HOMILÍA
V DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo C
Is 43, 16-21; Flp 3, 7-14; Jn 8, 1-11.
“Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Te’ Ma’alob Péektsile’, ku ya’alik to’on, ma’ k’a’abet p’áasik mix máaki’, tumen tu láakal k’eebano’on. Le domingo leti’e ku ya’alaj domingo de Caridad. Tu láakal máax ku páajtal áantaje’ Ku tuuxtik ti’ Caritas Nacional, Caritas Diocesana yéetel Pastoral Social Diocesana.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este quinto domingo del Tiempo de Cuaresma.
En el evangelio de hoy otra vez los escribas y fariseos quieren poner a Jesús una trampa. Él ha predicado sobre la misericordia, pero la ley de Moisés ordenaba apedrear hasta la muerte a las mujeres adúlteras. Cuando le llevan a una mujer sorprendida en flagrante adulterio, le preguntan a Jesús qué han de hacer, si la deben apedrear como Moisés lo mandaba, o si se le debe perdonar.
Jesús primero los ignora y se pone a escribir en la tierra. No sabemos que haya escrito, pero algunos autores suponen que era una lista de los pecados de los ahí presentes. Luego, cuando se alza, no contradice la ley de Moisés, sino que les da una respuesta muy sabia: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Y todos se fueron retirando uno a uno.
Jesús de ninguna manera justifica el adulterio, porque no adulterar sí es un mandamiento que nadie debería quebrantar. No condena a la mujer, porque la ve sinceramente arrepentida y totalmente asustada por el riesgo en que estuvo de perder la vida. Jesús, que era el único justo, sin conocer pecado, tampoco la apedrea, y así nos revela la actitud de un Dios que abre sus brazos misericordiosos a todos los arrepentidos.
Lleno de amor Jesús le dice a la mujer: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11). Una enfermedad, un accidente o cualquier otro riesgo de perder la vida deben ser para nosotros una oportunidad para arrepentirnos de nuestros pecados y para crecer en santidad. Cada día que amanece es una nueva oportunidad que el Señor nos ofrece.
Sería un grandísimo error el usar este texto del Evangelio para defendernos de nuestra manera de ser, justificando nuestros errores y pecados. El pasaje es para que no queramos juzgar a otros y mucho menos aplicarles el castigo, por ello, en esta Cuaresma es bueno que todos escuchemos a Jesús diciéndonos: “Vete y ya no vuelvas a pecar”.
Algunos se confiesan, como para recibir un “pase” para acercarse a comulgar; pero la confesión debe ser un sacramento ante el que nos presentemos verdaderamente arrepentidos de nuestros pecados y con el firme propósito de no volver a pecar. La confesión debe ser el momento culmen de un proceso de verdadera y plena conversión al Señor. Además, la Cuaresma es un tiempo óptimo para cumplir con el precepto de confesarnos, por lo menos una vez, al año.
Recordemos que tampoco se trata de querer confesarnos cada vez que vemos al sacerdote en el confesionario. Hay muchos modos de buscar y recibir el perdón de Dios. Todos, al iniciar cada misa, hacemos un acto de confesión comunitaria, en el que Dios nos perdona los pecados veniales. Pecado venial es el que no se trata de materia grave, en el que falta plena conciencia o libre consentimiento. También recibimos perdón de Dios cada vez que se lo pedimos, y ojalá que eso sea a diario, como una santa costumbre antes de dormir haciendo un breve examen de conciencia del día. También todas nuestras obras de caridad, de justicia, de construcción de paz y del cuidado de la casa común (la naturaleza) nos traen perdón para esos pecados.
Ya tratándose de pecados mortales, cuando hubo materia grave, plena conciencia y libre consentimiento, entonces sí debemos confesarnos lo más pronto posible. Si no hay pecados mortales o no ha pasado un año sin confesión, de todas formas, es recomendable una confesión frecuente (no diaria) para crecer en la gracia de Dios. Aprovechemos las confesiones de Cuaresma, en las que se reúnen varios sacerdotes del mismo decanato para confesar en las diferentes parroquias.
Algunos dicen con cierto orgullo que se confiesan con Dios, pero eso cualquiera lo puede y lo debe hacer; en cambio no cualquiera tiene la humildad y la fe suficiente para contarle al sacerdote sus culpas, recordando el ministerio que Jesús les confió a los apóstoles: “Reciban el espíritu Santo, a quienes les perdonen sus pecados, les quedarán perdonados, y a quienes no se los perdonen les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 23). La confesión es cosa de creyentes valientes y humildes.
Por supuesto que aquella ley de Moisés sobre el adulterio era una norma absolutamente machista, pues no hablaba de apedrear igualmente a los hombres adúlteros. Cuántos hombres hay, que faltan contra este sexto mandamiento sintiéndose sin culpa, pero serían incapaces de perdonar a su mujer si les fallara del mismo modo. Y aún así, hay mujeres que dicen: “Pues ¿qué le vamos a hacer, y además es hombre?”. Un varón demuestra especialmente su hombría cuando sabe dominarse y mantenerse fiel a su esposa. Tanto el hombre como la mujer pueden y deben hacerlo, y hasta les conviene. Los mandamientos que Dios nos da son para nuestro bien. Quien se lo proponga, con la gracia de Dios, podrá mantenerse en castidad, tanto si es soltero como si es casado.
Así como la ley de Moisés tenía sus limitaciones, también las tienen en general todos los códigos y constituciones civiles. Cuando una ley humana contradice la ley de Dios, de ninguna manera le puede obligar a un buen cristiano, ni a cualquier persona buena que se esfuerce por regirse por su conciencia bien formada. Esas leyes nunca deberían justificar un comportamiento contrario a la naturaleza ni a los mandatos divinos.
Las leyes civiles deberían siempre proteger la vida humana desde el primer instante de su concepción, hasta el último momento de su muerte natural. También las leyes humanas deberían proteger las familias, como células de la sociedad que son, y nunca pretender pasar por encima del derecho-deber de los padres de educar a sus hijos. Igualmente, las leyes humanas deberían ofrecer condiciones justas para todos los trabajadores, hombres y mujeres. Todas las leyes, en general, han de dictarse para el bien de los individuos y de las comunidades, no para satisfacer intereses políticos o ideológicos.
A propósito de las obras de caridad, este quinto domingo de Cuaresma es el “Domingo de la Caridad”, en el que todos estamos llamados a poner en práctica un acto de caridad, dentro de la colecta dominical.
La caridad durante la Cuaresma debería ser fruto de nuestra austeridad y de los ayunos practicados, de modo que los pobres se vean beneficiados. El ayuno y la abstinencia no han de ser actos de autocomplacencia, sino de trascendencia en bien de los pobres. Esta colecta llegará a los más necesitados a través de la Cáritas Nacional, la Cáritas de Yucatán y de la Pastoral Social de esta Arquidiócesis.
Dispongámonos en esta última semana de Cuaresma para prepararnos lo mejor posible a vivir intensamente nuestra fiesta de la Pascua.
Que tengan todos una muy feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán