir entre semana, para llegar al menos cada domingo temprano al templo, para orar y ponernos a la escucha del Señor; o también que al terminar la Eucaristía nos detuviéramos un poco en oración para escuchar al Señor. Llegar corriendo tarde al templo y retirarnos de prisa es signo de una relación muy ligera con nuestro Dios.
Aunque el sacerdote predique muy bien dándonos importantes mensajes, poner atención a la Palabra de Dios ya nos puede dejar grandes enseñanzas. En la oración personal que hagamos le daremos oportunidad al Señor de hablarnos. Este mismo mes de abril, el día 27, será canonizado Carlo Acutis, un joven que murió a los quince años dejándonos grandes enseñanzas. Este santo iba a misa diariamente desde los siete años de edad, y se quedaba un rato ante el Santísimo Sacramento en oración.
En este evangelio los escribas y fariseos le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Si Jesús hubiera sugerido apedrearla, conforme a la ley de Moisés, le hubieran echado en cara su contradicción, pues él todo el tiempo les hablaba de la misericordia de Dios; si hubiera sugerido en cambio, que la dejaran libre, le hubieran culpado de no obedecer la ley de Moisés. Pero Jesús parecía ignorarlos, pues no les contestaba, más bien se agachó y se puso a escribir en el suelo.
Nadie sabe lo que Jesús escribió ahí en ese momento, aunque algunos opinan que se trataba de los pecados de los que estaban más cerca de él. Cuando él se puso de pie ante su insistencia, les contestó diciendo: “Aquel que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Dice el pasaje que, al escucharlo, se comenzaron a retirar empezando por los más viejos. Yo pienso que tal vez Jesús escribió sobre la gravedad del pecado de soberbia, pues en realidad no hay mayor acto de soberbia que creer que uno se encuentra a sí mismo libre de pecado.
Cuando la mujer quedó sola ante Jesús, él la interrogó diciendo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” (Jn 8, 11). Ella seguramente todavía muy asustada y apenada, le contestó: “Nadie, Señor”. Fue entonces cuando ella escuchó de Jesús esas preciosas palabras, que nosotros escuchamos interiormente en cada confesión que hacemos: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.
Muchos son los que conocen este pasaje sin acabarlo de entender, pues lo usan sólo para defenderse de quien los acuse, para luego continuar con los mismos pecados. Pero que nos quede claro que Jesús la despidió con el encargo de que no volviera a pecar. ¿Puede alguien en verdad apartarse durante su vida absolutamente de todo pecado? Pues claro que sí, con la condición de que siempre continúe declarando que es un pecador. A eso nos llama el Señor a todos los bautizados, a vivir una vida de santidad en su presencia.
En la primera lectura de hoy, tomada del profeta Isaías, nos dice el Señor: “Haré correr agua en el desierto, y ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo escogido” (Is 43, 20). Esa agua es la gracia del amor de Dios que corre a raudales y está al alcance del que quiera saciar la sed que este mundo provoca, porque es el agua de su misericordia, de su perdón, de su amistad, materializada en el agua bautismal, en el agua bendita que nos la recuerda, que ante todo es un agua espiritual.
Por eso, con el salmo 125 que hoy recitamos, decimos: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor… y estamos alegres, porque no hay mayor alegría que vivir en la amistad de Dios”. Quien está vacío del amor de Dios, trata de llenarse de bienes materiales o de momentos de placer que siempre lo dejan más vacío de cómo se encontraba. El agua de la gracia del Señor nos da una alegría que nada ni nadie nos puede arrebatar.
De todo esto nos da testimonio el apóstol san Pablo en su Carta a los Filipenses, de la cual hoy escuchamos un pasaje, en el que narra su experiencia vivida después de haberse encontrado con Cristo en el camino. Dice: “Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús” (Fl 3, 7).
Oremos por el eterno descanso de las dos religiosas y los dos laicos que recientemente fueron asesinados en Haití. Pidamos para que en ese pueblo haya paz, y que se abran a la fe en Jesús nuestro Señor.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán