Homilía Arzobispo de Yucatán – V Domingo Ordinario Ciclo C- “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lc 5, 8)

V Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

Is 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1 Cor 15, 1-5; Lc 5,1-11.

 “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lc 5, 8)

 

Muy queridos hermanos y hermanas, el santo Temor de Dios, no es lo mismo que sentir miedo de Dios. El miedo de Dios puede llevarnos, en el mejor de los casos, a escondernos de Él, como trataban de hacerlos Adán y Eva en el paraíso; o incluso este miedo puede llevarnos a una gran desesperación y hasta el suicidio. El Temor de Dios, por el contrario, es un don del Espíritu Santo, una gracia que nos hace dimensionar la grandeza del Dios ante quien estamos y nuestra pequeñez e indignidad de estar frente a Él. Es un sentimiento de gran admiración, y de no poder creer que estemos junto a Él. Es un adquirir de pronto el sentimiento de indignidad y la conciencia de pecado. Muchos van por el mundo resistiéndose a recibir este gran don del Temor de Dios y les presumen a los demás la seguridad que sienten en sí mismos, y que no tienen necesidad de ir a la Iglesia ni de acercarse a los sacramentos porque al fin y al cabo, dicen: “no he robado, no he matado, ni le he hecho daño a nadie”. Esta presunción soberbia les hace pensar a algunos que Dios les sale debiendo por lo buenos que son, ¡y esto entre bautizados!

Y es que muchos viven su cristianismo como una rutina, como una costumbre, sin ninguna novedad; y se resisten a ir a los retiros espirituales a los que se les invita y hasta critican a los que van con frecuencia a la Iglesia o pertenecen a algún movimiento o grupo católico. Tal vez en el fondo se encuentre en ellos un miedo a descubrir un compromiso, o a escuchar la voz de Dios llamándoles a un cambio de vida o de costumbres. Cuando se vive una experiencia kerygmática dentro de un retiro espiritual, viene este sentimiento confuso de profundo gozo y de paz, al descubrir que somos pecadores, pero que Dios, a quien se está descubriendo, nos ama a pesar de nuestros pecados y que está dispuesto a perdonarnos y hasta a enviarnos en su nombre como mensajeros dignos de su confianza.

Esa fue la experiencia de Isaías, que nos describe en la primera lectura, cuando en una experiencia de oración contemplativa se miró a sí mismo delante de Dios con toda su grandeza y exclamó ante la visión del Altísimo: “¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al rey y Señor de los ejércitos” (Is 6, 5). Pero cuando se ve purificado por la brasa con la que un ángel toca sus labios, se muestra dispuesto a ir a donde el Señor quiera enviarlo diciéndole: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

Simón, el pescador en el Evangelio de hoy, tiene la experiencia de que Jesús le pida permiso de subir a su barca para desde ahí predicar a la multitud. Veamos aquí mismo un anuncio simbólico de la barca de la Iglesia, desde la cual Jesús continúa predicándole a las multitudes. Simón ya conocía la buena fama de Jesús como predicador y su poder de obrar milagros, pero ahora lo escuchó por primera vez, y en tal forma lo conmovió,  que cuando le mandó que llevara la barca mar adentro y que echara las redes para pescar, le obedeció; no sin antes decirle que habían trabajado toda la noche sin pescar nada pero que en su nombre echaría las redes. Y cuando se produjo la pesca milagrosa, Simón recibió el don del santo Temor de Dios y cayó a los pies de Jesús diciéndole: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (Lc 5, 8). Y el Evangelio dice que lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, es decir, que ellos también recibieron el don del santo Temor de Dios. Habiendo recibido esta conciencia, ahora sí están listos para el cambio de vida, para el llamado y para el envió; por lo cual Jesús le dice a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Se lo dice a él, pero al mismo tiempo se lo dice a Santiago y a Juan, por eso la respuesta es de los tres, quienes “dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5, 10-11).

Aunque la segunda lectura ordinariamente lleva su propio mensaje que no concuerda con el Evangelio y con la primera lectura dominicales, este domingo, en cambio, el pasaje de la primera carta de san Pablo a los Corintios tiene un punto semejante; porque san Pablo aquí da el testimonio de su propia vocación y misión, descubierta en el momento en que él reconoce su propia realidad e indignidad pues dice: “Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol” (1 Cor 15, 8-9). Para ser fiel a su vocación y misión, san Pablo recuerda una y otra vez su origen y su pecado, para no perder el rumbo.

Esta es la historia que se repite una y otra vez en la vida de todos y cada uno de los santos. Y es la historia que debe ser tuya y mía, y de todos los buenos cristianos, que salen de la mediocridad para seguir apasionadamente a Cristo. Y una y otra vez debemos regresar a nuestro origen, a lo que seríamos si no nos hubiéramos encontrado con el Señor en el camino; tal vez hasta criminales seríamos si no fuera por la misericordia de Dios. Tengamos presente el magnífico ejemplo del Papa Francisco que así inició su pontificado, reconociéndose pecador cuando le preguntaron si aceptaba la elección de los cardenales. Dijo: “Yo soy un pecador: acepto”. Y muchas veces en sus mensajes habla de sí mismo como de un pecador. Esta humildad, cuando es auténtica como la de Isaías, la de Pedro, Santiago y Juan, la de Pablo o la de Francisco, nos hace volver una y otra vez a experimentar el santo Temor de Dios, y nos garantiza que la gracia de Dios no sea estéril en nosotros.

Ahora bien, el próximo viernes llegará a nuestra Patria el Papa Francisco. Es la tercera vez que un Sumo Pontífice viene a nuestra tierra. Recordemos que el título de Sumo Pontífice que lleva Francisco, significa “sumo puente”, es decir, el máximo puente tendido entre Dios y la humanidad. Todos los sacerdotes y obispos somos pontífices, pero él es el “Sumo Pontífice”, “el Sucesor de Pedro”, el “Vicario de Cristo en la tierra”. Éste Papa viene a visitar algunos de los lugares en México más necesitados de su pastoreo. Él mismo eligió las ciudades y los grupos humanos con los que quiere encontrarse: los pobres, los indígenas, las familias, los jóvenes, los sacerdotes, las religiosas, los seminaristas y los migrantes. Pero no quiere pasar sin estar a solas un ratito con nuestra Madre de Guadalupe, la madre de todos los pobres y necesitados, para encomendar su pontificado y para encomendar a todos los que sufren en este continente de la esperanza.

Les pido a los que vayan a encontrarse con el Papa Francisco en alguno de esos lugares, que lleven en el corazón a todo el pueblo de Yucatán, especialmente a los más necesitados en todo sentido. Y los encomiendo para que vayan y regresen con bien. Invito a todos, también a los que se quedan en casa, a que oremos por el Papa y por el éxito de esta visita; les invito a estar muy atentos a todos sus mensajes, y a conservarlos y releerlos para sacar muchas enseñanzas prácticas para nuestra vida. En lo inmediato, el Papa traerá gozo, paz y esperanza, especialmente para todos los que sufren. Y personalmente espero que esta visita del Papa traiga un cambio de actitudes, no sólo en los católicos, sino en todos los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran escuchar sin prejuicios sus palabras.

Esta escucha atenta a los mensajes del Papa es esperanza de transformación de nuestra Patria, para luchar juntos contra la corrupción, la pobreza, las injusticias, y trabajar juntos por la construcción de la paz. Les recuerdo que este próximo miércoles comienza el santo tiempo de la Cuaresma. Quienes puedan acercarse a recibir el signo de la ceniza, háganlo con sincera humildad y con el firme propósito de cambiar para bien en nuestra vida. Quien no pueda acercarse a recibir la ceniza, no se preocupe, no hay ninguna obligación; pero tomen conciencia del tiempo que estamos iniciando. Con ese fin los primeros evangelizadores permitieron la fiesta del carnaval, para que luego el pueblo entrara en la Cuaresma, dispuesto al ayuno, al sacrificio y a una preparación seria para celebrar la Pascua. Les invito a ofrecer el ayuno y la abstinencia de este Miércoles de Ceniza, por el éxito de la visita del Papa Francisco a nuestro México, y que santa María de Guadalupe le cubra y nos cubra con su maternal manto. Así sea.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán