Carta al pueblo de Dios
que vive en la Arquidiócesis de Yucatán
¡La paz de Cristo resucitado!
Con gratitud y paz en el corazón llego al primer aniversario de mi ordenación episcopal. Aprovechando esta ocasión, y con el permiso de Mons. Gustavo Rodríguez Vega, arzobispo de Yucatán, deseo compartir con todos algunos pensamientos que describen lo que ha sido para mí este primer año de ministerio pastoral.
Muchos han querido saber si la vida como obispo es diferente de la que tuve como docente. Ahora puedo responder con claridad: es diferente. El ministerio episcopal es intenso, algunos días más que otros. Soy feliz como lo fui también siendo presbítero. Disfruto los constantes encuentros con la comunidad cristiana, tengo el privilegio de tener mi capilla privada con Jesús Sacramentado, ante quien hago diariamente mi oración; y he tenido la invaluable oportunidad de meditar en la palabra de Dios y de conocer la vida de los santos al preparar las homilías para las Misas en las diferentes iglesias. Constato en mi vida la afirmación de Benedicto XVI: «Por su naturaleza, el don supera el mérito» (Caritas in veritate, 34). En efecto, las gracias recibidas de Dios superan el servicio que he podido dar al pueblo de Dios. Por tal motivo, este escrito es, básicamente, de agradecimiento.
En primer lugar, agradezco a Dios nuestro Padre que siempre me ha cuidado con su amorosa providencia. A Nuestro Señor Jesucristo que me ha hecho sentir su cercana amistad; sus palabras, “ya no los llamo siervos sino amigos”, tienen para mí un nuevo significado. Al Espíritu Santo que me ha iluminado para predicar, para aconsejar, para consolar, para corregir, y me ha fortalecido en los días más cansados.
Agradezco a Mons. Gustavo, arzobispo de Yucatán, y a Mons. Pedro, obispo auxiliar, de quienes he ido aprendiendo a ser obispo, y a quienes tengo la confianza de acudir en cualquier momento. Considero que los tres formamos un buen equipo al servicio del pueblo de Dios, con la necesaria ayuda del padre Candelario Jiménez, vicario general, de los otros vicarios episcopales, del vicario judicial, y demás encargados de los diversos servicios diocesanos.
Agradezco a los sacerdotes del presbiterio, tanto diocesanos como religiosos y socios de vida apostólica, por el respeto y la cercanía que han mostrado a mi persona, por su generosidad y por encomendarme al Padre celestial en cada Eucaristía. Me edifica su testimonio de comunión con sus hermanos sacerdotes y su entrega a la construcción de Reino de Dios, con el trabajo arduo y cansado que realizan en sus parroquias; por el esfuerzo de caminar juntos en su decanato y de aplicarse en la implementación del plan de pastoral de la arquidiócesis de Yucatán.
Agradezco al Seminario, con sus formadores, seminaristas, madres Oblatas de Jesús Sacerdote y el personal que ahí labora, que me dan hospedaje y ayudan a que mi vida sea más llevadera. Agradezco de igual forma a los diáconos que siempre han estado atentos y serviciales; también a los numerosos monaguillos que sirven con generosidad al altar de Dios.
Agradezco a las religiosas y miembros de otros institutos, consagrados a Dios, que me han sostenido con sus oraciones y me han procurado muchas muestras de respeto y cercanía.
Agradezco a todos los fieles laicos que siguen orando por mí, protegiéndome así del maligno y sosteniéndome en el servicio pastoral. Especialmente agradezco a quienes prestan algún servicio en las parroquias o en la arquidiócesis de Yucatán, sea en el servicio pastoral, como en la catequesis y la evangelización, en la liturgia o en la caridad. Sin su ayuda no podríamos sostener el cuidado pastoral. Quisiera decirles que con cada foto que me han tomado (nunca me habían fotografiado tanto como este año) quiero quedarme cercano a ustedes; al ver mi foto junto a ustedes sepan que estoy cerca de ustedes.
Aprecio la confianza de diferentes instituciones y organismos de la sociedad que me han invitado a compartir momentos significativos de su historia y me han pedido expresar alguna palabra.
Agradezco a las autoridades civiles, tanto de nivel estatal como de nivel municipal, que me han tenido en cuenta en diferentes momentos de su gestión de gobierno, o se han hecho presente en las parroquias, sobre todo, con motivo de las fiestas patronales.
Este año me ha servido para conocer más de cerca las diferentes realidades que se vive en la arquidiócesis de Yucatán. Me ha tocado visitar casi todas las parroquias de los cuatro puntos cardinales; son muy pocas las que me faltan. Me edifica la profunda religiosidad del pueblo de Dios manifestado en su devoción a la Santísima Eucaristía, a Cristo crucificado, a la Virgen María y a sus santos patronos; participo con gozo en la alegría de las familias cuando sus niños, adolescentes y jóvenes reciben los sacramentos de la primera Comunión y la Confirmación. Pero también se me apachurra el corazón al constatar el dolor de muchas familias que padecen el alcoholismo o la drogadicción de alguno de sus miembros, generalmente el esposo o algún hijo; veo con respeto y admiración a tantas personas que a diario hacen largas filas para el transporte que, por la mañana, los traslada a su trabajo, y por la tarde los devuelve a sus casas o pueblos. Comparto el sufrimiento de los numerosos enfermos que llenan los hospitales, y sus familiares que los acompañan llenos de angustia, por la misma enfermedad y los altos costos que tienen que pagar, sea por el hospital sea por las medicinas. No me han sido indiferentes los hermanos migrantes de otros países que de repente encuentro por las calles, pidiendo alguna ayuda. Veo con preocupación la sobrepoblación turística que, si bien, significa ingreso económico, también significa un riesgo para los recursos naturales, especialmente los cenotes, que son contaminados. ¿Cómo entender que esté prohibido subir las pirámides con el fin de preservarlas y evitar accidentes y no haya una regulación para el cuidado de los cenotes, que son mucho más importantes y necesarios para nuestra supervivencia? También me preocupa el tema de la basura, que no puede dejarse solo como problema de las familias; se trata de un asunto público y la misma legislación civil determina la responsabilidad de los municipios al respecto. Me parece que muchos municipios no se han hecho cargo, o no suficientemente, de su atención.
Me queda claro que uno de los principales retos es el trabajo por las vocaciones, especialmente al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada. Porque sin sacerdotes no hay Eucaristía. Por otro lado, los catequistas, mujeres y hombres, hacen una gran labor con los niños en el catecismo; pero urge atender mejor a los adolescentes y jóvenes, con el fin de ofrecerles valores genuinamente humanos y cristianos que los equipe con los recursos necesarios para enfrentar los desafíos que el presente y el futuro traen consigo.
Agradezco a Dios que me ha llamado a ser pastor en estas tierras de Yucatán, junto con mis hermanos obispos. El haber sido consagrado en la octava de pascua significa que mi ser obispo está marcado por la resurrección de Cristo. Es la luz de Cristo resucitado que me ha acompañado y motivado en mi servicio episcopal. Renuevo mi compromiso de ser padre, hermano y amigo en medio del pueblo de Dios.
A María, nuestra Señora de Izamal y madre nuestra, sigo encomendando mi ministerio episcopal, pidiéndole que su amor maternal me sostenga en la fidelidad y en la diligencia para hacer la voluntad de Dios. Invoco sobre todos abundantes bendiciones.
Mérida, Yuc., 14 de abril de 2024.
+ Mario Medina Balam
Obispo auxiliar de Yucatán y titular de Pupiana