HOMILÍA
VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Lv 19, 1-2.17-18; 1 Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48.
“Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
In láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e u T’aan Yuum Kue’ ku ya’alik to’one’ kabet bisik kuxtal jach ma’alob, tumen Yuum Kue’ Kili’ich, to’one’ u paalalo’on. Ko’one’ex kíimbensik u kiínil carnaval je’el bix ku ya’alik to’on Yuumtsile’, bixichk tudbutech ta tuukul yéetel ta puksik’al le Miércoles de Ceniza men kasik u kili’ich kiino’ob tí Cuaresma.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este séptimo domingo del Tiempo Ordinario.
Los israelitas desde tiempo de Moisés, fueron llamados a vivir en santidad, por la simple razón de que Dios es santo. Este llamado aparece en la primera lectura de hoy, tomada del libro del Levítico.
Ahora bien, la santidad para el israelita consistía principalmente en no odiar a sus hermanos, ni en lo secreto de su corazón; consistía también en corregir a los hermanos y en no vengarse de sus maldades, porque estas cosas significan amar al prójimo como a sí mismo.
A primera vista parecería que el llamado de Cristo en el evangelio de hoy, según san Mateo, es idéntico al del Levítico, pues Jesús también exhorta a sus discípulos a ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto.
Pero la originalidad del mandato de Jesús es que pide amar, no sólo a los miembros de su pueblo, sino a todo ser humano; nos invita a amar, no sólo a los que nos aman, sino incluso a nuestros enemigos. Esta enseñanza es totalmente inédita, y aún ahora es novedosa, cuando volvemos a experimentar el daño que nos causa una persona que no nos ama.
Jesús invita a superar la Ley del Talión, que permitía castigar proporcionalmente a la ofensa, la cual decía así: “Ojo por ojo, y diente por diente” (Mt 5, 38). Jesús nos pide ser generosos con las personas que nos hacen el mal; nos invita a no buscar venganza, sino a dar siempre otra oportunidad; y nos motiva a ser generosos con quien acuda a nosotros en su necesidad.
Todo mundo puede saludar a quien lo saluda, y todo mundo ama a quien lo ama. Así es que el mérito cristiano se encuentra en saludar a quien no se interesa por nuestro saludo y nunca nos saluda. El mérito cristiano está en amar incluso a los desconocidos, a los que no son nada nuestro, interesándonos por su bienestar; más aún, está en amar a los que pensamos que no se lo merecen, a los que nos han hecho un mal directamente a nosotros.
Todo lo que propone el libro del Levítico y lo que presenta Jesús para alcanzar la santidad, parece reducirse al amor al prójimo como a nosotros mismos, pero entonces ¿dónde dejamos el primer mandamiento que consiste en el amor a Dios con todo el corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas? (cfr. Mt 22, 37). Precisamente está en que “nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su prójimo a quien está viendo” (cfr. 1Jn 4, 20). El amor a Dios no es auténtico si no se traduce en amor al prójimo, y Dios es nuestra fuerza para amar verdaderamente a todos nuestros hermanos.
No nos cansemos pues, de seguir el camino de la santidad, porque quien se lo proponga, lo podrá encontrar y seguir. Tengamos en cuenta que Jesús es el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn 14, 6).
En la segunda lectura de hoy, tomada de la Primera Carta de san Pablo a los Corintios, se nos invita a no destruir el templo de Dios, donde habita el Espíritu Santo, y dice: “Ustedes son ese templo de Dios” (1 Cor 3, 16). Esto lo podemos interpretar en el sentido de que nuestro cuerpo es habitación de Dios, como más adelante lo afirma en otro capítulo. En esta ocasión se refiere más bien al templo que formamos todos en conjunto, es decir, como comunidad cristiana, tal como lo afirma también el apóstol san Pedro en su segunda carta: “Ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción de un templo espiritual” (1 Pe. 2, 5). Cuando tomamos actitudes divisorias en la Iglesia, también estamos destruyendo el templo espiritual de Dios que es la misma Iglesia.
Si tú no perteneces a ningún grupo en tu parroquia ni en la Iglesia, igualmente la destruyes con comentarios negativos contra las personas o contra sus grupos. Por eso antes de hablar, pensemos delante de Dios: “Esto que voy a decir ¿de qué manera hace bien a la Iglesia?; ¿de qué modo la construye”. Si resulta lo contrario sería mejor no hablar o dirigirse a la persona indicada para la corrección fraterna, así como la conveniente denuncia ante la autoridad eclesial cuando sea el caso. Recordemos además que la familia cristiana también es una comunidad eclesial, cuya unidad debemos construir día con día; y no olvidemos que cada cristiano, en cualquier grupo humano, ha de ser factor de unidad.
En ocasiones, es la sabiduría humana la que nos hace atentar contra la unidad de la comunidad eclesial, por eso san Pablo dice: “Si alguno de ustedes se tiene a sí mismo por sabio según los criterios del mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio” (1 Cor 3, 18). Esto a propósito de que la comunidad de Corinto se dividía cada vez más por valorar a los demás, no según la fe, sino desde los criterios meramente humanos de sabiduría. No basta, pues, tener la razón, ya que quien cree y ama a Cristo y a su Iglesia, sabrá valorar a los cristianos, especialmente a los ministros de Dios, con los criterios de Jesús, los cuales construyen la unidad.
San Pablo concluye este texto señalando que nadie debe gloriarse de pertenecer a una persona, ya sea Pedro, Apolo o Pablo; por eso nos dice que “todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22-23). Lamentablemente la división en la Iglesia la podemos llevar también desde afuera, como cuando las contiendas políticas nos dividen, creyendo equivocadamente que tenemos el deber de estar peleados y distanciados con los de otro partido; incluso cuando ya pasaron las elecciones y seguimos todavía en rencillas con los otros. De hecho, he comprobado en algunos pueblos de Yucatán, que aún continúan las divisiones por motivos partidistas. Llevemos la “fiesta política” en paz, para que cuando vayamos a la Iglesia, hagamos como los deportistas profesionales cuando llegan al estadio a jugar un partido, pues primero van a los vestidores para quitarse la ropa que llevan puesta, para luego vestirse con el uniforme del propio equipo. Nuestro uniforme es el de cristianos, el de hijos de nuestro Padre Dios y de hermanos de nuestro Señor Jesucristo. No llevemos a la Iglesia ninguna otra división que venga de afuera ni muchos menos la hagamos por dentro.
Espero que todos estemos disfrutando cristiana y santamente del carnaval, y que interiormente nos estemos disponiendo a vivir el santo tiempo de la Cuaresma, la cual iniciaremos el próximo miércoles con el rito de la ceniza. Fuera de los niños, los ancianos y los enfermos, recordemos, no sólo la obligación del ayuno y la abstinencia en ese día, sino también todo el bien que nos hace espiritualmente el experimentar un poco de hambre, así como lo bueno que podemos realizar si lo que nos ahorramos en comida ese día lo transformamos en limosna en favor de un hermano necesitado.
Se aproxima el “Censo de Población y Vivienda 2020”. Recibamos en nuestros hogares a los visitadores debidamente acreditados, atendiéndolos con cortesía cristiana, dando respuesta a todo lo que nos pregunten.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán