HOMILÍA
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Ciclo A
Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23.
“Reciban al Espíritu Santo”.
In láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Dso’ok k’uchu’ tu kiinil Pentecostés yéetel bejla’e’ táank k’alik u kiinilo’ob Pascua. Kone’ex k’atik u múuk Kili’ich Íikal, le jach k’aabet to’on u ti’al u páajta’ k-máansik le Pandemia’ yéetel le múukyajo’ob ku táaj yéetelo'”.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre, y les deseo todo bien en el Señor resucitado.
Junto con Mons. Pedro Mena, mi Obispo Auxiliar y el Padre Candelario Jiménez, mi Vicario General, hemos venido en nombre de toda la Arquidiócesis a este santuario de Ntra. Sra. de Izamal, ya que hoy debió realizarse la peregrinación anual a la que acuden nuestros sacerdotes y miles de fieles, que vienen cada año al encuentro de nuestra Madre, y por la situación que vivimos de la pandemia del COVID-19, no se ha podido realizar, pero en nombre de todos hemos venido nosotros trayendo la presencia de todos para orar por toda nuestra Arquidiócesis de Yucatán, y pidiendo particularmente por el fin de esta pandemia.
Además, hoy se celebra el cincuenta aniversario de la Declaración Pontificia de Ntra. Sra. de Izamal como “Celestial Patrona de la Arquidiócesis de Yucatán”. La iniciativa fue del segundo Arzobispo de Yucatán, Don Fernando Ruiz Solórzano, pero falleció antes de ver realizado éste su proyecto, el cual realizó el tercer Arzobispo de Yucatán, Don Manuel Castro Ruiz, el 31 de mayo de 1970. La ceremonia tuvo lugar en el parque Carta Clara de Mérida, a donde fue traída la imagen desde Izamal, y luego fue llevada a la Santa Iglesia de Catedral, donde se llevó a cabo una velada.
La solemnidad de Pentecostés, que hoy celebramos nos hace presente el don del Espíritu Santo sobre los apóstoles con lo cual nació la Iglesia. La palabra “pentecostés” significa quincuagésimo, y el fondo histórico de tal celebración se basa en la fiesta semanal judía llamada Shavuot o fiesta de las semanas, durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí. Por lo tanto, en el día de Pentecostés también se celebra la entrega de la Ley (mandamientos) al pueblo de Israel. Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías, y para celebrarlo gran cantidad de ellos subían a Jerusalén para dar gracias a Dios y adorarle en el Templo. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la «Fiesta de las siete semanas» o «Fiesta de las semanas», que en sus orígenes tenía carácter agrícola.
Es por eso que aquel domingo había miles de extranjeros en Jerusalén, ya que venían a la fiesta la mayoría de los judíos que vivían en otros países, y la mayoría de los prosélitos, los cuales eran simpatizantes del judaísmo, aunque no corriera por sus venas sangre judía. Y aquella mañana como a las nueve, al escuchar todo el ventarrón que se abatía sobre la casa donde se encontraban los apóstoles, todos se reunieron alrededor y fueron testigos y partícipes de lo que ahí sucedió: los apóstoles y demás discípulos salieron de la casa llenos de sabiduría, valor y júbilo alabando a Dios, y cada uno de los que les oían entendían todo en su propia lengua, aunque ahí había gente de unas 16 lenguas diversas.
Sólo san Lucas es quien narra el episodio de la venida del Espíritu Santo en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Recordemos que cada evangelista narró la Buena Nueva según estilo, según su perspectiva, según la gente a quien se dirigía, y según una idea teológica determinada. San Juan en su Evangelio nos habla abundantemente del don del Espíritu en muchos pasajes, pero lo une en forma inmediata a la muerte y resurrección de Jesús. Por eso, cuando narra la muerte de Jesús en la cruz, no dice simplemente que expiró, sino que “entregó el Espíritu” (19, 30). Entonces Jesús muere para entregar al Espíritu.
Y hoy, el relato que escuchamos nos presenta al resucitado, en su primer encuentro con sus discípulos, entregándoles el Espíritu. Esto fue el primer día de la semana, el mismo día de la resurrección al anochecer. Estando los discípulos reunidos, estando las puertas cerradas por miedo a los judíos, Jesús se presentó en medio de ellos. ¿Y cuáles son tus miedos? Quizá en medio de esta pandemia muchos podemos tener miedo de perder la salud, o que la pierda algún familiar, o de perder el trabajo, o de que no nos vaya a alcanzar con lo que se nos está pagando. El Espíritu del Señor viene para aplacar nuestros miedos: como humanos que somos, es natural experimentar el miedo, pero el don de fortaleza que nos trae el Espíritu no ayuda a superarlos. Y ya pronto podremos salir de nuestro encierro.
Las primeras palabras del Resucitado a sus discípulos son: “La paz esté con ustedes”. El Espíritu del Señor resucitado nos trae la paz que el mundo, con todas sus circunstancias, nos quiere quitar. ¡Y vaya que el coronavirus es una gran circunstancia! Pero el Espíritu, con sus dones de sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo y fortaleza nos otorga la paz y nos lleva a la piedad y al santo temor de Dios. Jesús les mostró a sus discípulos las manos y el costado y ellos se llenaron de alegría, y nosotros recibimos el gozo, que es uno de los frutos del Espíritu Santo.
Jesús les vuelve a ofrecer su paz y los envía, como el Padre lo envió a Él. Sopla sobre ellos, y en ese signo tenemos el don del Espíritu. El aliento de vida, en la cultura hebrea, era signo de vida y signo del Espíritu de Dios. Recordemos que, en el Génesis, el Creador sopla en la figura de barro, para que adquiera la vida el hombre a su imagen y semejanza (Cf. Gn. 2, 7). También el signo del viento aparece en la narración de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, manifestando la llegada del Espíritu. Y ahora, al soplar Jesús sobre los apóstoles les dice: “Reciban el Espíritu Santo. A los que perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Y ahora en estos meses, que no ha habido Reconciliación mediante confesiones, la Iglesia ha seguido dando el perdón de los pecados a los que se arrepienten de ellos, desde la oración de los sacerdotes en cada Misa; o desde el arrepentimiento de cada persona, aún los que han venido falleciendo; o desde la indulgencia plenaria, que nos puede dejar a todos como recién bautizados. Y todo gracias al Espíritu que vive en la Iglesia, en el ministerio de los sacerdotes y en cada bautizado consciente de que es templo del Espíritu. Y no hay mayor paz que la de sabernos perdonados por Dios.
San Pablo, en la segunda lectura de hoy, tomada de su primera carta a los corintios, nos explica cómo todas las cosas buenas que suceden en la Iglesia son obra del Espíritu Santo, desde la confesión de fe de cada uno; así como los carismas (o dones), que cada uno pone al servicio de la Iglesia; y así como los ministerios temporales u ordenados: todo es por obra del Espíritu. Y el Espíritu es quien da la unidad al cuerpo de la Iglesia.
Hay personas que sólo creen ver la acción del Espíritu Santo en carismas llamativos y hasta espectaculares o milagrosos, pero el Santo Espíritu obra discretamente en la vida diaria de todos, en todo lo bueno que se piense, se diga o se haga, y, por supuesto, que obra en la vida ordinaria de la Iglesia en cada ministerio, y en la participación de cada fiel en las acciones litúrgicas, o en la evangelización. Y el Espíritu se hace presente en el mundo por todas las obras de justicia y caridad que los cristianos obramos en forma particular o asociada.
Cuando pedimos a Dios en el salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu, a renovar la tierra”, Dios nos escucha y está enviando su Espíritu al corazón de los hombres y mujeres para que, con sus acciones justas y solidarias, en favor de la paz y del desarrollo integral, vayan renovando la tierra para el bien. Todos necesitamos al Espíritu Santo, pero en especial lo necesitan los que nos gobiernan y todos los líderes de la sociedad.
Con esta pandemia, más que nunca, nuestros gobernantes, los empresarios, los científicos y todos los líderes sociales necesitan al Espíritu de Dios en su corazón y en su mente, para ayudarnos a afrontar esta crisis de salud, esta crisis económica y todas las crisis derivadas. Si nuestros gobernantes y líderes son cristianos como nosotros, que pidan los dones del Santo Espíritu, que necesitan con urgencia. Y todos hemos de pedir el Don de lo alto para ellos, y también para aquellos que no creen, para que al menos actúen como hombres y mujeres de buena voluntad.
Demos gracias a Dios, porque si hay médicos, enfermeras, y enfermeros valientes y generosos en esta pandemia, aunque ellos no lo sepan, es por obra del Espíritu de Dios.
Señora de Izamal, Madre santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, cúbrenos bajo tu maternal manto. Amén.
¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán