Homilía Arzobispo de Yucatán – Domingo del Tiempo de Navidad, El Bautismo del Señor, Ciclo C

HOMILÍA
DOMINGO DEL TIEMPO DE NAVIDAD
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Ciclo C
Is 40, 1-5. 9-11; Tit 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 15-16. 21-22.

“Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lc 3, 16).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yeetel ki’imak óolal. Bejla’e táan k’iinbesiko’on u okjá Yuumtsil, yéetel Ku ts’o’okol u k’iinil Navidad. Ko’ox k’a’ajsik okja’on yéetel ka’ kuxlako’on bey u paalitsilo’on Ki’ichkelem Yuume’, u láako’on Jesús yéetel bóonlo’on tumen Kili’ich Pixam.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, deseándoles todo bien en el Señor en esta fiesta del Bautismo de Jesús, la cual marca el final del tiempo litúrgico de la Navidad. De hecho, hoy también es Navidad y hoy también es Epifanía.

Decía en un sermón san Máximo de Turín: “En cierto modo también esta fiesta viene a ser como un nacimiento. El día de Navidad nació para los hombres, hoy renace por los sagrados misterios; entonces fue dado a luz por la Virgen, hoy es engendrado místicamente… el Padre atestigua con su voz su afecto para con su hijo”.

Es Epifanía, porque hoy Jesús se manifiesta como el Hijo predilecto del Padre, como el ungido por el Espíritu Santo. Antes se manifestó a los pastores y a los magos, ahora se manifiesta públicamente a todos, pues Juan lo señaló como el Cordero de Dios. Durante treinta años convivió con María y con José (mientras éste vivía) en Nazaret, y fue conocido como el Hijo del carpintero. Pero en su bautismo en el Jordán, Jesús se manifiesta como el Cristo, y poco a poco se irá manifestando como el Hijo del Dios verdadero.

La primera lectura, tomada de un texto del profeta Isaías, nos presenta a los dos personajes del episodio del bautismo en el Jordán: a Juan y a Jesús. Primero anuncia a la voz que clama: “Preparen el camino del Señor” (Is 40, 3), y luego habla del que es anunciado por la voz, el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo, y que, sin embargo, como pastor apacentará a sus ovejas: aunque es poderoso es presentado como el pastor que trata con ternura a los corderitos.

En el Salmo 103, que hoy proclamamos, se describe la omnipotencia de aquel que en el Jordán aparece como un simple hombre. Nosotros, que sabemos bien quién es el que baja humildemente al Jordán, lo aclamamos con las palabras del salmo: “Bendice alma mía al Señor”.

San Pablo, en su pasaje de la Carta a Tito, que hoy escuchamos en la segunda lectura, nos recuerda que Jesús nos redimió del pecado, nos purificó y nos convirtió en su pueblo, y que esto lo hizo mediante el Bautismo, “que nos regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo” (Tit 3, 5). Es cierto que muchos bautizados viven como paganos, ignorando todo el significado del Bautismo que recibieron, sin conocer a fondo el contenido del Evangelio del Señor.

Por eso esta celebración del Bautismo de Cristo es una excelente ocasión para recordar nuestro Bautismo y cobrar conciencia de las grandezas espirituales que están a nuestro alcance, y de nuestro compromiso como hijos de nuestro buen Padre Dios, como hermanos de Jesucristo y como ungidos por el Espíritu. Vivir como un pagano, siendo bautizado, es como si un pobre que vive en la miseria no estuviera enterado de que posee a su favor una enorme cuenta en el banco, porque nadie se lo ha sabido o querido comunicar, o quizá porque ha cerrado sus oídos a esta buena noticia.

Lamentablemente, en nuestra Iglesia y en todas las iglesias que bautizan en nombre de Cristo, existen muchos cristianos que no viven de acuerdo a su condición de bautizados. Si todos los bautizados viviéramos de acuerdo a nuestra condición de cristianos se reducirían significativamente en el mundo las grandes injusticias que se cometen, terminarían la mayoría de las guerras, se disminuirían los índices de criminalidad, se abatirían grandemente los índices de pobreza, los migrantes serían plenamente bienvenidos al menos en el mundo occidental, se terminaría en gran parte la corrupción, se finalizarían los feminicidios, se vaciarían las prisiones, se pondría en marcha un decidido plan del cuidado de la casa común, habría paz en las familias y paz en la sociedad.

¿Qué es lo que sucede? Pues se trata de lo que tantas veces se ha denunciado: el divorcio entre la fe y la vida. Esto significa que la mayoría de los que “viven” su fe, se limitan cuando mucho a la vivencia de los sacramentos y a la oración, otros ni siquiera eso; pero en ambos casos olvidando las exigencias de la fe en nuestras relaciones interpersonales, en la vida social, en la vida profesional, en los asuntos económicos, en la vida política, en la cultura, en el arte, etc. La fe, cuando es auténtica, debería colorear todas estas realidades personales y comunitarias.

Si alguien quiere poner de ejemplo que Jesús se bautizó a los 30 años, mientras que él fue bautizado cuando era un bebé, hay que recordar que el bautismo de Juan era sólo una figura profética que anunciaba el verdadero Bautismo que Cristo traería. De hecho, Juan decía que él bautizaba con agua, pero que detrás de él venía otro que los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego. El agua con la que cada uno de nosotros ha sido bautizado fue sólo el signo sacramental, pero la realidad es que todos fuimos bautizados con el Espíritu Santo y con fuego.

Hay que recordar también que Jesús fue circuncidado a los ocho días de nacido, momento en el que le fue impuesto el nombre, del mismo modo que se hacía con todos los niños en Israel. La Iglesia, desde el principio, ha bautizado a los bebés, pues bautizaba al inicio a familias enteras, y poco a poco las cosas fueron cambiando a como son ahora las cosas, cuando es más bien poco común que haya adultos bautizándose. Los bebés que van naciendo son bautizados en la fe de sus padres, luego se les encomienda a ellos su educación cristiana.

Jesús bajó al Jordán no porque fuera pecador, sino porque quería asumir los pecados de todos, dando muestra de humildad y solidaridad, pues él no se avergüenza de llamarnos. En cambio, nosotros, tantas veces no queremos ‘bajar al Jordán’ cuando nos llenamos de soberbia al no reconocer nuestros pecados y al sentirnos más buenos que los demás.

El pasaje del evangelio de hoy es de san Lucas, y hace referencia a la oración de Jesús. Dice que mientras éste oraba, “se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma” (Lc 3, 22). En ese ambiente de oración de Jesús es constituido el “Cristo”, es decir, ungido y consagrado para la misión a la que fue enviado. También mientras oraba llegó una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco” (Lc 3, 22). La oración personal es básica para retomar nuestro bautismo día con día y a cada paso de nuestra vida.

Todos los bautizados poseemos al Espíritu Santo, pero no es lo mismo tenerlo como “arrimado”, que como Dueño y Señor de nuestras vidas. Recordemos lo que confesamos en el Credo, que él es “Señor y dador de vida”. Pero el Santo Espíritu nunca nos va a forzar a nada, sino que respetará el don precioso e inestimable que el Padre nos ha dado, el regalo de la libertad.

De todos modos, quien invoque al Espíritu Paráclito lo tendrá siempre como aliado para el bien. Nos dará en el momento oportuno la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el consejo que necesitamos para distinguir el bien y el mal, en estos tiempos de tanta confusión, de tantas opiniones sobre todo en favor del individualismo, del derecho absoluto a la felicidad como supremo valor, en lugar del amor que debe ocupar el primerísimo lugar. Nos dará además la fortaleza para superar nuestras debilidades y tentaciones, para aguantar trabajos, enfermedades y sufrimientos. El bien lo haremos en equipo con él; mientras que el mal lo haremos solos al soltarnos de su mano.

No bajemos la guardia en la lucha contra el COVID, pues todos sabemos lo mucho que han aumentado los contagios en las últimas dos semanas. Cuidémonos para cuidar a los demás.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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