HOMILÍA
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Ciclo A
Ex 34, 4-6. 8-9; 2 Cor 13, 11-13; Jn 3, 16-18.
“Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Al Dios que era, que es y que vendrá”(Ap 1, 8).
In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. U Ki’ili’ich Ch’a’anil Santísima Trinidad, ku k’a’asik to’on beeta’abo’on je’e bix u yich Yuumtsile’, le óolale’ kaanáan meyaj yéetel yaabila’, muchkabil yéetel jéets’ óolal ichil láaktsilo’ob, beyxan yéetel tu láakal máako’ob. Yuumtsilé Leti’e yaabila’ yéetel múuchkabil mina’an u xuul, yéetel u ch’e’enil tu’ux ku láakal máako’ob ku yuk’i’iko’ob.
Muy queridos hermanos, les saludo con el afecto de siempre en esta fiesta de la Santísima Trinidad.
Toda la gente de mente y corazón sano, desea la unión de la humanidad, la unión de nuestra Patria, la unión de cada familia. Los enamorados desean compartirlo todo absolutamente y nunca tener diferencias. Todos gozamos de la compañía de los amigos que son cercanos y que nos conocen mejor que nadie.
No quisiéramos que hubiera guerras nunca, como de hecho las hay; no quisiéramos que hubiera violencia e inseguridad, como de hecho existe en muchos lugares de México y del mundo; no quisiéramos que hubiese distanciamientos en nuestras familias, y tantas veces dolorosamente los hay. Los enamorados no quisieran que su amor se acabara, como tantas veces acaba; no quisiéramos perder a los buenos amigos, como a veces sucede a causa de cualquier tontería.
Estos deseos de unidad, de paz, de cercanía, de amor sincero y permanente, están arraigados en todos los seres humanos, porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Él es unidad eterna entre las tres divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Él es la fuente de la paz, es amor eterno y perfecto. Él ha puesto en nuestro corazón estos deseos, que sí son auténticamente humanos, y lo que sea contrario a esos deseos es inhumano.
Aspiramos a ser como nuestro buen Padre Dios, y para que conozcamos el camino para buscar esta aspiración, el Hijo del eterno Padre se encarnó y se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, siendo así camino, verdad y vida, para acercarnos a nuestro único Dios.
Ahora bien, para conservarnos unidos en el amor y en la paz, el Salvador, resucitado y sentado a la derecha del Padre, nos envió al Espíritu Santo paráclito, constructor de la unidad, del amor y de la paz en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestra humanidad; que siempre está dispuesto a ayudarnos en estas santas tareas, pero que respeta la libertad de cada uno, y nunca traspasará las puertas de aquel que quiera mantenerlas cerradas. La soberbia es el peor enemigo de la unidad, pues donde esté, destruye las relaciones humanas. Sólo los humildes son capaces de amar de verdad, de construir la unidad y de trabajar por la paz.
El pasaje del libro del Éxodo que hoy escuchamos, nos dice que Dios es compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel. Si nosotros nos comportamos de manera semejante a Él, le seremos gratos y ayudaremos a muchos con nuestra actitud; pero practicar esas virtudes no nos garantiza en absoluto el ser correspondidos. No existen fórmulas mágicas para lograr que otros nos amen del mismo modo y que perseveren en la fidelidad. Sólo Dios nos ofrece la garantía de su amor perfecto y eterno. El sabernos amados por Dios y vivir esforzándonos por corresponderle, nos hace más fuertes para soportar y sobrellevar las desilusiones que nos causan las personas que amamos.
Por todo esto alabamos a Dios con las palabras que proclamamos en el salmo tercero, pues sólo Él es bendito para siempre. Tengámonos paciencia unos a otros, pues somos simples humanos, capaces de un amor al estilo de Dios, pero tantas veces no lo logramos.
San Pablo concluye su Segunda Carta a los Corintios, saludándolos con palabras semejantes a las que usamos los sacerdotes y diáconos en las celebraciones litúrgicas, que son a la vez una confesión de la Santísima Trinidad. Dice: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (2 Cor 13, 13). Todos los creyentes que son fieles, inician cada día y cada actividad en el nombre de la Trinidad, teniendo presente que así fuimos bautizados, invocando la presencia de la Trinidad en nuestras vidas.
Además, concluimos cada oración glorificando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; sin olvidar la doxología del sacerdote en cada celebración Eucarística, al concluir la consagración del pan y del vino, diciendo: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo…”. Toda vida auténticamente cristiana debe navegar constantemente en la vida trinitaria.
Todos estamos llamados a tener una relación interpersonal con cada una de las Personas divinas. Algunos se confunden, pero tratemos de diferenciar entre ellas. Ya sabemos que la mayoría de nuestras oraciones son dirigidas al Padre, con la intercesión del Hijo y en la comunión del Espíritu Santo. Quien tiene una relación perfecta con la Trinidad es María, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo, como confesamos en el rezo del santo rosario.
Al final del evangelio según san Mateo (cfr. Mt 28, 19), aparece el envío evangelizador, con la orden de bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Esta afirmación en labios de Jesús debería ser suficiente, pero como en los primeros tiempos del cristianismo hubo algunos herejes que negaban este misterio de la Trinidad, los santos Padres de la Iglesia tuvieron que reafirmar esta enseñanza revelada por Cristo durante los primeros siglos de la Iglesia.
Como dice Tertuliano: “Si la pluralidad en la Trinidad te escandaliza, como si no estuviera ligada en la simplicidad de la unión, te pregunto: ¿Cómo es posible que un ser que es pura y absolutamente uno y singular, hable en plural: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra?”.
También como el obispo Gregorio Taumaturgo, que dice: “Hay una Trinidad perfecta, en gloria y eternidad y majestad, que no está dividida ni separada. No hay, por consiguiente, nada creado ni esclavo en la Trinidad, ni tampoco nada sobreañadido, como si no hubiera existido en un período anterior y hubiera sido introducido más tarde. Y así ni al Padre le falló nunca el Hijo, ni el Espíritu Santo al Hijo, sino que, sin variación ni mudanza, la misma Trinidad ha existido siempre”.
Cualquiera puede negar la realidad de la Santísima Trinidad, eso es muy sencillo cuando tratamos de entenderlo todo bajo los criterios y las posibilidades meramente humanas. Pero es la fe en las palabras de Jesús, así como en todos los pasajes del Antiguo Testamento que presagiaban esta revelación, la que nos lleva a aceptar, no algo contrario a la razón humana, sino algo que la razón humana no alcanza: Dios es uno sólo en tres Personas iguales y distintas que se llaman Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este misterio revela a su vez, el misterio del ser humano, que nace de la unión entre el hombre y la mujer, que nunca se realizará plenamente en la soledad y el aislamiento, sino en la mejor relación interpersonal.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán