HOMILÍA
II DOMINGO DE ADVIENTO
Ciclo C
Bar 5, 1-9; Flp 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6.
“Preparen el camino del Señor,
hagan rectos sus senderos” (Lc 3, 4).
Ki’óolal lake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsik te’ex ki’imak óolal yéetel in puksi’ikal. Bejla’e u ka’a p’éel domingo ti’ Adviento, kili’ich Juan Bautista ku t’aanko’on utial beetik u beel Mesíasl Ku taal.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este segundo domingo del tiempo de Adviento.
No cabe duda que en este santo tiempo en el que nos preparamos para la Navidad, fortalecemos nuestra esperanza en la segunda venida de Cristo, recordando cómo Israel esperó al Mesías y teniendo presente que, mientras lo esperamos, él está viniendo continuamente a nosotros en múltiples formas.
Este tiempo de Adviento es a la vez fuertemente mariano por dos razones: la primera son las fiestas de la Virgen que concurren en este tiempo; y la segunda es porque lógicamente, sabemos que María es el mejor testimonio de esperanza, pues nadie aguardó al Mesías como ella, por lo que la reconocemos como Madre de la esperanza.
El pasado 8 de diciembre celebramos con toda la Iglesia, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Aunque este dogma de la Inmaculada Concepción apenas fue declarado hasta 1854, desde los primeros siglos las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia y la fe del pueblo afirmaban este don para María, pues se entendía que el Padre eterno preservó a María de la culpa del pecado original en previsión de los méritos de la cruz de Cristo, preparándola como templo purísimo donde vendría a habitar el Verbo divino.
En el “Adviento del silencio de Dios” todo conspiraba para el gran momento de la encarnación del Hijo de Dios. Por estos motivos la liturgia de la Inmaculada se celebraba desde los primeros siglos en la vida de la Iglesia. Nuestros antepasados mayas aceptaron muy bien esta verdad transmitida por la evangelización franciscana, por eso en Yucatán hay tanta devoción y amor por la Virgen Inmaculada.
El próximo miércoles 12 de diciembre tendremos la gran solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, que en Yucatán ya se viene celebrando desde hace varios días con peregrinaciones y antorchistas, aunque en la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México esta celebración es permanente. Dicha fiesta ya es de orden americano y camina a ser una celebración mundial desde que el Papa Francisco celebra en el Vaticano la Eucaristía en esta solemnidad. Por los caminos de la Providencia, en esta ocasión me tocará concelebrar con el Santo Padre a nuestra Señora del Tepeyac.
Recordemos que la imagen de María en la tilma de san Juan Diego se muestra embarazada, como esperando dar a luz a Cristo para nuestra Patria. Tengamos en cuenta el gran detalle de que poco tiempo después de las apariciones hubo una corrección en el calendario, porque no existían aún los años bisiestos; si esa corrección hubiera ocurrido antes, en lugar del día doce estaríamos celebrando el día 24 de diciembre.
Además, en muchos lugares se celebra el 18 de diciembre a nuestra Señora de la Expectación, teniendo en cuenta la espera de María para el nacimiento de su Hijo divino.
Hoy las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan de la preparación para recibir al Señor en dos sentidos: activo y pasivo.
El sentido activo nos lo trae san Juan Bautista, quien aparece siempre en el evangelio del segundo domingo de Adviento, “predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados”. Su llamado está en consonancia con lo que siglos antes anunciaba el profeta Isaías: “Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos” (Lc 3, 4).
Si cada uno de nosotros hace un sincero examen de conciencia, encontrará lo que tiene que hacer en su vida para facilitarle al Señor el camino hacia nuestro corazón: cuáles son los estorbos, los escollos y todo lo que impide a Dios llegar hasta ti y hasta mí. Así es que ¡manos a la obra! Pongamos a trabajar la maquinaria para pavimentar el camino por el que Dios llegará a nuestra alma.
La segunda lectura, tomada de la Carta de san Pablo a los Filipenses, tiene igualmente una propuesta activa, pues el Apóstol los invitaba a ellos y nos invita también ahora a nosotros a crecer en el amor, para que así obtengamos “mayor conocimiento y sensibilidad espiritual. Así podrán escoger siempre lo mejor y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia” (Flp 1, 9-11).
No dejemos de reparar en la ubicación histórica que nos brinda hoy san Lucas en su evangelio, para situar la predicación de san Juan Bautista en el Jordán, tomando en cuenta las coordenadas políticas y religiosas, es decir, quienes gobernaban en el Imperio y en la región, y quienes dirigían el culto en Israel. Eso nos puede ayudar a pensar en que nuestra fe y nuestra respuesta al Señor tienen que estar bien aterrizadas en el aquí y el ahora que vivimos.
El actual y nuevo régimen de gobierno espera nuestra participación: no dejemos que unos cuantos se expresen en temas tan delicados como es el derecho a nacer de los niños concebidos; el derecho-deber de los padres de educar a sus hijos; la institución matrimonial, etc. Hagamos nuestro el compromiso que propuso nuestro nuevo Presidente de México: “Por el bien de todos, primero los pobres”, puesto que esta es una enseñanza evangélica que forma parte de la Doctrina Social de la Iglesia. Eso es sólo un breve ejemplo de lo que supone nuestra fe en este contexto histórico-político.
En cuanto al contexto histórico-religioso, dejemos de suspirar por san Juan Pablo II, poniendo en cambio, atención al magisterio del Papa Francisco y de los obispos en la actualidad; entonces nos daremos cuenta de que no hay ningún rompimiento con el magisterio de los anteriores pontífices. Hay quienes se están esforzando por volver a ciertas prácticas anteriores al Concilio Vaticano II, y en esto hay que tener mucho cuidado para no romper la armonía con la Iglesia actual, así como para no atorarse en pequeñeces que nos hagan “colar el mosquito y tragar el camello” (cfr. Mt 23, 24).
La primera y la segunda lectura señalan el aspecto pasivo de la preparación del camino. Dice el profeta Baruc que “Dios ha ordenado que se abajen las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios” (Bar 5, 7). La profecía en sí se refiere, en primer lugar, al anuncio del regreso del Pueblo de Dios del destierro. Esta profecía se cumplió en su momento, pero luego este pasaje se siguió leyendo durante más de quinientos años, buscando un sentido pleno en la esperanza de la llegada del Mesías. Aún ahora en el siglo XXI, leemos esta profecía mientras caminamos desde nuestro destierro en este valle de lágrimas, hacia la Casa del Señor.
La segunda lectura tiene también su aspecto pasivo para nosotros, recordando la acción de Dios en nuestras vidas. Dice en efecto el Apóstol: “Estoy convencido de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre hasta la venida de Cristo Jesús” (Flp 1, 6).
En resumen, siguiendo el pensamiento de san Ignacio de Loyola, pongamos todo nuestro empeño en trabajar en nuestra santidad, como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios.
Disfruten mucho las Fiestas Guadalupanas. Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán